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¿Cómo suena una visita a un hotel swinger? Apetito, concupiscencia, deseo

Por: Mónica Soto Icaza 03 Feb 2021
¿Cómo suena una visita a un hotel swinger? Tenemos una infiltrada que nos contará su experiencia con lujo de detalles.
¿Cómo suena una visita a un hotel swinger? Apetito, concupiscencia, deseo

¿Cómo suena una visita a un hotel swinger? Tenemos una infiltrada que nos contará su experiencia con lujo de detalles.

Empiezo el invierno en la playa con el sol en la vulva. El Mar Caribe en la retina detrás de las gafas oscuras. La sonrisa involuntaria en los labios. Una mano sobre la pierna derecha. La mente tan vacía como monje tibetano en trance. En la desnudez me es más sencillo invocar a Dios.

Termino la copa de vino blanco, un Chablis, y la página del libro que leo, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Me levanto para ir a liberar la vejiga. Mi único atuendo son los zapatos y el cubrebocas. No soy la única, todos los viajeros alojados en este hotel se encuentran en las mismas condiciones.

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Paso junto a una pareja. Una mujer y un hombre que parecen recién llegados a la adultez, descontextualizados de los demás. La mayoría de los huéspedes de este sitio son de más edad; a pesar de mis 41 años recién cumplidos, suelo ser la más joven, o de las más jóvenes, por eso me sorprende encontrarlos ahí. Siento los ojos clavados en el derriere. Volteo. Los dos me miran. Hacen un guiño y vuelven a enterrarme las pupilas en la piel. Humedezco los pliegues del coño. Se refresca.

Continúo mi camino hacia el baño. Las cabezas se levantan a mi paso. Estiro la espalda, bajo los hombros, saco las nalgas y sigo has- ta llegar a la puerta de madera. Al terminar me miro en el espejo. Tengo la nariz enrojecida, también las tetas en el lugar donde me asoleo pocas veces al año. Mi cuerpo es cómplice de mi mente. Ambos desean un cuerpo ajeno. Pienso que la palabra “deseo” se queda corta para describir mis ansias.

Reaparezco en el territorio de la alberca. Las cabezas vuelven a elevarse. Al pasar a un costado de otro par de nudistas, ella me habla. “Hola, qué bonita eres. ¿Nos dejas tocar- te?”. Me ruborizo. Doy un paso hacia el centro de sus camastros. Les tomo las manos al mismo tiempo y me las pongo en las caderas. Los suelto. Ellos acarician mi epidermis. Cintura. Vientre. Piernas. Pecho. Cuello. Él se adelanta y me da un beso en la parte final de

la espalda. Mis poros se alborotan y salen a saludar. Son correspondidos por otros labios. Los de ella un centímetro abajo del ombligo. Les doy las gracias y me marcho a reencontrarme con mi novio.

Regreso a mi cama sobre la arena. El dueño de mi impudicia me recibe con un beso. Me siento entre sus piernas. Me deleito en su verga en descanso. Fantaseo con el proceso de erección. Recargo la cabeza en su pecho. Le platico de los mimos de unos minutos antes. “Ya sé a quiénes nos vamos a coger en la no- che”, digo. Él se endurece.

Estira el brazo. Su dedo medio encalla en mi clítoris. El índice y el anular asisten en la faena. El dedo fluye. Yo fluyo. Nuestros vecinos se dan cuenta. Se convierten en público. Empiezan a masturbarse mutuamente. Ella y yo nos observamos. Gime. Su pelo cae hacia atrás. Su estómago tiembla. Las puntas de sus pies tiemblan. Su orgasmo provoca el mío. Un orgasmo largo, profundo, que percibo desde el plexo solar hasta las corvas.

Mi cómplice y el de ella se ponen de acuerdo con un movimiento. Nos hincamos una al lado de la otra. Su marido se coloca detrás de mí. El mío detrás de ella. Uno, dos, tres. Nos penetran al mismo tiempo. Sus senos son más grandes que los míos, cada empujón que le da mi compañero provoca que sus pezones rocen con la toalla. Confieso que me gustan las mujeres de escote copioso y él aumenta la velocidad. El que está adentro de mí se viene primero. Me levanto. Voy hacia mi hombre. Poso suave mi boca en su cuello, en la parte de atrás de las orejas.

Unos minutos después ya vamos de regreso a la habitación. Después de la ducha y de hacer el amor llegará la hora de la cena y de volver a interactuar con otro par de individuos: los de la piscina.

Es en este momento en el que debo hacer una aclaración. Lo que acabo de narrar todavía no ha sucedido, la verdad es que me voy al hotel nudista mañana. Pero suena rico, ¿no?

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