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Cuando los presidiarios interpretan a Shakespeare

Por: Arturo Flores 15 Oct 2019
Durante los próximos tres viernes, reos de Santa Martha Acatitla saldrán durante una hora de la cárcel para representar Ricardo III. Estuvimos en el estreno y esto fue lo que pasó.
Cuando los presidiarios interpretan a Shakespeare

Dice uno de los actores en los diálogos que libertad es una palabra difícil de pronunciar. Al final de la representación de Ricardo III, los integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario invitan a los asistentes al Foro Shakespeare a que les hagamos preguntas.

No me cuesta pronunciar la palabra, quizá porque nunca he perdido la libertad. Así que falto a las reglas y les formulo no una, sino tres interrogantes.

¿Qué es la libertad para ellos, que todos los días despiertan tras las rejas? ¿A qué sabe? ¿A qué huele?

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“Híjole”, dice uno de ellos y se le quiebra la voz. Mejor le pasa el micrófono al compañero, el único que no viste un overol oscuro. Hace tiempo vive en libertad. “A veces damos por sentado lo más elemental. Cuando pierdes la libertad, lo pierdes todo. Ni siquiera cuando piensas que has tenido un mal día, el peor de los días por lo menos lo vives en libertad”.

Un reo, adelante del que acaba de hablar, aprovecha estos minutos para abrazar a su familia. La que puede ser su mujer y en los brazos balancea a una niña que sin dudas es su hija. Vinieron a verlo triunfar. Pero más allá de eso: vinieron a verlo. Porque quién sabe cada cuándo podrán.

Otro actor pide la palabra. Hace unos minutos nos había impresionado la potencia de su voz, su personalidad imponente sobre las tablas. Recitaba los versos de Shakespeare y la tierra amenazaba con abrirse en dos.

“Puedo decirte que la libertad es lo más maravilloso del mundo, porque acabo de recuperar la mía hace poco”. Él forma parte de los histriones que no volverán a la prisión de la Condesa a bordo de una camioneta escoltada por policías. Porque parte del elenco del montaje que se presentará cuatro viernes en el foro de Zamora 7 hace tiempo que pagó por sus delitos y ahora respira el mismo aire que quienes vinimos como espectadores.

“Para mí, esto es libertad. Poder ver otras caras, otras personas. Porque llevo tanto tiempo encerrado”, interviene un tercero, el que al principio de la obra se miraba compulsivamente en un espejo, encarnado en un rey. Un monarca que después de colgar la corona tendrá que volver al claustro en espera de la próxima función. Como un Conde de Montecristo que puede dejar una vez por semana y sólo por unas horas, las entrañas de Santa Martha Acatitla.

 

Viernes fifí

Nos concentramos afuera del Foro Shakespeare. En la casona que exhumó sus últimos alientos durante los viernes de octubre para alojar este proyecto de Itari Marta, a través del cual la directora pretende reinsertar en la sociedad a estos hombres y mujeres que pudieron, o no, quién sabe, cometer los mismos crímenes que ahora representan a veces dramáticamente y otras salpicados de comedia, en Ricardo III: asesinato, robo, violación.

Damos por sentado lo ordinario. Esta Condesa fifí —como se refieren a ella los internos en los parlamentos— sostiene vasos de café caliente, botellas de cerveza o probaditas de mezcal, intentando apretujarnos debajo de un toldo para que no nos pegue la lluvia. Hace un poco de frío. En la cara de muchos de nosotros puede adivinarse la incomodidad, el descontento que causa aguardar de pie, en la calle, el inicio de la función. Nos estorba tanta libertad.

Nosotros que hemos venido en Uber, en bicicleta o a pie. Abrigados con chamarras de marca. Sin cadenas, ni esposas. Sin estos policías armados que se distribuyen a lo largo del teatro, que se acomodan en las butacas superiores y hasta en el escenario, expectantes en todo momento para que nadie se pase de listo, para que los actores, literalmente, no se salgan del guion.

Cuando comienza la función, uno no puede dejar de lado los nervios, los golpes de adrenalina que atascan el pecho. Quizá haya uno visto demasiadas películas y noticiarios, pero es imposible imaginarse, mientras los actores se entregan con una sorprendente pasión a representar sus papeles, a arrancarnos una risa o un suspiro conmovedor, que algo puede salir mal. Un motín, una improvisaba rebelión. Un secuestro como el que sucedió en el Dubrovka de Rusia en 2002. Cuando medio centenar de terroristas chechenos privaron de su libertad a 850 espectadores en un teatro hasta que intervino la autoridad. Rociaron un químico que acabó con la vida de los captores y algunas víctimas de un tirón.

Fotografías de Soraya Villanueva

Lo pone a uno nervioso que un presidiario tenga en la mano una cuerda, un palo. Pero recuperamos el aliento cuando se da cuenta que lo que tenemos es antes que nada un actor.

Aquí lo que los internos de Santa Martha se quieren robar es sólo nuestra atención. Pero hace mucho que se las entregamos encantados. Tanto que al final, el botín que se llevan, cuando son conducidos a los camerinos, apresurados, sin entregar autógrafos, tomarse fotos, levantar un ramo de rosas o cualquier otro síntoma de glamour escénico, consiste en una fortuna de aplausos.

El reo que abrazaba a su hija se la devuelve a la madre. La muchacha que hacía una hora nos sedujo con la sensualidad de su baile (¿qué pudo haber hecho una joven tan aparentemente inocente, en el amplio sentido de la palabra, para acabar en prisión?), se enfila detrás de la entrepierna del Shakespeare, el que tres cuartos de obra actuó imitando a un perro y acabó colgado del techo, simulando su ejecución, sonríe complacido.

“Es hora de irnos a casa”, dice el líder del Teatro Penitenciario.

Algunos de sus compañeros sueltan una risa.

“¿Pues qué quieren? Santa Martha es nuestra casa”.

En el Foro Shakespeare no hay, pero este sería el momento en que caería el telón.

 

Funciones

18, 25 y 25 de octubre

www.ticketmaster.com.mx

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