Por Iván Farías (@ivanfariasc)
No sé si se acuerden que alguna vez Woody Allen hizo grandes películas en las que el humor, el psicoanálisis, el judaísmo, el jazz y Nueva York eran parte integrante de su cine. Ese Allen nos hizo imaginarnos que la gran manzana tenía una magia que ninguna otra ciudad tenía y que en ella el amor era tan posible, como los desencuentros.
La nueva película de John Turturro retoma todos esos elementos (a excepción del psicoanálisis) y nos entrega a ese Woody Allen que a veces extraño. Turturro, eterno actor secundario, selecto personaje de directores independientes como los Cohen o Spike Lee, pero también al servicio de creadores de blockbusters como Michael Bay, el italoamericano ha sabido sobrevivir en el cine norteamericano a fuerza de ser fiel a sí mismo.
Como sus anteriores películas, Turturro habla de esos habitantes de la gran manzana que a diario trabajan y toman el metro. Y en ese mundo cotidiano mete un poco de locura. Casi un Gigoló es un poema de amor en clave de comedia a Nueva York, a la soledad, a la nostalgia y al otoño. Todos los personajes han visto irse ya sus días de juventud, pero calmados, se permiten seguir jugar con los límites.
La película presume un elenco de primera: Allen, improbable cabeza de familia de unos niños afroamericanos; Turturro florista metido a gigoló; Sofía Vergara y Sharon Stone como Milfs juguetonas que quieren experimentar pero, por irónico que parezca, a lo seguro; un Liev Schreiber en un enloquecido papel de policía de la Torá y una Vanessa Paradis jugando al recato. Todo salpicado de jazz, judíos ortodoxos (“los de los sombreros grandes” dice un personaje) y un atardecer que parece eterno.
Turturro se las arregla para escribir, dirigir y actuar una comedia que ahonda en las soledades de los mayores de cuarenta en una ciudad donde parece estar cambiando todo, frente a la inmovilidad de otros que desean que todo sea igual. El contrapunto perfecto parecen serlo las rígidas reglas morales de los judíos ortodoxos que impiden a una viuda ser tocada de nuevo. Es en este juego en el que las mujeres maduras disfrutan de su sexualidad con un florita que se estrena como trabajador sexual y que tiene como padrote a un viejo que le enseña a sus hijos (muy probablemente adoptados) a jugar beisbol. A veces rayando en el absurdo, otra veces en la comedia romántica y salpimentado con una banda sonora que se vuelve un personaje más, “Casi un gigoló” es de visón obligatoria.