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El erotismo en los cuentos

Por: Jafet Gallardo 16 Ene 2020
#LibrosAldesnudo El erotismo en los cuentos Por @jaimegarba  El cuento suele ser un género menospreciado por muchos autores, sin embargo, […]
El erotismo en los cuentos

#LibrosAldesnudo

El erotismo en los cuentos

Por @jaimegarba 

El cuento suele ser un género menospreciado por muchos autores, sin embargo, la ficción breve con tintes eróticos ha logrado librarse de ese menosprecio gracias a la audacia de ciertos autores que lograr en la brevedad ofrecer verdaderos disparos de adrenalina a los lectores. Así es como en unas cuantas páginas podemos pasar de lo vertiginoso a lo sexual, cerrando esas historias como si en verdad acabáramos de tener un encuentro apasionado con la persona que más deseamos.

En esta ocasión les comparto un cuento escrito a cuatro manos. Yo y mi buen amigo Yoshiro Luna, emprendimos la empresa de escribir a fragmentos esta historia que en su momento se llamó “El dolor ajeno”, pero que para la ocasión vi más apropiado llamarle “Querida Rebeca”, porque estoy seguro de que más de alguno, como yo (ahora que lo releí), podrá ver en ella el arquetipo de la mujer sensual y atractiva, cuyos adjetivos son ganados gracias a un par de detalles que más abajo descubrirán. Que lo disfruten.

 

Querida Rebeca

Cuántos escalones tuve que subir para llegar al departamento. No es que aborreciera las matemáticas, es que el tedio del camino constituyó todo un pensamiento divergente. Continué prolongando el destino hasta que llegué a la puerta con el número 15. Toqué el timbre, pronunció un tono tan patético que rogué que callara de inmediato. Pasaron algunos ochos segundos, el terrible sonido aun no terminaba cuando se abrió la puerta; ahí estaba, sus cabellos rubios artificiales se presentaron ante mí. Quedé estático, su horrible cabellera no me permitía centrarme en sus perfectos senos. Sacudí mi cabeza de izquierda a derecha como si un animal tedioso cubriera mi rostro, la miré nuevamente, y esta vez, observé esos dos pedazos de piel colgados sobre su cuerpo, —¡Qué senos!— exclamó mi mente perdida de todo el sentido de su misión. Ya era ganancia, por lo menos mi mente ya no se centraba en análisis de aquellos rubios, falsos, desalentadores y poco excitantes cabellos.

— ¡Ángel!— gritó al mirarme frente a su vieja puerta desvencijada. Me abrazó fuertemente, tanto que estuvo a punto de derribarme. El nauseabundo aroma de su inútil antitranspirante barato se mezcló con la vomitivamente cálida peste de su sudor; sin embargo, la situación era digna de sobrellevarse con tal de sentir cerca ese par de senos esculpidos por el mismo Dios.

— ¡Oh, Ángel, querido, no sabes cuánto te he extrañado! Perdona el tiradero, no imaginé verte hoy, creí pasarían tres o cuatro semanas más antes de reencontrarnos.

— Me soltaron antes los cerdos, nena. Fueron las primeras palabras que escupí.

— ¡Esos hijos de puta! ¡Jamás debieron encerrarte! Eras inocente, bebé, ¿por qué no trataste de defenderte, por qué sólo te quedaste de brazos cruzados?

—La cárcel significa comida y refugio gratuitos por varios meses, amor. Dije como si en verdad creyera eso.

—¡Carajo, mírame! ¡Debo lucir muy mal en verdad!

Para ser honestos, se veía de la chingada, con ese falso cabello rubio lleno de nudos, esa sonrisa de enfermo sifilítico, su hedor a sudor de mujer sin pudor… pero esos senos valían cada milímetro de la maldita imagen dantesca.

En la cárcel imaginaba sus preciosos pechos, en el lugar me parecían meramente apetecibles en un contexto sexual. Quería morderlos, tocarlos fuertemente, nada de pendejadas de amor, nada de estúpidas caricias, quería saciarme con esas tetas hasta que se tornaran lo más cálidas posibles de tanto manoseo; pero ahí, eso ya era historia… a final de cuentas qué culpa tenía de lo que yo había hecho.

—Luces bien— dije, dándole la ventaja que interpretara aquello como una deferencia.

—Gracias— contestó tragándose esas dos palabras en su completa literalidad.
Pero yo esperaba más. Su mente no procesaba palabra alguna pensando en cualquier respuesta menos la que escuchó. Su rostro expresó incertidumbre y fue cuando mi inconsciente (los psicólogos me han dado una joyita de justificación para todas y cada una de mis acciones de hijo de puta) decidió actuar. Mi pezuña derecha tocó aquel bello pecho que tenía a tan corta distancia.

—¡Ángel! — gritó ella a la par que soltaba un fuerte manotazo en mis garras de animal lujurioso. De inmediato, empezó a llorar (el llanto de una mujer, una de las cosas más poderosas del mundo. Quejido penetrante digno de una moto cierra en funcionamiento que trata inútilmente de partir a la mitad un oxidado tubo metálico de alcantarilla repleta de excremento diarreico ensangrentado de algún obeso alcohólico con almorranas… eso es el llanto femenino).

             — ¡No has cambiado nada, sigues siendo el mismo cerdo asqueroso de siempre¡

— ¡No mames! ¿Quién chingados te crees, tú posee de mujer virginal? ¡Eres una maldita y lo sabes! ¡Déjate de idioteces y abre las piernas!

—¡Eres un hijo de la chingada, una verdadera mierda! ¡Yo sabía que no ibas a cambiar, pero ahí estoy de pendeja, esperándote! ¡Vete a la mierda, Ángel, lárgate!

Retrocedí solo para pensar en un buen movimiento. Mi mente nunca fue tan ágil como mis manos así que el mismo medio paso que retrocedí lo acerté de nueva cuenta para estar tan cerca de ella como lo estaba. Miré su seno, su tremenda teta izquierda, era sólo un poco más grande que la derecha, era mi preferida, era la que me hablaba entre sueños. Lancé mi pesuña ganosa y la tomé con mis cinco dedos, quería escapar, así que llamé a la escena a mi otra mano, entre ambas la controlamos mientras Rebeca jalaba su cuerpo hacía atrás figurando que aquel tremendo pedazo de piel pareciera desprenderse en cualquier momento.

-Déjame estúpido, por favor, suéltame… me lastimas.

Lo segundo de esa frase fue un suplicio, me arrancó una carcajada tan fuerte que mis manos perdieron coordinación y la soltaron, ella retrocedió ante mi mirada.

-¿Cómo te atreves a querer hacerme esto de nuevo?

-Esa es una pregunta muy fácil de contestar, acaso no te has visto ese par de tetas cautivadoras.

-¿Acaso no recuerdas por qué te metieron a la cárcel?

Era cierto, mis días de prisión habían sido debido a algo similar, la única diferencia fue que todo comenzó con el vil pretexto del amor. Ahí estábamos en el sofá de mi casa, en aquel cuchitril tan asqueroso como yo, ella estaba sobre mí como si pensara en dominarme, pero no se daba cuenta de que sus pechos estaban taladrándome la cabeza con la imagen de sus pezones. Mis manos, las verdaderas culpables la tomaron primero lentamente, vendiéndole una idea falsa. Sí, ya me había dicho que nadie la quería. Los múltiples abandonos por los que había pasado le habían dejado una autoestima notablemente baja, lo percibía por la excitación que sé sentía ante un ser tan horripilante como yo. Era la primera vez que estaba tocando una piel real y no el pellejo de mi entre pierna, desde mi última salida de cautiverio, que por lo tanto mi cuerpo deseoso no pudo contenerse. Pasaron varias semanas y muchas cartas plagadas de mentiras románticas primero para que me dirigiera la palabra, después para que me perdonara.

No importó el recuerdo, el pasado era historia, el dolor ajeno no valió de nada, fue mío, tan terrible y solitariamente mío.

Un golpe certero se asentó en mi entrepierna. Pasaron cinco minutos, me retorcía del dolor. La puerta sonó estrepitosamente. Se abrió y la vi partir. Ya sabía qué seguía…

Llevo diez meses en prisión, sus tetas están conmigo, en mi mente. Escribo una carta: Querida Rebeca…

Escrito por Jaime Garba y Yoshiro Luna

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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