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#DeTresDedos: Conrad y la línea de sombra futbolera

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Joseph Conrad (1857-1924) fue uno de los más brillantes novelistas del siglo XIX. Su biografía es azarosa y aventurera, con […]
#DeTresDedos: Conrad y la línea de sombra futbolera
Joseph Conrad (1857-1924) fue uno de los más brillantes novelistas del siglo XIX. Su biografía es azarosa y aventurera, con amplias zonas de misterio, porque antes de tomar la pluma Conrad se dedicó a la vida marinera, hasta llegar a convertirse en capitán de distintos barcos. La vida siempre le representó desafíos. Huérfano a los doce años, Conrad hizo carrera no en su natal Polonia, sino en la potencia marítima de la época, Inglaterra, lo que le representó la asimilación de una cultura, un idioma y un estilo de vida distintos. 
 
En un caso que siempre ha maravillado a la crítica, Conrad fue uno de los fundadores de la novela moderna inglesa aunque ésta no era su lengua nativa, pues el escritor hablaba el idioma como una mezcla de sus lecturas de Shakespeare y de la lengua de los marineros con los que convivió durante años. Narrativa de alegorías, paisajes exóticos y vidas marítimas tocadas por la maldad, la corrupción, la ambición, la esclavitud o la locura; el extranjero que cimbró la literatura inglesa escribía en su tercera lengua, detrás del polaco y el ruso.
 
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Aunque los ejes temáticos de la obra de Conrad no pasan por el deporte, su aparición en estas líneas se justifica por un concepto que dibujó en uno de sus últimos trabajos narrativos. La línea de sombra, novela corta del año 1915, cuenta el tránsito de la juventud a la adultez de un capitán sin experiencia que dirige por primera vez un barco y narra los contratiempos y dificultades con los que se enfrenta en su camino al conocimiento y la madurez. La “línea de sombra” simboliza ese duro paso para llegar de una etapa vital a la siguiente y determina el momento de un cambio profundo en un proceso de vida.
 
El deporte, como parte de la vida, también conoce ese momento de transformaciones mayores. Algunos dicen que el futbol mexicano tuvo su “línea de sombra” cuando aumentó la experiencia internacional de sus equipos y comenzó a competir en la Copa América y los torneos de clubes sudamericanos, a partir de 1993. Otros dicen que su transformación inició cuando volvió a jugar la Copa del Mundo de manera ininterrumpida, en 1994. Otros hablan de la camada que se conjuntó bajo el mando técnico de Ricardo Antonio Lavolpe entre 2002 y 2006. Unos más proclamaron con bombo y platillo la madurez del futbol nacional a partir del triunfo mexicano en el Mundial Sub 17 de Perú 2005.

No es un secreto que las promesas de gloria abundan en cada proceso mundialista, pero el logro de aquellos campeones juveniles entusiasmó a más de uno. Era real, tangible, oficial. Los llamaron “la generación dorada”. Con ellos y los jugadores ya formados, parecía que México dejaba de ser un marino inexperto, condenado al “ya merito” y las eliminaciones desde el punto penal, para tomar su sitio como capitán en una nueva generación de potencias futbolísticas. Después de años de tormentas, fracasos, naufragios y desempeños mediocres, el barco tricolor se enfilaba a la ensenada de los triunfos mundialistas. 
 
Sin embargo, la historia siguiente es bien conocida. Tras el criticado proceso de Lavolpe, del que quedaron destellos de buen futbol y una “honrosa” eliminación ante Argentina en los octavos de final en el Mundial de Alemania 2006, hubo procesos truncos y el carrusel de técnicos nacionales comenzó. Aparecieron extranjeros, mexicanos, interinos. El nivel de los futbolistas que viajaron contratados a Europa sufrió el mismo síndrome de irregularidad. Banca, escasas actuaciones, lesiones, problemas fuera de cancha, traspasos sin futuro o descenso en su nivel de juego. Además hubo polémicas directivas y de dopaje.
 
En el último año, todos los dolores de crecimiento se le han acumulado al futbol mexicano. Un crecimiento vociferado y mediático, pero de escasas confirmaciones en las competencias internacionales, salvo el oro obtenido en los Juegos Olímpicos de Londres. Ni los resultados ni la forma de juego acompañaron al Tri en 2013. Ante el clamor popular, y sobre todo el clamor económico, echaron del barco a José Manuel de la Torre para traer a Víctor Manuel Vucetich.
 
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En estos meses, se ha amado, exigido y odiado a jugadores como Javier Hernández, Giovani Dos Santos, Andrés Guardado y Guillermo Ochoa; sin olvidar la polémica con las negativas a la selección de Carlos Vela. Se han buscado salvadores en la liga local, como Oribe Peralta. Lo mismo ha sucedido con los llamados de jugadores naturalizados, como Christian Giménez o Lucas Lobos. Incluso se ha recurrido a un “viejo lobo de mar” con el regreso del antiguo capitán y líder lavolpista, Rafael Márquez. La amenaza del naufragio sacude hasta a los tripulantes más emperifollados.
 
Lo único cierto es que la línea de sombra se presenta al futbol nacional como una bofetada de realidad. El destino de un negocio, de una marca y de un producto llamado futbol mexicano se concentra en los próximos dos partidos eliminatorios contra Panamá y Costa Rica, con la muy probable escala en tierras neozelandesas para un repechaje. Una línea de sombra que ya no se sitúa en la madurez, las grandes travesías ni su emerger como potencia del balompié mundial, sino que se contenta por ahora con un pasaje de tercera a la Tierra Prometida de Brasil.
 

 

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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