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#PlayboySeLee: Bailando fuera del límite

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
De ser un gusto bastante minoritario, el demonio de la música dance electrónica, impulsado por la droga, es ahora el […]
#PlayboySeLee: Bailando fuera del límite

De ser un gusto bastante minoritario, el demonio de la música dance electrónica, impulsado por la droga, es ahora el entretenimiento mainstream de Estados Unidos, con sus repercusiones dentro de la cultura norteamericana aún por verse. La explosión de la música electrónica es un fenómeno fascinante para los observadores de la escena. En el más reciente Ultra Music Festival en Miami, sentí como si estuviera retrocediendo en el tiempo y recordé los raves del Edinburgh Rezerection en los 90, salvo porque la gente bailaba semidesnuda bajo un sol quemante, en vez de ponerse azules por la congelación.

He asistido a raves (ahora una palabra tabú, remplazada por el título prosaico de “festivales de música electrónica”) por todo Estados Unidos durante 20 años, sobre todo en California, pero también de Chicago a Nueva Orleans y Nueva York. En eventos como el Ultra y el Electric Daisy Carnival en Las Vegas, la multitud se vuelve loca, y para los veteranos malhumorados como yo hay algo a la vez inspirador e inquietante en esto. Sonaría tonto argumentar que la experiencia moderna de la música electrónica es inferior a la de la vieja escuela, sólo porque mis piernas de cincuentón y mi físico significan que ya estoy harto de los tipos que aguantan 24 horas y de los químicos que les dan energía. Sería como si un eunuco recientemente castrado discutiera que ya no se hacen orgías como las en que él participaba. Pero nosotros queríamos que la música electrónica conquistara el mundo y ahora ha sucedido. ¿Entonces por qué tanto escepticismo? Después de todo, la música dance, o house, o techno, no es estrictamente una invención europea. Pudo haberse redefinido para el consumo masivo en el Viejo Mundo, pero es tan estadounidense como el pay de manzana, forjado en las grandes ciudades musicales como Chicago, Detroit y Nueva York.

Si te gusta el espectáculo, la música dance electrónica es difícil de vencer, llevando las bases tradicionales del rave con lasers, estrobos, luces y ciberproyecciones, a nuevos niveles. Como el decano de los presentadores de la música electrónica británica, Simon Reynolds, observó en el Guardian: “Esto cuesta mucho, pero artistas del nivel de Deadmau5 ganan mucho, tanto un millón de dólares por aparición en un festival, mientras que Skrillex gana 15 millones de dólares por un trabajo. Con los boletos del día vendiéndose en 125 dólares y unos 300 mil asistentes en los tres días, el Electric Daisy Carnival de Las Vegas debe haber sumado unos 40 millones”. Ahí está el meollo: los conciertos ahora se definen simplemente en términos de su éxito comercial; según el artículo que leas, hallarás que promocionan a Skrillex, Deadmau5 o Tiesto como el show más grande / más lucrativo / de mayores ganancias en la música electrónica.

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Los nuevos artistas de la electrónica ya no son los DJs de la vieja escuela que responden a los cambios de ánimo de la multitud, dirigiendo la fiesta desde enfrente. Son por lo general una raza de productores orientados al negocio que programan sus sets para que empaten con los sistemas visuales y de iluminación que te dejan atónito. El comentario de Deadmau5 de que las estrellas actuales de esta música básicamente sólo presionan PLZ causó que el cabello de algunos se erizara, pero era una declaración honesta. Deadmau5 sostiene que el verdadero arte está en el estudio de grabación, no en la presentación.

Tal vez los viejos como yo necesitamos ser realistas en cuanto a la electrónica. Después de todo, una producción de Jerry Bruckheimer tendrá más espectadores que el mejor drama de HBO. Siempre fue así. Tal vez nos tomamos muy en serio la música electrónica. Entonces, ¿por qué su explosión de popularidad llena nuestras viejas mentes de preocupación? Para responder esta pregunta, necesitamos considerar dónde empezó la escena y dónde ha terminado.

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Es difícil pensar en dos paisajes más diferentes que el glamoroso campo de juegos de Las Vegas, sobresaliendo del desierto, y la “isla mágica” de Ibiza, la capital europea de la música house. Yo no fui introducido a la música house y el éxtasis en ninguno de los dos. Ese momento tuvo lugar en los más prosaicos alrededores de una fiesta de navidad del consejo de la ciudad de Edimburgo. Titubeante, tomé una pastilla, temeroso de todas las drogas debido a una mala experiencia anterior con heroína. Para mi sorpresa, anhelaba los beats del house cuando estaba en éxtasis, casi tanto como había sido ambivalente a ellos cuando tomaba alcohol. Estaba encantado cuando mi amiga Susan, que me había dado la pastilla, me sugirió que nos fuéramos al Pure, un legendario club de Edimburgo. Lo entendí. Era un converso. Éste era el año cero.

Ibiza vino después. Esos veranos hedonistas de suprema decadencia culminaron en mi actuación de DJ ante 10 mil ravers enloquecidos en el manicomio balear que es el club nocturno Manumission. No era un gran DJ, pero no importaba. Tenía las canciones en mi mochila y todos tenían las cabezas trituradas por el éxtasis y la adrenalina, así que el lugar se volvió loco. Yo también. Me había involucrado en una escena que era un disfrute eufórico, arrobador. Había estado en Londres cuando el punk estaba en lo más alto y pensaba que ése era mi cenit. Eso sólo había sido el calentamiento. Sí, esto también tiene su lado negativo –las drogas y la intoxicación generalmente lo tienen– pero no me lo hubiera perdido por nada.

El spring break en Estados Unidos, que ya no se limita a la primavera o a los universitarios, otorgó la razón de ser cultural y masiva a la música electrónica, arrojando un montón de cuerpos a un beat de 4/4 y una luz de estrobo. Por algún tiempo los jóvenes (y los no tan jóvenes) han inundado lugares como Las Vegas y Miami Beach, buscando fiesta. La música electrónica ha provisto el espectáculo. Es grosero decir que la electrónica equivale al house y al techno más la cultura spring break, pero los dos primeros trajeron el ritmo, y el último, los cuerpos en busca de diversión.

De manera más crucial, Internet demolió las viejas barreras entre culturas, terminando con la demora que prevenía la propagación norteamericana de los géneros de dance basados en el Reino Unido, como el jungle. Cuando los DJs de Estados Unidos pusieron sus manos en los sonidos más recientes para importarlos, éstos eran obsoletos y ya no eran esenciales. Ahora el dubstep, la escena dance original completamente trabajada en redes, disfruta de una sincronización global, con un comercio relativamente libre de archivos de sonido y nuevas versiones de canciones y mixes de DJ en las radios piratas, que los fans postean después en YouTube. La música electrónica se extendió como un virus una vez que las grandes presentaciones empezaron sus giras en suelo estadounidense, y no tomó mucho para que los productores americanos la integraran en shows en casa o en el extranjero.

La génesis de este ascenso podría enmarcarse en los eventos de R&B y de hip hop llegando a Ibiza, al consumo de pastillas, al descubrimiento de David Guetta y sus álbumes Fuck me I ?m Famous!, y sus colaboraciones para crear grandes hits de pop para antros. P. Diddy, Chris Brown, Black Eyed Peas y Kanye West convirtieron a la música dance en algo cool al dejar en el margen el factor gay. Esto, dice la luminaria de la música dance Arthur Baker, sentó el camino para la conquista de Las Vegas por gigantes del dance “como Paul Oakenfold, que elevó las cosas al hacer un tour con Madonna, y luego la nueva escuela que creció en casa, como Deadmau5 y Skrillex, que le dio a los chicos sus propias estrellas”.

Inseparable del lado artístico de la ecuación, está el cambio de imagen de la escena comercial. Consistía básicamente en hallar una nueva terminología que disociara los raves y la música house y techno de las tradicionales preocupaciones que la autoridad y los padres tenían sobre ellos: una atmósfera sexy de cuerpos casi desnudos y, sobre todo, la sumisión de casi todas las cabezas de los participantes a la acción de los químicos. Lo que provocó este cambio ocurrió en el Electric Daisy Carnival de 2010 en el Memorial Coliseum de Los Angeles. Publicitar la cultura rave como música electrónica es una cosa, pero el pasado no se iba de un soplo. Una chica de 15 años que había logrado pasar los controles de restricción de edad del evento se convirtió en la primera víctima de alto perfil asociada al éxtasis. Las protestas que siguieron a esta tragedia pudieron ser un golpe, pero en realidad le dieron una ventaja a la música electrónica en Estados Unidos. Electric Daisy Carnival salió de Los Angeles, pero por un azar para la escena floreciente, se movió a Las Vegas. Aún más, el incidente hizo público que estos enormes eventos existían en el país norteamericano.

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Lo que tradicionalmente llamamos raves atrae no sólo al público, sino a los empresarios del entretenimiento. Más baratos para hacerse que los festivales de rock, involucran menos gente con quien lidiar y menos equipo de qué preocuparse. Irónicamente, debido al éxtasis, las multitudes se comportan mejor aquí que en los alcoholizados festivales de rock. Además, Estados Unidos tiene enormes estacionamientos y grandes estadios, y una cultura de gente acostumbrada a llenar estos espacios. El factor más grande quizá reside en esas tres pequeñas letras: MDE (Música Dance Electrónica). Los estadounidenses no son el pueblo más difícil para venderle cosas y eso le viene de ser la más antigua sociedad de consumo masivo del planeta. Es una ley no escrita que cualquier evento de participación, para ser exitoso, debe tener tres letras: UFC, NBA, NFL, MLB.

Llevar la música electrónica al mainstream musical requiere viabilidad financiera. Su beat necesita infectar casi todas las corrientes de la música popular. El problema con esto es que puede significar que mucha de la música no sea muy buena. Es difícil refutar el argumento de que la electrónica alimenta a un público que sólo quiere entretenimiento y tiene una mínima inmersión o inversión emocional en el suceso. Un argumento más en contra dice que las generaciones más viejas del rave se quejan de la comercialización de la música dance. Nosotros fuimos los primeros que, hartos de campos fríos y fábricas en desuso, pedimos baños y bares. No puedes tener lo justo en el mundo capitalista del entretenimiento, sólo demasiado. Así llegó el lounge VIP y los cordones de terciopelo del superclub, otro precedente de la electrónica.

No estoy en posición para lamentar el ascenso del espectáculo musical sobre el desempeño del DJ en la música dance. Pero quiero que la gente conozca la historia y el espíritu del rave. Como Baker dice: “nadie está educando a los chicos en sus raíces étnicas underground, en los fundadores de la vieja escuela. El ciclo de historia de la música dance tiene entre 5 y 10 años; antes de eso, los jóvenes no tienen ni idea”. Sería genial que los chicos escucharan al desaparecido Larry Levan, a Derrick May, Kevin Saunderson, Juan Atkins y Frankie Knuckles. Si estás invirtiendo fuerte en términos de tu tiempo, dinero y vida social, deberías conocer al respecto. ¿Por qué? Porque es tuyo: es tu cultura y tu historia. Si no, eres sólo otro consumidor pasivo en la línea del supermercado, esperando la siguiente tonada antes de hacer la rutina del hámster en la rueda.

De manera preocupante, hay signos de una inminente mano dura en Estados Unidos. No hay duda de que la experiencia con electrónica se trata menos de la música o de bailar, que de ser sólo una cara más en esta enorme extravagancia, dándole duro a la fiesta y quedando tan jodido como sea posible. Otro elemento de la música electrónica contemporánea estadounidense, que comparte con las escenas más duras de Europa, es que bajo el velo de celebración hay frecuentemente un tangible sentimiento de enojo y alienación. Miembros de la generación de la electrónica son los primeros estadounidenses que serán más pobres que sus padres, y cargan una palpable sensación de frustración con ese estatus.

Mientras tanto, la trágica muerte relacionada al éxtasis del 2010 ilustra que la escena electrónica crece en notoriedad y que tales incidentes sólo pueden hacerla más visible a las autoridades. El hecho ilustró la inevitable relación entre la electrónica y el éxtasis. Habrá mucha gente que dice que las drogas son irrelevantes, que todo se trata de música y que pueden bailar en un estado trascendental. Pero con unas pocas excepciones de nerds del new age o de rehabilitados, eso es basura. Si hay una fiesta en un penthouse, 90 por ciento de la gente, o más, preferirán el elevador express que sesenta pisos de escaleras. El éxtasis, al incrementar la sensibilidad a la luz, el tacto y sobre todo el ritmo, trajo la explosión del rave británico y europeo, como otros cócteles genéricos de drogas lo hacen en Estados Unidos.

Mientras escribo esto, hay movimientos cerca de la ciudad de Miami para restringir el Ultra Festival, una magnífica fiesta de tres días que convierte un centro estéril en un carnaval tropical. Las drogas han sido mencionadas. No importa que cada fin de semana, en todas las ciudades estadounidenses, casi tantas drogas serán consumidas por gente sin supervisión que probablemente tendrá contacto con ciudadanos sobrios que andan por la vida haciendo lo suyo. Un festival de música electrónica que conlleva una juventud danzante, energizada por la droga y sexualmente liberada es un blanco fácil para políticos reaccionarios que tratan de acaparar titulares.

Tristemente, la música electrónica parece casi hecha a la medida para ser empujada a la línea de fuego, en un país que se divide de manera creciente por la edad y la ideología. La amenaza al Ultra muestra que los legisladores de derecha, con su búsqueda incesante para controlar el útero y prohibir donde el pene puede ser o no introducido, ahora tienen estos eventos en el radar. La música dance electrónica ha cambiado a Estados Unidos y lo está cambiando aún. Sujétense fuerte; podría ser un viaje agitado.

(Traducción: Adán Medellín)

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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