#PlayboySeLee: Medianoche en Bagdad

 

La caverna Bagdad, veintitrés escalones bajo tierra, es oscura y tan pequeña que sorprente su gigantesca reputación. Este lugar, antes, fue un tablao flamenco donde se daban cita Jacqueline Onassis y Pablo Picasso. 

 

Juani de Lucía me recibe a medianoche en su oficina insípida. La madame, el patriarca de la noche española, es firme y esbelta. Esconde, coqueta, sus años. 

 

 

Hace varias décadas, Juani tenía 21 años: “En época de Franco una teta desnuda era multada”, dice esta mujer, educada en un colegio de monjas, que creció con las películas de Sara Montiel y, con el tiempo, se acostumbró a las limusinas, un negocio ilícito del porno. 

 

Durante el franquismo, los catalanes cruzaban la frontera francesa e iban a Perpignan a ver el Último tango en París, de Bernardo Bertolucci, o a comprar Je t’aime moi non plus, de Serge Gainsbourg, obras censuradas en España. 

 

Ahora, los tintineos del music hall, a metros de la oficina, anuncian el próximo show. El escenario es una plataforma móvil, circular. El tercer show presenta a un samurái, arrodillado, con su lengua entres las nalgas de una geisha voluptuosa y ninfómana, su esposa en la vida real. 

 

Las butacas, vetustas, de cuero vivido y con cenicero incorporado, recuerdan a los viejos cines pornos. La geisha, ahora, empieza una delicada fellatio antes del salto del samurái, de pene implacable. 

 

En búsqueda de inspiración, una Juani de Lucía muy joven y su esposo tanto mayor, un reconocido empresario de la noche, viajaron a Hamburgo. 

 

La ciudad hanseática era el hueco de la contracultura nórdica donde se endurecieron Los Beatles antes de ser Los Beatles. Las calles de San Pauli, el barrio portuario, hervían de rock and roll, putas y borrachos. 

 

—En Hamburgo descubrimos la Salambó, sexo en vivo todas las noches— dice Juani. 

Esta tarde, Erika Lust, la feminista sueca que se impuso en la capital del porno y pionera de la nouvelle vague del género, me diría que sus películas buscan democratizar un negocio monopolizado por una mirada machista. “Busco la diversificación y distribución de la mirada femenina sobre el porno. La liberación sexual es también cuestión de una liberación de la mirada.”

 

 

Bagdad, esta noche, es deliciosa. La sala sigue casi vacía. En el entreacto, se cierra el telón púrpura y tres plasmas escupen un dibujo animado: porno. 

 

Bagdad nació en 1975, un mes más tarde del entierro de Franco, después de 40 años de dictadura. Se abrían las puertas de lo que sería el teatro más prestigioso de sexo en vivo de Europa. “Las primeras actrices de la sala eran hamburguesas del Salambó. Las españolas aún no se animaban”. La gente hacía colas de varios centenares de metros para poder entrar.

 

La célebre sala de sexo tiene la reputación larga: 37 años de show de cabaret, de tabledance, de burdel y de circo de freaks. 

 

En los primeros años, Bagdad contrató al enano Kader: “Un moro alemán, guapo, de gran pene: 26 centímetros”, dice Juani. 

 

—Tuvimos un segundo enano, el célebre Holly One, que conocí en Ibiza. Le gustaban las rubias, cuanto más grandes y pulposas, mejor. Se convirtió en el actor porno más bajo del mundo. Con su metro de altura hacia trepitar el escenario. 

 

Bagdad aceleró la liberación sexual posfranquista, el destape español. 

 

Erika Lust, considerada una de las mujeres más destacadas de España, me diría que sus películas, premiadas en los festivales eróticos del mundo entero, intentan expresar reflexiones críticas con respecto al porno convencional. “Tratan de contar un viaje emocional, sensual, y no caer en la facilidad de los planos ginecológicos donde las mujeres gritan siempre el mismo libreto. ” 

 

 

Los shows, esta noche y siempre, se encadenan precisos, sin fallas. Carmen Snake, de vagina plástica, juega con una boa descomunal. Una egipcia, Joana, enamora, entre pirámides y faraones. Baby Pin Up, corsé sadomaso y peinado a lo Marilyn Monroe, tiene el temple caníbal. La playlist es una curiosa mixtura de Robbie Williams, la voz de la alemana Ute Lemper, y Shakira en su versión más oriental. 

 

En el bar, siete chicas de piernas cruzadas, acodadas en la barra, intiman con los clientes el tiempo y el precio de una copa. Una española, una negra, varias latinas, sobre todo eslavas. El abanico es amplio: tetas naturales o siliconadas, pequeñas o grandes, culos naturales o rehechos, siempre musculosos. Las bocas, todas, tienen el rictus estacionado en la lascivia negociada. 

 

En el escenario, una pareja se penetra, dulce y precisa, en una brutal escena de sexo anal. Los pelos de Andreita vuelan en el aire. 

 

—Bagdad fue y es una escuela del porno, una cantera selectiva para la industria del porno español. Aquí el artista se foguea, rueda cada día frente al público —sentencia Juani.  

Juani se ocupa personalmente de los castings, siempre sulfurosos y metálicos. “Hay tantos chicos deseosos de tener una vida de estrella porno”.

 

—El que peor la pasa en el sexo en vivo o frente a una cámara es el chico. Son pocos los que destellan. La gran mayoría son puros gatillazos a repetición”. Y eso, para una empresaria del sexo, no es negocio. 

 

Sin embargo, la primera vez de Nacho Vidal, el padrino de la sala, fue un rotundo fracaso. “Estaba paralizado por el miedo escénico”, cuenta David Barba, el biógrafo oficial de Vidal, la máxima estrella del porno mundial.  

 

La marca Bagdad es cuna de grandes artistas. Por este pequeño y circular escenario pasaron, además de Vidal, Rocco Sifredi, Belladonna y Illona Staller, alias Cicciolina. Siguen en las tablas, la húngara Sophie Evans, Cristina Bella, el cubano Dineo García, Miss Orense, Toni Ribas.

 

Erika Lust, me diría, contrató para sus películas a actrices de Bagdad: “Trabajé con Sonia Baby, la acrobata vaginal, y la hermosa Sophie Evans. Juani de Lucía me ha invitado a ver el espectáculo, pero aún no he ido”, diría Lust, con más de una década en Barcelona.  

 

 

El show de las cuatro de la mañana es un duo lésbico. Claudia y Mónica, de cuerpos esculpidos a golpe de cirugías, ondulan, se tocan con arte, a cuatro manos y dos consoladores. 

 

Por momentos, el tiempo es elástico y el público es sumergido en el efecto Bagdad, un espectáculo cuidado que traiciona, adictivo, el tiempo de esta noche y de las mil y una noches.  

 

Las siete chicas del bar reaparecen, ahora, desnudas, tal cual un harem. Invitan al público al escenario, diminuto y suficiente. Regalan una decorosa tocada de tetas o una fellatio siempre fallida. Intentan, en vano, ponerles el preservativo con la boca. 

 

Los clientes, seguros en la butacas, se acojonan, bajo las luces, del fantasma hecho carne. La erección será un sueño de lo que podría haber sido una mamada fenomenal vestida de exhibicionismos in. 

 

Mientras, la música se despega de los muros islámicos; los cuerpos se despengan de las tablas; los solitarios, igual, se despegan de los asientos. La magia se instala en estos pocos metros bajo tierra. 

 

La música, el tiempo, los cuerpos, se detienen en este teatro explícito. El público goza en la sala más prestigiosa de sexo en vivo de Europa. 

 

Afuera, lejos de Bagdad, el Mediterráneo lame el puerto a los pies de un pene erecto, la torre Agbar, símbolo de Barcelona.