Iron Maiden, el resumen de sus tres noches

Omar se terminó el whisky y nos dijo a Miguel y a mí: “¿Te das cuenta que mientras a Radiohead –la banda favorita de Miguel y Omar– les caga tocar “Creep”, a estos güeyes –Iron Maiden– les sigue divirtiendo tocar “The Trooper”?”.
Mi mente viajó a 2012, cuando a propósito del lanzamiento del primer disco de su banda alterna, British Lion, tuve la oportunidad de entrevistar al bajista Steve Harris en Washington. Durante la cena que sostuvimos un a noche antes tres periodistas alemanes, un ejecutivo inglés de EMI, y yo, este último nos dijo, entre cerveza y cerveza:
–¿Tú crees que a Maiden les hace falta dinero? ¡Por supuesto que no! ¿Pero qué otra cosa harían con su vida si dejaran de salir de gira? Son unos tipos mayores, nunca han hecho otra cosa que conciertos. ¡Se morirían de aburrimiento!
Sólo así puede entender uno que el cantante Bruce Dickinson, que se recuperó del cáncer lengua que según le dio por practicar demasiado sexo oral, en vez de abandonar la música para dedicarse disfrutar de su familia, continúa dando la vuelta al mundo para salir cada noche a tocar las mismas canciones.
Los tres conciertos de Iron Maiden en el Palacio de los Deportes tuvieron un significado emotivo para el grupo.
“En total vinieron a vernos 66,000 personas –22,000 cada noche– expresó Dickinson el lunes, ante una audiencia que no esperaba que la banda se saliera del guion que comenzó a escribir desde que se transformó en un acto de estadios– eso casi formó un 666, el número de la Bestia”.
Pirotecnia, dramatismo, efectos especiales, inflables descomunales y todos aquellos lugares comunes que le dan sentido a la mitología del heavy metal de la vieja ola inglesa, dieron sentido a un espectáculo que no admite improvisación, porque está mucha más relacionado con el teatro que con jazz.
¿Hay un Doctor, Doctor en la sala?
Para quienes los hemos visto en diversas ocasiones, sabemos que el show comienza incluso antes de empezar. Desde que el sonido local suelta “Doctor, Doctor”, de UFO. Porque es la canción que suena antes de que las luces se extingan y se escuche un discurso de Sir Winston Churchill.
A partir de ese momento, la aparición del sexteto siempre es apoteósica. Cada uno de sus movimiento está marcado con cronómetro. Incluso las estocadas que Dickinson propina a sus compañeros cuando se vale de una espada para interpretar “The Clansman” son milimétricamente calcadas en cada actuación.
Conocí una vez a una chica argentina en una fiesta que había visto 96 veces a Iron Maiden en vivo. Actualmente deben ser muchas más. Los conocía también que podía percibir cuando se sentían nerviosos, enfermos o cuando estaban en su mejor forma.
En mi caso han sido muchas menos. Una decena de conciertos, si la memoria me asiste.
No puedo decir que los conozco tan bien como la argentina, pero sí considero que, después de este último seguidillo de actuaciones en México, Iron Maiden divierte a su audiencia porque antes que nada, se divierten sus músicos. No importa que hayan sido muchas las veces que toquen “Fear of the dark”, aún les entusiasma saber que los presentes coreamos la línea melódica por encima de las guitarras o que con “Iron Maiden”, la canción, Eddie aparece en el escenario siempre de una forma más espectacular que la anterior y ellos lo reciben como al viejo amigo que es.
Los fans de los Irons hemos crecido con ellos, envejecido de su mano. Como dijo Omar, ellos no se aburren de tocar las mismas canciones y nosotros, de escucharlas. Porque más sabe el Diablo por viejo, que por Diablo.
Fotografías de Cesar Vicuña / Cortesía de OCESA