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Fernando Méndez Corona: el pintor de la nostalgia fronteriza

Por: Viko Rodríguez 25 Jun 2025
El artista mexicalense Fernando Méndez Corona he llenado de arte las calles de Mexicali, con la férrea intención de honrar el recuerdo.
Fernando Méndez Corona: el pintor de la nostalgia fronteriza

El desierto quema. Arde. Vela irremediablemente la cinta de la memoria. Todo, con el tiempo, se rinde ante el hostil entorno, todo cede a los inclementes calores infernales de Mexicali. Fernando Méndez Corona observa detenidamente aquello que se diluye, lo efímero fronterizo. Gotas cargadas de emociones escurren de su pupila al lienzo. Pocos soportan la mirada al vacío que se traga todo; uno de ellos es él, el artista. Fernando llora dentro del lienzo. Jamás intenta con su brocha detener lo irremediable: más bien honra el eco del recuerdo que se evapora en la frontera norte mexicana.

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El artista mexicalense Fernando Méndez Corona es un animal desértico: “Me di cuenta que estaba, física, mental y espiritualmente, en comunión con el desierto; verás, el desierto es como una gran canva: blanco, listo para ser tomado. Es lo que los texanos denominan como  great wide open, de cielos amplios y atardeceres que explotan en el horizonte.”

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Las batallas con rodillo y brocha 

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Ese horizonte tiene siempre su lugar dentro de sus obras, como un personaje más, uno que habla con su propio color. Él, también, siempre está allí, como si fuera un guardián de la memorabilia. Se siente su presencia. Se incrusta como parte de western moderno en un erosionado paisaje social, uno donde huele a conflicto. Corpulento, de piel bronceada a pulso por las batallas con rodillo y brocha con las que ha marcado cientos de muros urbanos fronterizos, logra traducir una candidez entremezclada con pesar. Un tanto melancólico, un sentir que distingue a una generación de cachanillas gentilicio de los nacidos en Mexicali que ha sido testigo del abrupto cambio del mundo análogo al digital, de la fragmentación de la comunidad como efecto secundario del capitalismo. 

En su obra, Fernando narra la historia de una ciudad joven, de cultura mutante, que se mimetiza al American Way of Life impregnada de una mexicanidad traída por generaciones de migrantes que han vuelto a Mexicali su hogar. Este espacio, su ciudad, es su entorno. 

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El muralismo: la subversión temporal

Observa sigilosamente y traduce lo que ve mediante todas las técnicas a su alcance. Dibujo, grabado, acuarela. Óleo cuando merece un trazo tajante. También acude al muralismo como una forma de subversión temporal, con el que narra episodios pasajeros de la cotidianidad en la border. Trazos duros, como si el golpe buscase ser una marca, una cicatriz que sirva de recuerdo. Observa de nuevo el lienzo de una postal que se desvanece rápidamente en la frontera. En muchas de sus obras, llueve, algo completamente raro en el desierto. A veces siento que esas lágrimas cromáticas le pertenecen, son su manera de condensar el fugitivo relato. 

Una vida dedicada enteramente al arte contemporáneo en la frontera. Su localismo es palpable. No lo niega. Se reconoce como parte de lo que le rodea. Se dice local, radicalmente local: “Tiene que ver con una especie de aferramiento a un entorno específico, crear a partir de darle un sentido estético a una identidad que está en ciernes como la nuestra”, expresa el artista. 

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La mirada de Fernando Méndez Corona

En uno de los diálogos de la novela 2666, del escritor chileno Roberto Bolaño, se explica sobre la ilusión de movimiento provocada por una impresión en la retina, de las imágenes que permanecen fracciones de segundos aun cuando cerramos los ojos. Imágenes que se queman en la retina para luego evaporarse y volverse memoria. Este fragmento de la reconocida novela latinoamericana siempre me conecta con las obras pictóricas de Fernando Corona. En especial con las miradas. Muchas veces, el artista recurre a la mirada como elemento de expresión pictórica. Ojos repartidos en las entrañas de la ciudad; en los callejones, paredes internas, sobre tanques. Especialmente resaltan cuando quedan plasmadas en gran formato sobre muros u objetos. Parece especialmente atraído por superficies discontinuas, donde colisionan texturas y materiales. Al parecer este encuentro entre lo discontinuo sirve perfectamente a las historias que buscan aferrarse a la retina de la historia. 

Corona crea esa mirada, una que agradece y enaltece todo lo que observa. A su vez, de alguna manera sirve a la ciudad misma, a manera de tributo, dándole la posibilidad de observarnos mientras creamos, transformamos, destruimos.  

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Recurrir al vacío

Fernando recorre su ciudad. Parece atraído por los pequeños rituales que, por minutos, tienen un fulgor propio de lo mundano. Esto, lo que queda momentáneamente grabado en su retina, lo interpreta dentro de sus obras. Vestidos colgados en la cerca de malla ciclónica de un sobreruedas ubicado en una colonia popular. El juego infantil de una cadena de comida rápida olvidado de los noventas. Una combi abandonada. Recurre al vacío, uno que resalta, es palpable. Dos sillas, sin dueños. Una estación de camiones, sin clientes. Una portería, sin goles. Un taxi, sin pasajeros. En su obra, el vacío, fuerza dominante en el desierto, todo lo conquista. 

Este cambio constante y observable parece estimularlo. Atrevido en su paleta de colores, experimenta. “Me doy a lo lúdico, lo circunstancial; que la experiencia personal y la onírica se desborden”. Se siente cercano al término “asalto emocional estético”, que traduce en su búsqueda de aterrizar de manera certera un impacto directo en la obra.   

Su firma, la corona, queda como marca legionaria del artista que se atrevió a cruzar el desierto de la memoria, donde carga y plasma los recuerdos de nuestra frontera, en el que siembra imágenes contenidas en la naciente identidad. Siempre con la mirada en un porvenir: la esperanza del mañana que nunca muere en el desierto fronterizo. 

 

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Viko Rodríguez Escritor Periodista y fotógrafo norteño. Naturaleza y gastronomía se han vuelto su obsesión, a los que dedica la mayoría de sus investigaciones y coberturas.
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