#DeTresDedos: Oribe, Jekyll y Hyde
Por:
Jafet Gallardo
05 Jun 2018
No es el más fuerte, no es el más rápido y –lo saben de sobra– no es el más hermoso. […]
No es el más fuerte, no es el más rápido y –lo saben de sobra– no es el más hermoso. Pero en el juego de las comparaciones y de las historias sobre el proceso que finalmente ha llevado a la selección mexicana al mundial de Brasil 2014, el relato del ascenso de Oribe Peralta en la jerarquía del conjunto nacional parece inversamente proporcional a la caída del nivel futbolístico del Tricolor.
En los momentos en que todas las figuras europeas dejaron de encontrar su juego, acusaron problemas personales o fallaron goles cantados, Oribe emergió como el hombre de las responsabilidades y los compromisos dentro del campo. Bajo la sombra mediática de Chicharito, Gio dos Santos o las negativas de Carlos Vela, Peralta apareció de pronto como una respuesta inesperada y más que necesaria para hacer goles y obtener los resultados justos para llegar a la Copa del Mundo.
Para contar brevemente la historia de Peralta, voy a apoyarme de uno de los maestros de la novela del siglo XIX, el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894). Y es que la pluma de Stevenson sabía contar transformaciones de carácter aun antes que los modernos psicólogos asignaran términos y sintomatologías al asunto. Así lo demostró en una de sus obras más conocidas, la célebre novela corta de horror El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde (1886).
La historia es de dominio público y conmovió a la sociedad de su tiempo desde su publicación. Se cuenta que Stevenson la cristalizó a partir de una pesadilla que tuvo y la escribió de modo vertiginoso, en menos de 6 semanas, incluso aquejado por los dolores de la enfermedad. El novelista explora la dualidad del hombre y la lucha entre el bien y el mal que se da en la carne de un individuo, al grado de transformarlo no sólo en su interior, sino físicamente: Dr. Jekyll y Mr. Hyde son el contraste entre dos maneras de vivir, entre la desmesura y la contención moral, entre la pasividad y la violencia, entre la luz civilizadora de la ciencia y el salvajismo que perdura en el hombre.
Alegoría de contrastes por excelencia, la novela de Stevenson ajusta en el relato de Oribe y la selección mexicana. “El hermoso” nace en un ejido a las afueras de Torreón, crece como un futbolista más, se lesiona muy joven, juega algunos partidos sin goce de sueldo, peregrina por distintos equipos, come banca detrás de estrellas nacionales e internacionales, parece destinado a ser un anónimo más. Pero de pronto, algo sucede en 2011. Peralta se transforma a los 27 años. Gana en confianza y efectividad, comienza a resolver partidos, anota 35 goles en 48 partidos de año futbolístico 2011-2012 y convierte su primer gol con la selección nacional el 8 de agosto de 2011.
Le toca vivir el fracaso de la Copa América 2011 en Argentina, pero se sobrepone y se vuelve el goleador con la selección juvenil y luego de la selección olímpica. Es parte primordial de la inercia ganadora que obtiene la medalla áurea en los Juegos Panamericanos de 2011 y después la histórica medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012. Ese mismo año, Oribe asoma como una alternativa más cuando la selección de México parece dar pasos de gigante y llegar caminando rumbo al Hexagonal Final que da los cupos para el mundial de 2014.
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Entonces, como en el laboratorio del Dr. Jekyll, algo en el experimento sale mal. La selección de Chepo de la Torre es incapaz de ganar en el Estadio Azteca y no saca victorias como visitante. Después, el Tri es vulnerado en casa. El Mundial se aleja, el equipo nacional entra en crisis, Chicharito y Gio se eclipsan. Desfilan directores técnicos, los convocados cambian, los sistemas también. Sin embargo, frente a la debacle, la figura de Oribe crece. Desde su figura espigada y enflaquecida, desde sus rasgos sin aparente armonía, desde su dicción lenta, la talla y el peso de Oribe en la selección del último año se han vuelto refinados y artísticos en la hechura del futbol. El mote que lo denostaba se ha transformado, porque él aporta la belleza y la efectividad futbolística entre sus compañeros.

Desde la banca o como titular en los últimos encuentros, Oribe pasa de coro a protagonista. Jugando solo o acompañado, de espaldas o como definidor, Peralta resuelve las llegadas del equipo. Tras cuatro técnicos nacionales, ocho minutos fuera del Mundial y 82 jugadores convocados en un turbulento proceso hacia Brasil, Oribe anota, pasa, se sacrifica. Sus cinco goles en el repechaje ante Nueva Zelanda, la veneración nacional y la salvación de una franquicia económica descollante parecen colocarlo ahora como la carta más fuerte en el ataque verde.
¿Quién pensaría que el jugador que debutó a prueba por 2 meses sin goce de sueldo en Monarcas Morelia en 2003, se convertiría en un figurón de 3 millones de dólares en Santos Laguna? ¿Quién pensaría en las dos caras de la carrera de un hombre que nacido sin aparentes honores, se convertiría en el mejor delantero de México? ¿Quién pensaría que por lo menos por el día de hoy, camino a la Copa del Mundo, la selección nacional serían Oribe Peralta y diez más?
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