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Molotov: un frijolero en Manhattan

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Come with me to the office”, me dice el oficial de Migración.   The Office. El famoso y temido cuartito […]
Molotov: un frijolero en Manhattan
Come with me to the office”, me dice el oficial de Migración.
 
The Office. El famoso y temido cuartito no es un cuartito. Se trata de una habitación amplia, iluminada, aunque carente de ventanas y con varias filas de butacas fijas para que aquellos viajeros que como yo, atorados en la digestión hacia los Estados Unidos, reposemos nuestros cansancios hasta que otro oficial, esta vez detrás de un mostrador, se digne a malpronunciar nuestro nombre a voz en cuello: “Floures, come here please!”.
 
Por décima vez tengo que repetir que mi intención de cruzar la frontera y dormir las siguientes dos noches en Nueva York  responde a la necesidad de presenciar la última de 25 presentaciones de Molotov en el Jägermeister Music Tour.
 
En cámara lenta, observo al oficial levantar su brazo y dejar con fuerza el sello en mi pasaporte. Rompí mi propia marca, ni siquiera permanecí tres minutos en el “cuartito”. La última vez fueron casi dos horas en Washington.
 
En español pocho porque el tercer oficial resultó latino, se despide de mí: “Quien no conoce a Molotov, no sabe de rock en espaniol”.
 
Una vez que uno ha logrado franquear las barreras en el interior del país del Tío Sam, cobra sentido la canción de Frank Sinatra: “I want to be part of it… New York, New York”.
—¿Y qué hay en el famoso cuartito? –nos pregunta una de las publirrelacionistas a los cuatro infortunados periodistas que lo visitamos.

Hasta en las costillas
La primera parte de la expedición nos conduce al hotel Gansevoort, adonde la comitiva se conduce para asearse y posteriormente cenar en el Beauty & Essex, propiedad del Chef rocker Chris Santos. Ahí probamos las costillas bañadas en Jägermeister, además de un generoso menú de varios tiempos, cócteles y postres. Ya circula por nuestras venas el rockstarismo. Estamos en mood hedonista y nos queremos comer el mundo a cucharadas. 
 
Sin embargo, es hasta la noche del día siguiente cuando el grupo se aventura a las calles de Manhattan para caminar algunas cuadras hasta el Irving Plaza, el sitio donde Molotov ofrecerá ese último concierto. De camino y para entrar en ambiente, algunas canciones del cuarteto integrado por Miky y Paco en los bajos (la mayoría del tiempo, porque ambos se trepan también a la batería), Tito en la guitarra (aunque de cuando en cuando toca el bajo) y Randy en la batería (aunque en varios momentos del concierto la cambia por la guitarra), vienen a mi memoria. Por ejemplo, en el obeso que sin embargo presume la leyenda “Fitness world” en su camiseta mientras espera el camión, se resume “Cerdo”: “Le piachen las pastas se mete tallarines/ debajo de su almohada encontrarás los tinlarines/ Pasea por los pasillos de los supermercados/comiendo bocadillos que le ofrecen los empleados”. 
 
Cuando la sed y el aguijoneo en las sienes del sol ardoroso del último coletazo de verano neoyorquino me recuerda la ingesta de cócteles de la noche anterior, vienen los versos de “Parásito”: “Dicen que nomás se le iba en puro chupar/ dice que no dormía/ nomás fumaba para aguantar…”. Haciendo memoria, en la actitud de aquellos que nos relegaron al decepcionante “cuartito”, cabría “Voto latino”: “Pinta tu madre patria de colores/ so you can’t tell the difference/ entre los others”. Incluso, pienso mientras ingresamos al Irving Plaza, un íntimo foro con capacidad para menos de 400 personas en el que se han presentado leyendas como The Ramones o Talking Heads, recuerdo que en uno de los nuevos  temas de Molotov, “Santo Niño de Atocha” podría ir implícito un mensaje para la GLAAD, la Asociación que defiende los derechos de los gays que pidió a la banda no interpretara “Puto” durante su gira por Estados Unidos: “¡Abajo los mochos!/ ¡arriba los molochos!”.
 
Molotov: un frijolero en Manhattan 0
 
Highway to hell
Quien dijo que la vida de rockstar es una sucursal del cielo, nunca viajó un mes por carretera con destino al infierno.
 
Eso parecen decir las profundas ojeras que lucen los Molotov. Miky y Randy nos reciben en su camerino horas antes del concierto. Durmieron apenas algunas horas en su tour bus y su cuerpo, dice el Gringo Loco, transpira alcohol. ¿De qué otra manera podría ser cuando detrás de tu camión viaja el de Jägermeister surtiendo en todo momento tus caprichos?
“Una vez dejé de chupar por espacio de seis meses a ver qué tan alcoholicazo era”, recuerda Miky. “Fue muy divertido. Todos bien pedos y yo, con la cámara. Pero pues ahorita ya me valió madre”.
 
Pienso en la Estatua de la Libertad y en el Empire State, en el Río Hudson y la 5ta Avenida. En el Rockefeller Center, también, y el Bronx. En Brooklyn, el Barrio Chino y Soho. Harlem, la Zona Cero, el Aeropuerto JFK….
 
Pero los chicos que se apretujan en el Irving Plaza están pensando en otra cosa, estoy seguro. México está encapsulado en este lugar en el que, desde las 8 de la noche, no se escucha ni una sola palabra o canción en inglés. La gente bebe cerveza, Jägermeister y otros bálsamos para apagar la hoguera de la nostalgia. Es posible que mientras brincan y se desgañitan cantando temas de rock hecho en México en la época de los 90 (“Pobre de ti”, “Ja ja ja”, “La célula que explota”, “El esqueleto”) piensen en La Villa y la glorieta del Metro Insurgentes, Garibaldi, Tepito, Coyoacán y Xochimilco, tortillas, chiles serranos y frijoles refritos. Maravillas del mundo y suculentos manjares para quienes hace muchos años, o nunca como los nacidos de este lado, se han visto privados de ellos.
 
Hay veces que el rock la hace de mariachi.
 
Molotov: un frijolero en Manhattan 1
 
“Con las proteínas de una caguama/ logré levantarme para pedir chamba”. Tito al micrófono. Molotov está en la casa, dice el lugar común del hip hop. Pero esta casa está hasta la madre de gente. Todos eufóricos, treintañeros o menos, los residentes –legales o ilegales, eso sólo se puede inferir— han encapsulado un México a escala entre los muros del Irving. A caballazos expresan su amor (“Brincos, jalones, codazos y empujones/ de caca recordé los famosos pisotones/ ojos morados patada en los cojones/ en el slam entre matudos y pelones”), a gritos profesan su inconformidad social (al patrullero/ aunque no sepa leer /no sepa hablar /él es el que te brinda la seguridad) de un país al que pertenecen desde lejos, a otros se les salen las lágrimas cuando Molotov les toca la fibra (“No me digas beaner/ Mr. Puñetero/ te sacaré un susto por racista y culero/ no me llames frijolero/ pinche gringo puñetero”).
 
Sí. Uno puede describir los últimos 15 años de historia de nuestro país con canciones de Molotov. Sin pretenderlo, con rap han escrito la crónica de la realidad.
Incluso las más festivas de sus creaciones, las que se regodean en el humor, como “Chinga tu madre” o la nueva “Crazy Chola Loca”, sirven para que esta minoría bastante mayor se desahogue.
 
—Sí, hay un pedo muy intenso “acá”. Se siente– me dice un sudado, afónico Miky, shot helado de Jäger en mano, durante la fiesta post tocada. En el camerino nos apretujamos más de 50 personas que barremos con cervezas, bocadillos y jalando aire intentamos buscar partículas respirables de oxígeno entre el humo de cigarros y humores humanos.
 
Pese a ello, este sí es un “cuartito” al que todos quieren entrar.
 
Antes de cerrar gloriosamente el concierto con “Puto”, Molotov y Sangre, la banda mexico norteamericana telonera, se unen para versionar “Bring the noise”, en su versión Anthrax y Public Enemy.  
 
Molotov: un frijolero en Manhattan 2

 

 
Mientras la fiesta neoyorquina se apaga en el Irving y tanto banda como invitados confabulamos para continuar la juerga en algún antro local, me acuerdo del momento en que nos preguntaron qué  había en el famoso “cuartito” de Migración.
 
Otra vez tengo la cara del policía latino extendiéndome mi pasaporte sellado y dándome la bienvenida a los “Estadous Unidous de America” con su ““Quien no conoce a Molotov, no sabe de rock en espaniol”.
 
Ya sé que hay: aparte de mí, otro fan de Molotov.
 
56 hierbas
  • Jägermeister es un licor de 56 hierbas con 35 grados de contenido alcohólico que pasa por 383 controles de calidad y envejece durante un año en 445 barriles de roble.
  • Curt Mast, hijo de Wihelm Mast, fundador de una compañía de vinos y vinagres, desarrolló la fórmula secreta en 1934.
  • Su nombre es Maestro cazador en alemán. El logo representa a un ciervo y la cruz de San Humberto, patrón de los cazadores.
  • Desde 2002, el Jägermeister Music Tour gira por Estados Unidos y ha presentado a bandas como Slayer (2003), Slipknot (2004) y Megadeth (2010). Molotov es la primera banda latina que forma parte del festival itinerante.
 

 

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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