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#DeTresDedos: A lo Atlas

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
“Atlas es mejor en el caos” Tomás Boy, ex futbolista y ex entrenador del Atlas   Los amigos que comparten […]
#DeTresDedos: A lo Atlas
“Atlas es mejor en el caos”
Tomás Boy, ex futbolista y ex entrenador del Atlas
 
Los amigos que comparten mi afición futbolera me han preguntado por qué le voy al Atlas de Guadalajara, considerando que no nací en la Perla Tapatía ni tengo familia rojinegra y, sobre todo, por su escasez de títulos y triunfos deportivos: un campeonato de liga –en 1951– y sus cuatro títulos de copa –el último, en 1968. 
 
Yo lo explico de un modo simple (o eso creía): soy un tipo romántico al que le gusta el buen futbol, el juego de ida y vuelta con jugadores técnicos que apuestan por ganar, un club que prefiere al talentoso encima del mero dotado físicamente y regala improvisación, atrevimiento y locura, y de ese modo me recuerda que el campo es un sitio de magia espontánea. Y luego digo que yo vi a uno de los mejores equipos del fubol mexicano en aquel Atlas vertiginoso y juvenil de Ricardo Lavolpe que alcanzó su clímax en el año 1999 y perdió en penales una dolorosa, nostálgica final contra el Toluca.

La adolescencia es el tiempo de los deslumbramientos y las tormentas emocionales. En busca de un equipo y una identidad, recuerdo las noches de sábado en que miraba los partidos en televisión y gozaba o sufría las volteretas rojinegras. Cada partido de Atlas era una sucesión de instantes climáticos e inesperados. Victorias abultadas o de último minuto, empates providenciales, derrotas dolorosas o absurdas. Si el futbol es un lenguaje de signos, como lo supo Pasolini, hablar el idioma Atlas era estar con la poesía como la entendían los formalistas rusos: una alteración, una violencia de lenguaje que rompía lo establecido y descubría zonas de excepción en la norma.

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Desde aquella final del 99, asumí y fui entendiendo lo que significaba ganar (y perder) a lo Atlas: un estado anímico que es a la vez ese conjunto de situaciones inexplicables que amenazan siempre la decencia de un resultado que parece definido: expulsiones, desventajas, inexperiencia, fallas y goles asombrosos. Un juego de garra y energía para superar la adversidad, que se conecta sobre todo con la fatalidad y el sufrir, pero también tiene lazos con la magia: a partir de los años 90, tiene que ver con las maromas de Gerardo Mascareño para empatar a tres goles con el último gran Necaxa, con los zurdazos de César Andrade (retirado tristemente luego de un accidente), con el penal que falló Daniel Osorno y no le permitió al equipo campeonar en su momento en la Bombonera o el emotivo golazo del juvenil Edson Rivera que dedicó a su madre recién fallecida en 2013.

Y tiene que ver con la final de anoche, en que el Atlas reaccionó y superó en el segundo lapso al Morelia, empató una desventaja de dos goles y luego perdió en penales el que habría sido su 5º. título de Copa a manos del inspirado arquero Vilar. Todos los aficionados rojinegros pueden recordar más de un partido que ha sido ganado o perdido a lo Atlas. Todos han sufrido las burlas de los seguidores de Chivas o de América, rodeados de títulos que sostienen sus afirmaciones de supremacía. Han visto a rivales de menor tradición conocer la grandeza basados en la inversión económica y han sufrido las temporadas en el fondo de la tabla, arañando el descenso. Y sobre todo han hecho reclamos contra un manejo directivo lleno de confusión, malas administraciones y problemas personales.
 
Atlas es uno de esos clubes de los que uno puede enamorarse por su tradicional futbol propositivo y emocionante, sin importar la plaza donde se encuentre. Plagado de canteranos, el equipo corre, se entusiasma, se desequilibra, parece no estarse quieto. “Atlas es mejor en el caos”, dijo con sapiencia su ex técnico Tomás Boy. Cada jugador es el amigo sacado de un salón de clases que dribla por la banda, el niño inexperto y maleable, una posibilidad de picardía, una joya por brillar. Éste es el club que en la época reciente dio a Rafael Márquez, a Pavel Pardo, a Jared Borgetti, a Andrés Guardado. Uno vive de la ilusión de sus debutantes, de la intensidad de sus colores, de su afición de edades extremas. Y sucede que el amor entra por los ojos y uno dice “sí”, aunque no le digan cuándo. Y ve pasar los torneos y el Atlas se mantiene silencioso, mediocre, inestable, sin campeonatos.
 
Hace unos días, se anunció que los 124 socios del Club habían aprobado la propuesta de venta del equipo. De cumplirse, el club rojinegro sufriría uno de los giros más trascendentes en sus 97 años de historia. Los Zorros son el único club de Primera División que ha mantenido un esquema romántico de administración civil “comunitaria”. El próximo 19 de noviembre, la encrucijada lo coloca entre la posibilidad de ser estable económicamente, cambiar de manos y aspirar a nuevas glorias; o la pérdida de identidad, la desaparición y la mudanza a una nueva plaza. 
 
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La derrota de anoche duele, porque vuelve a dejar en la orilla el alegre accionar rojinegro. Dirán que la Copa se trata de un torneo al vapor, mal planeado, de baja calidad, revivido en un pésimo momento, y que muchos equipos no se lo tomaron en serio. Pero es un torneo de tradición y oficial. Una competencia a la que aspiraron equipos de todo el país y que entregó un premio: del tamaño que gusten, pero era un campeonato. Y pocas aficiones más ansiosas que la del Atlas, el club con la sequía más grande de títulos de liga entre los que han sido campeones del futbol mexicano.
 
Muchos olvidarán el partido de anoche. Olvidarán los errores de Pinto, la expulsión de Bravo, el talento de Edson Rivera, el golazo de Lucas Ayala, el juego entretenido y cardíaco que el Atlas regaló en otra de sus finales perdidas. Pero un puñado de ánimas rojinegras lo repasarán muchas veces, quizá melancólica, obsesivamente, como parte del pequeño culto de sus fieles, hasta que el destino del equipo se transforme.
 

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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