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#DeTresDedos: Albert Camus, el portero

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Lo que más sé, a la larga, acerca de moral  y de las obligaciones de los hombres, se lo debo […]
#DeTresDedos: Albert Camus, el portero
Lo que más sé, a la larga, acerca de moral 
y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol.
Albert Camus
 
No me es fácil ver las fotografías de Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960) sosteniendo a sus hijos, con el cigarrillo en la boca, o sentado de niño con boina y shorts en un campo polvoriento de su natal Argelia a punto de iniciar un partido, y recordar que su vida terminó cuando su coche se estrelló absurdamente en la carretera. Él había declarado alguna vez que no conocía manera más idiota de morir que en un accidente automovilístico. 
 
Sí, Albert Camus es uno de los grandes escritores y pensadores de la llamada filosofía del absurdo. Novelista, cuentista, dramatugo, ensayista, periodista combativo de la Resistencia Francesa; Camus sería uno de esos polifuncionales que tanto admiraría el futbol total de Rinus Michels o el irascible Lavolpe. Por lo menos eso pensaría yo, porque si hay otra cosa que me hace admirarlo a la par de su estilo y muchas de sus ideas, es que a Camus le gustaba el futbol y jugó al balón desde niño. 
 
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Camus aparece al frente portando una boina.
 
De hecho, el narrador tuvo una pequeña carrera amateur como portero con clubes en Argelia, hasta que la tuberculosis lo obligó a colgar los guantes a los 17 años y abandonar su puesto como arquero en el Racing Universitario de Argel, pero nunca dejó de ser fan declarado del Racing Club de France en París, un equipo que ganó la Ligue 1 en 1936, que jugaba una vez al año un partido amistoso contra el Arsenal F.C. y que ahora deambula tristemente arruinado en la quinta división francesa.

He escuchado a varios decir que la del arquero es una de las posiciones más filosóficas y reflexivas dentro de la cancha, desde que apareció en el juego por ahí de 1871. Los arqueros tienen perspectiva y una visión privilegiada del campo, pueden leer la dinámica del juego. Bastantes porteros han sido entrenadores (Dino Zoff, Nery Pumpido, Antonio La Tota Carbajal), y todo futbolista sabe que el arquero, acaso sólo disputado por el defensa central, es el hombre que manda en la última línea, da gritos, ordena, acomoda y muchas veces saca al equipo para mostrarle dónde jugar y cómo pararse en el campo.
 
Algo de eso tendría Camus en un tiempo en que las ideas y los “ismos” habían desecho a Europa después de una guerra, cuando los hombres se atacaban y se acusaban de colaborar con un bando u otro, en un momento de juicios y argumentos entrañables, violentos o pesimistas. Desde su pequeña portería simbólica, Camus escribió sus ideas y mandó sus mensajes. Condenó la violencia totalitaria y también la violencia revolucionaria de la izquierda, así como los bombardeos nucleares; exigió libertad y responsabilidad a los hombres de su tiempo, protección a la población civil e independencia de los periódicos frente al poder. 
 
Como todos los porteros, Camus tuvo salidas arrojadas y enfrentamientos en el área. Chocó contra los diarios oficiales desde la redacción Combat. Chocó con Jean Paul Sartre, quien le reprochó la condición meramente estética e idealista de sus ideas sobre la revolución. Chocó incluso contra quienes creían que darle el Premio Nobel de Literatura a la edad de 44 años era galardonar a un escritor aún demasiado joven o con ideas cambiantes o embrionarias. Chocó desde niño para vencer un origen humilde y la orfandad, apoyado por un maestro de primaria al que le guardó gratitud durante toda la vida. Irónicamente, ese destino de impacto inevitable lo alcanzaría también en la muerte.
 
Aunque discreto, me parece que Camus es uno de esos escritores que conservan lectores hasta nuestros días. Lo envuelve un halo casi mítico, de quienes mueren jóvenes y aún nos dejan esperando lo mejor de sí, incluso aunque el francoargelino ya tenía una obra sólida: El extranjero, La peste, La caída, El hombre rebelde… Pero Camus no se recluyó y jugó para ese equipo ideal e imaginario de los hombres que llaman justicia a la justicia. Estaba por una idea de fraternidad humana y esfuerzo colectivo como la que aún se conoce en los pequeños equipos de futbol entre amigos. Por eso amaba tanto ese deporte y valoraba la amistad. Fue así de sencillo, complicado y profundo.
 
Antes que hacerle una estatua, prefiero recordarlo esta vez atajando un balón en su infancia, en un juego del llano, en un partido épico y que olvidará muy pronto. Dicen que cuando un periodista le preguntó, tras la concesión del Premio Nobel, qué cosa elegiría si pudiera entre el futbol y el teatro, Camus eligió el balón.

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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