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#CC12 No somos contentos

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Dos días enteros de música en vivo, fiesta, baile y ni así tuvimos suficiente. El Corona Capital 2012 terminó y […]
#CC12 No somos contentos

Dos días enteros de música en vivo, fiesta, baile y ni así tuvimos suficiente. El Corona Capital 2012 terminó y empieza la agonizante espera por el siguiente Festival.

Por Arturo J. Flores

Fotos cortesía de Fernando Moguel/ Ocesa

-¡Soy una estrella de rock! ¿Soy contento?

-Yeaahhhhh

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-¡No, no lo soy! ¡Tengo a millones de mexicanos (aquí vale hacer la aclaración: en realidad somos un poco más de 50mil y no únicamente mexicanos, porque entre en la enramada de conversaciones que he escuchado a lo largo del día, sobresalieron bastantes en inglés y muchas en español con acento sudamericano) en mi concierto! ¿Soy contento?

-Yeaaahhhh

-¡No, no lo soy! ¡Tengo millones de dólares en el banco! ¿Soy contento?

Yo quisiera decir que siendo una estrella de rock, con millones de personas pendientes de lo que hago y una gorda cuenta de banco yo sí “sería contento”, pero me falta el micrófono que el cantante Howlin’ Pelle Almqvist  sí tiene delante de su boca de Mick Jagger, para que todos los presentes se enteren. En vez de eso, me uno a la garganta colectiva que responde: “¡Yeaaaahhh!”.

-¡No lo soy… porque I want more! (track número 4 de Lex Hives, el más reciente disco de estudio de los suecos que, vestidos de frac, a guitarrazos nos hacen olvidarnos del frío de la noche)

Y una vez más se desata esa explosión de sonido que representa la banda sueca y con la que se clausura el Escenario Corona en el primero de dos días del Festival Corona Capital. Parecía que era mucho el cansancio, la cerveza, la asoleada, las emociones, los gritos, el slam, los saltos, los cigarros, la hierba, los abrazos, los besos, los arrumacos, las carcajadas, los tweets, las fotos tomadas con el celular, los estados de ánimo de Facebook, el gasto de dinero, las hamburguesas, los tacos, el Redbull, los refrescos, las idas y venidas del baño, la caminata, la siesta, el voleibol de playa artificial, las mojadas, las secadas, el baile y los grupos musicales; pero no, como dijera esa banda inglesa que no estuvo en el Corona Capital 2012, The Rolling Stones, pero que en espíritu nos condujeron: “No encontramos satisfacción”.

A las espaldas de The Hives, un titiritero gigante simula mover los hilos de la banda mientras estos prácticamente destrozan sus instrumentos para ofrendarnos canciones como Take back the toys, Walk idiot walk y Wait a minute, entre muchas.

Pero lo más hermoso es contemplar el aquelarre del rock and roll ejecutado como se debe, en vivo, con un eufórico clima de desfogue que nos obliga a responder en inglés a las preguntas planteadas en español por un sueco vestido de dandy que no siente reparos en bajarse del escenario para dejarse tocar, como mesías por quienes lograron escurrirse hasta la valla.

¿Somos contentos?

Más, no se puede.

De haber antidoping, estaríamos fritos

Imposible concretar un resumen: durante un fin de semana nos ha entrado tantísima música por las orejas que si existiera el antidoping sonoro sencillamente estaríamos fritos los miles y miles que caminamos en éxodo del Escenario Corona al Corona Light y de vez en vez, porque aquello representa invertir 25 minutos del oxígeno de nuestro tiempo (y en un festival el tiempo se traduce en canciones más, canciones menos), al Escenario Capital.

¿Qué decir de las bandas? Que uno quisiera poseer el don de la ubicuidad para no perderse la hipnotizante densidad de los daneses The Raveonettes, la atmósfera onírica en la que bajo el sol de las tres nos sumieron los ingleses The Big Pink (intensificada además por la espectacular belleza de su programadora Milo Cordell), la melancolía bucólica de los norteamericanos The Wallflowers, la oscura tristeza de su paisana Cat Power que precedió al festivo placer de saborear a los escoceses Franz Ferdinand, la desfachatez punk de los igualmente estadounidenses The Black Lips, la energía narcotizante de los de Nueva Orleans Mutemath… y un larguísimo etcétera que sencillamente no acaba.

Pero el Corona Capital es mucho más que eso. Diría el vocalista de The Hives: no somos contentos con más de 60 bandas de rock, no somos felices con litros y litros de cerveza (de 90 pesos el litro), con kilos y kilos de fast food (hamburguesas de 45 pesos, barritas de pollo con papas fritas de 50 pesos, tacos de canasta de cinco por 50 pesos) y no somos contentos con 85 mil o más asistentes entre los dos días, no somos felices con tres escenarios y otras tantas carpas, no somos contentos con el infinito fashion parade que representan las niñas-bien que lo inundan, que desfilan exhibiendo sus caritas cinceladas por los ángeles y delineadas por el maquillaje que esconden bajo los Ray Ban los ojazos azules que hacen juego con las piedras de sus aretes de Swarovski, que llevan el protector solar en sus bolsos Gucci, que en sus ombligos impolutos exhiben uno que otro piercing de oro y que llevan de la mano un novio metrosexual horneado lentamente en sesiones sudoríparas en las pesas de Sport City, cuyos bíceps de Sansón suelen tensarse más cuando sostienen el volante de su Audi. No, somos contentos. Nosotros también want more.

-We, tipo las chicas que llevan flores en la cabeza seguro van a ver a Florence & The Machine.

-Sí, we. Obvio.

-Yo prefiero ver a New Order.

-Tú, muy bien.

Los minutos robados

El amor nos partirá en dos. Luego de hurtarle un par de minutos (de acuerdo con el estricto horario) a The Black Keys, New Order cierra el domingo por la noche su participación –quizá una de las más esperadas, las más comentadas, las más “hashtageadas” –en el Festival con un par de versiones de Joy Division, la banda surgida en 1976 en Greater Manchester que le sirvió como germen y que más de 30 años después de su disolución sencillamente se convirtió en leyenda.

Las pantallas gritan: “Love will tear us apart. Joy Division forever”, y el Autódromo Hermanos Rodríguez, que tradicionalmente aloja a la música en vez de los arrancones de autos (por mucho que Ian Curtis, el suicida vocalista de Joy Division al que en las últimas canciones se puede ver proyectado en las pantallas, haya vivido mucho más aprisa que cualquier bólido que haya pisado estas curvas), le responde a New Order con lágrimas, vítores, aplausos, una tolvanera de polvo que se levanta en espiral hasta el cielo negro, tan oscuro como el legado mismo de New Order.

Antes nos había entregado esa desgarradora oda al desamor que es Bizarre love triangle  y un amargo recordatorio de lo que habrá de venir cuando la noche se termine y, parafraseando a The Doors, “la música termine”, un Blue monday.

La última estampida de melómanos avanza igual que un ejército disminuido por el cansancio a librar la última de sus batallas, contra ese dúo de Ohio que responde al nombre de Blak Keys y tiene por objetivo hundir la última de las estocadas del Corona, pasadas las diez y media y hasta la medianoche.

Cuando nos encaminamos a la salida, la visión de los heridos es inevitable. Amigos que se sostienen a duras penas de los hombros de otros amigos; batallones enteros de escuchantes que dejaron el cuerpo y el alma en su concierto. Unos, los menos, que decidieron hidratarse con la alquimia del H2O antes que la del tufo etílico, aún mantienen la vertical aunque sus oídos repitan un incesante zumbido como testimonio de su agonía.

No somos contentos, Corona Capital, porque falta un año para volvernos a ver.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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