Méjico… de la J a la X

#LibrosAlDesnudo
Por Jaime Garba
Pocos se atreven a hablar de la idiosincrasia del mexicano porque es difícil encontrar el equilibrio y la autocrítica para hacerlo correctamente. Está Octavio Paz, que con su Laberinto de la soledad bifurcó críticas hacia el reconocimiento y la denotación, esta última acumulada por muchos otros factores mas igual mitigada por su prolífica aportación a la literatura mexicana. Me parece es “El Laberinto de la Soledad” una obra hoy en día hermética, apreciativa; todos hablan de ella pero son escasos quienes en nuestro tiempo la leen con el suficiente interés de encontrar nuestro reflejo como mexicanos. Por supuesto que otros autores lo han hecho, sin embargo el salto en estilo es suficientemente largo como para caer en Jorge Ibargüengoitia, quien más que explorar los oscuros caminos de nuestra identidad se dedicó a sacarlos a la luz para que nadie pudiera negar que aquello absurdo e irónico que a veces somos es parte inevitable de nuestro ser. Paz es como un grito desesperado por intelectualizarnos, mientras que Ibargüengoitia es la conciencia incómoda de los que temen aceptar que una parte de nosotros está más que jodida desde el inicio de los tiempos. De Jorge brinco a Antonio Ortuño, de quien no me cansó de decir es el heredero del guanajuatense; él mismo no niega su entrada en la adolescencia a la lectura de la literatura latinoamericana con el autor de “Instrucciones para vivir en México”, y no es que lo imite, por supuesto que no, porque la ironía y el sarcasmo no se puede copiar, brota naturalmente de quien también abre bien los ojos y se da cuenta de que la única forma de sobrevivir en una realidad a veces tan difícil es burlándote de ella. Así, el escritor tapatío de orgullosas raíces españolas, ha sido claro consigo mismo y su estilo, dejando la Literatura (así con mayúscula) para los que anhelan con la ciudadanía de la República de las letras, mientras que se dedica a lo que mejor sabe hacer: escribir.
Si con el Buscador de cabezas se adelantaba por poco a la caótica realidad de nuestro país, una violenta y surrealista, que sería el preámbulo de una que nadie creía llegaría; con la Fila india debeló la hipocresía del mexicano, aquella consistente en el flagelo por el maltrato, el sufrimiento y el desprecio de nuestros paisanos infligido por los gringos, mientras que a nosotros no nos acelera en lo más mínimo el pulso los asesinatos y vejaciones a los centroamericanos en nuestra tierra y que ven en México el infierno antes de llegar al paraíso anhelado. Es con esta novela la que también anticipa la hipocresía acontecida hace poco, la que estúpidamente pedía abrir las puertas del país a los refugiados Sirios mientras que se escupe la dignidad de los refugiados centroamericanos ya sea con el desdén o el secuestro, la violación y la extorsión de los criminales.
La carrera de Antonio llega a un punto alto con su nueva novela, Méjico, así, con J, un trabajo más complejo y bien estructurado que suena a un despliegue creativo impresionante que retrata situaciones político-sociales muy específicas desde cronologías distintas, unas que por un lado demuestran la necesidad de sobrevivir de los personajes y por el otro ese pensamiento contradictorio e irracional insertado por atavismo: el odio a los españoles por habernos conquistado pero, y parafraseando el libro, el deseo de que nuestras hijas se casen con un español.
Pareciera que el mexicano necesita a alguien a quien odiar, aunque no sea odio lo que se siente porque incluso para ello se necesita esfuerzo, uno que parecemos no tener, son apenas cachetadas débiles, por eso ya nadie hace caso a ese racismo, por eso pocos nos hacen caso ante las denuncias de discriminación hacia nosotros, porque en ocasiones es difícil salir de la incongruencia.
Hay un pasaje maravilloso que me encanta de la novela y que por supuesto es una minúscula parte comparado con las escenas maravillosas que contiene, cuando uno de los personajes principales va al mundial del 86 a ver un partido entre España y Brasil. Él, vestido con una playera española se incrusta entre miles de mexicanos que deseaban fervientemente la victoria de Brasil: “…al grupito de españoles y al todavía menor de vástagos suyos concentrados detrás de una portería les arrojaron orines, les recordaron la Conquista y les gritaron barbaridades violentas y sexuales con rostros desencajados…”
Esto como ya lo digo es sólo parte de una estupenda novela que muestra grandes personajes, construidos con la gracia de un escultor que piensa hasta en el más mínimo detalle, dotados de una psicología que apenas encendida corren en las persecuciones, en las decisiones y en las acciones que marcarán varios destinos, pues como lo dice Ortuño: “todos hasta el momento de morir, somos parte de líneas exitosas de seres que tuvieron que recurrir a lo que fuera para sobrevivir. Y sobrevivir es honrar millones de años de genealogía, un millón de guerras, un millón de malaventuras.”
Así, Méjico con J, es un repaso desde el México que creemos habitar, hasta aquel que en realidad es, sí con cosas hermosas, bellas, dignas, pero también otras que nos siguen sometiendo más allá que nuestro pasado.