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Cotidiano Extraordinario: Brownies para los jefes, la nueva columna de Benito Taibo

Por: Jafet Gallardo 20 Ene 2020
En una ocasión, el joven fue a recoger a sus papás a una fiesta en la que, después del postre, Paco […]
Cotidiano Extraordinario: Brownies para los jefes, la nueva columna de Benito Taibo

En una ocasión, el joven fue a recoger a sus papás a una fiesta en la que, después del postre, Paco Ignacio Taibo I y su mujer experimentaron un suceso “alucinante”.

Tendría yo unos 19 años, cuando un sábado extraño, de esos en que me quedé en casa en vez de irme de fiesta con los amigos, sonó el teléfono sobre las once de la noche.

Por Benito Taibo (@benistofeles)

Era mi madre, muerta de la risa:

—¿Puedes venir por nosotros a casa de Lola? —Pregunta entre tremendas carcajadas.

—Pero, ustedes traen el coche. —Respondo.

Oigo cómo le dice a mi padre que ellos traen el coche. Los dos se ríen cada vez más y más fuerte. Hay un eco extraño. Estoy entre asustado y sorprendido, jamás había pasado algo igual.

—¿Desde dónde me llaman? —Digo riéndome yo también, contagiado ante las tremendas carcajadas que salen del auricular.

Papá toma el teléfono.

—¡Desde un baño, el de abajo de la casa! Jajajajajajaja.

Y me cuelgan.

Yo sabía que habían ido a cenar a casa de unos amigos de toda la vida y que mis padres siempre fueron pachangueros irredentos. Si Hemingway decía que “París era una fiesta”, mis padres habían trasladado la máxima a su propia vida que siempre estuvo aderezada con multitudinarias comidas, cocteles, cenas y festejos de todo tipo con amigos de todo tipo.

Recordé el día en que un temblor había vencido la puerta de la entrada a los departamentos donde vivíamos todos en los años setenta, pero no por ello suspendieron la fiesta programada. Los invitados entraron por una escalera a la ventana del cuarto de mis padres, y de allí a la sala. ¡Incluyendo al grupo musical! Y todos salieron (arrastrándose algunos) por el mismo lugar.

Pido un radiotaxi y me voy a la casa de sus amigos.

Me abre la dueña con una sonrisa que le cruza la cara y le llega hasta las orejas. Una sonrisa congelada en la felicidad.

—¿Mis padres?  —Pregunto un poco mosqueado.

—Pasa, querido, creo que están en la alberca. —Dice. Y me pone en la mano un coctel rojo con una cereza verde coronándolo.

Los encuentro a los dos (padre y madre) con los pies metidos en el agua. Muy elegantemente vestidos y cagados de la risa.

—¿Papá, que bebieron?

—Vino. Jajajajaja.

Definitivamente no es normal lo que sucede y, sin embargo, tengo la sensación de que se la están pasando a toda madre. Me quito los zapatos y meto también yo los pies en la alberca tibia.

—¿Qué comieron que se pusieron así? —Pregunto, chapaleando y riéndome con ganas, con ellos.

—¡Unos brownies bueníiiiisimos! —Contesta la jefa.

Manejé de regreso con mis padres en el asiento de atrás “clavados en la textura”, que le dicen, viendo las luces de las calles con inmensa curiosidad, descubriendo montones de cosas nuevas en las que nunca habían posado la mirada.

Los brownies “bueníiiiiisimos”, por supuesto, contenían una enorme cantidad de marihuana, cannabis, mota. Ellos no lo sabían.

Creo que es de las pocas veces en que un hijo tiene que rescatar a sus padres de una fiesta. Me pareció genial y los dos se lo tomaron a chunga y se divirtieron de lo lindo. Nunca los volvieron a probar pero no satanizaron ni a los cocineros ni a los propios pastelillos.

Un par de años antes, me habían acusado en la escuela de ser un fumador de marihuana y llamaron por teléfono a mi madre. Ella y yo sabíamos que no era cierto. A mí no me gustaba entonces ni me gusta ahora.

Comenzó una acalorada discusión con la directora, que insistía en que yo fumaba. Y mamá, en sus trece, diciendo que no, que no era cierto.

Hasta que la maestra, desesperada, le dijo: “¿Y cómo lo sabe usted, señora?”

—Porque la que fuma soy yo. Fin de la discusión para siempre.

Mi mamá se volvió una suerte de heroína para mis jóvenes amigos y para mí mismo; pero pronto los decepcionó a todos, porque por más que buscaron, no encontraron la mota que supuestamente tenía en casa.

Todo esto viene a cuento porque me parece que la marihuana no es tan mala como dicen, sí logra hacer reír como lo hace. Y ya no diré nada acerca de todas las propiedades curativas que se le van encontrando día con día.

Lo único que me queda claro es que me encantaría que mis queridos jefes estuvieran aquí, con nosotros, y pudiéramos meter los tres los pies en la alberca, riéndonos a carcajadas después de haber compartido un verde pastel.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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