Hay mujeres que iluminan una habitación. Y hay otras, como Jameliz Benítez Smith, que la incendian. Modelo, fotógrafa, viajera y amante del riesgo, esta musa desafía los límites de lo predecible. Nacida en un pequeño pueblo, creció con el deseo ardiente de explorar el mundo y reinventarse en cada paso. “De niña me sentaba frente al espejo, no solo para probarme los vestidos de mi madre, sino identidades enteras”, confiesa. Desde entonces, quedó claro: su vida no estaría hecha de silencios.
Jameliz no llegó al modelaje por caminos convencionales. Fue el lente el que la eligió, no al revés. “Alguien me dijo que era increíblemente fotogénica. Esa primera sesión fue nerviosa… y liberadora”. La cámara se convirtió en su espejo, pero también en su cómplice. En cada disparo se revela más que una pose: se revela una filosofía.
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Su cuerpo ha recorrido paisajes que muchos solo sueñan: la Antártida, donde el silencio se vuelve mantra; Socotra, una isla que parece inventada por algún dios surrealista; y la Patagonia, donde la naturaleza indomable refleja su esencia más profunda. “Allí reflexioné mucho. El viaje externo siempre termina siendo un viaje interno”, dice con esa voz que no necesita alzar el tono para imponerse.
Lo suyo no es posar. Es vivir. Y cuando se sube a su motocicleta, el mundo se queda atrás. “El motor rugiendo, el viento golpeando la piel… ahí me siento más viva que nunca”, confiesa. ¿Su guilty pleasure? El látex, que no usa solo para fotos, sino para sí misma. Porque en Jameliz, el placer empieza por el amor propio.
¿Te sorprende que también practique paracaidismo? ¿O que dispare con más precisión que la mayoría de los hombres que conoce? No deberías. Porque esta mujer no pide permiso. Ella explora el deseo como se explora un nuevo continente: con respeto, pero sin miedo.
Jameliz Benítez Smith no interpreta la sensualidad. La encarna. Y mientras existan mujeres como ella, el deseo seguirá teniendo forma, voz… y nombre propio.