Río, deleite carioca
Por:
Jafet Gallardo
05 Jun 2018
Me tardé en llegar a esta ciudad brasileña aproximadamente 22 horas, pero eso fue por la incompetencia de las aerolíneas […]
Me tardé en llegar a esta ciudad brasileña aproximadamente 22 horas, pero eso fue por la incompetencia de las aerolíneas norteamericanas (las peores del mundo, sin duda). Así que cuando por fin pisé tierra carioca, estaba rendida, pero no me impidió admirar la principal atracción de esta ciudad: su gente. Así es, son hermosos; hombres y mujeres practican juegos de pelota en las playas de Ipanema o Copacabana o se ejercitan en una especie de gimnasios al aire libre. Las garotas –para deleite de los caballeros– efectivamente andan a la orilla del mar con tangas o en las calles de la ciudad con escasísima ropa.
La ciudad del carnaval eterno no es Río, es Bahía, pero Río es también pura fiesta; o al menos eso sentí yo (no quiero pensar lo que siente un ruso o un alemán cuando se encuentra entre cariocas). Caminar por la calle es todo una experiencia pues podrás ver desde chicas bailando samba, hasta grupos de capoeira en plena calle: a mí me tocó ver a tres brasileños que, como si nada pasara, brincaban coches enteros en los altos simplemente para recibir unos pesos y unos aplausos… igualito que los limpiaparabrisas mexicanos; sin comentarios.
El Pan de Azúcar fue mi primera visita turística obligada, y no me arrepiento. Es un peñasco o morro, como le dicen en Brasil, y se encuentra en la boca de la bahía de Guanabara; tiene 396 metros de altura y le da a la ciudad uno de sus lados de postal. Si quieres, puedes subirte al teleférico de cristal artesonado que recorre una ruta de 1,400 metros entre los morros peñascos de Babilona y Urca cada cinco minutos.
Mi siguientes paradas fueron, por supuesto, el estadio Maracaná y el Corcovado, Jesucristo que me calló la boca con su imponente presencia… yo, que lo tachaba de poca cosa. Pero eso lo dejo para siguiente semana.
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