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#PlayboySeLee: Juan Villoro y el futbol (Fragmento “Balón divido”)

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Porque el futbol es cultura y la época mundialista un buen momento para incrementar tus conocimientos en la materia, uno […]
#PlayboySeLee: Juan Villoro y el futbol (Fragmento “Balón divido”)
Porque el futbol es cultura y la época mundialista un buen momento para incrementar tus conocimientos en la materia, uno de los escritores mexicanos más leídos de la actualidad e hincha incondicional del balompié nos obsequia un fragmento de su nuevo libro en el que aborda un tema recurrente y espeluznante en la historia del Tri: la derrota.   
 
Perder es cuestión de método
«¡Y retiemble en sus centros la tierra!», la letra del himno cobró inusitada vigencia la noche del martes 29 al miércoles 30 de junio de 2010. La selección nacional regresó al país, procedente de Sudáfrica, y el suelo mostró su descontento. Después de caer ante Argentina, el Tri aún debía enfrentar el marcador de la corteza terrestre: 6.5 en la escala Richter.
 
El verso de Bocanegra es uno de los más enigmáticos de la poesía cívica. El centro suele ser uno. ¿No suena a indecisión que un territorio tenga muchos centros? Aunque eso ofrecería una causa telúrica para nuestra perenne incertidumbre, los paleógrafos explican que Bocanegra entregó la letra del himno en manuscrito. Trazó una «a» muy abierta y la palabra «antros» se confundió con «centros». La intención del poeta consistía en advertir que la tierra retiembla en sus muchas cavidades.

De manera profética, el poeta anunciaba que nuestro destino tendría que ver con otro tipo de antros. El 13 de junio de 2010 los miembros del Tri departieron con gran jolgorio en una cantina de Sudáfrica, según revelan las fotos subidas a Twitter por una de sus acompañantes. ¿Es lógico que atletas de alto rendimiento se diviertan durante el Mundial como springbreakers en Mazatlán?
 
Esta indisciplina es sólo una de las múltiples facetas que definen a un equipo periódicamente distorsionado por los medios.
El nivel del futbol mexicano es regular, pero antes de cada Mundial los profetas de alto rating hablan de los futbolistas como de redentores de pantalón corto. El milagro parece posible en televisión. BalonDividido2.
 
Instrucciones para fracasar
A veces se requiere de mucho esfuerzo para estropear las cosas. El título de una novela de Santiago Gamboa parece el lema de nuestra selección: Perder es cuestión de método.
 
No es raro que para debutar en un equipo mexicano los jóvenes aspirantes deban darle dinero a los entrenadores. Esto incluye a escuadras que se consideran ejemplares, como los Pumas, antigua cantera del futbol nacional que desde hace mucho es manejada con muy poca injerencia de la Universidad.
 
Ya en el vestidor, los debutantes son recibidos por «colegas» que amenazan con fracturarlos si destacan demasiado. Hacen falta trabajadores sociales y psicólogos que ayuden a la integración de las distintas generaciones de futbolistas. Tal y como están las cosas, el «grupo» es una variante del patio de la escuela donde mandan los gallos peleoneros.
 
Una vez que el jugador comienza a ser valorado, descubre que sus posibilidades de ganar dinero no derivan de obtener títulos, sino de ser traspasado satisfactoriamente a otro club. Los fichajes generan comisiones para el promotor, el directivo, el entrenador y el propio futbolista. En esta bolsa de valores, un jugador «exitoso» se retira después de haber pasado por ocho o diez equipos. Eso significa que ha vivido en otras tantas ciudades, sufriendo desajustes y problemas de adaptación.
 
La falta de regularidad del futbol mexicano se debe en gran medida a que los protagonistas son mercancías migratorias: destacar o fallar son, por igual, pretextos para el traspaso.
 
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Cuando el presidente Zedillo sugirió que no vendieran a Alex Aguinaga, convirtió en asunto de Estado un temor de los necaxistas: las buenas campañas del ecuatoriano lo hacían candidato al traspaso.
 
Sin asociación gremial que los proteja, los futbolistas carecen de derechos laborales. Es cierto que en el país de Elba Esther Gordillo el sindicalismo no siempre es una realidad encomiable; sin embargo, también es cierto que los futbolistas no disponen de la protección gremial de sus pares de Colombia o Chile —por no poner el eterno ejemplo moral de Escandinavia—, donde hay forma de protegerse de los directivos.
 
Basta ver la camiseta de una escuadra mexicana para saber que anunciarse ahí es más fácil que anunciarse en el periódico. Infamados por ocho o nueve logotipos, los uniformes denuncian los verdaderos intereses de un equipo.
 
Llegamos al punto decisivo. En el mundo entero, el deporte es una oportunidad para vender zapatos y llenar la programación televisiva. La peculiaridad mexicana es la absoluta subordinación de los clubes a los designios de las televisoras. Para empezar, está el tema de los torneos cortos. Seleccionadores como César Luis Menotti, Manuel Lapuente, Hugo Sánchez y Javier Aguirre han coincidido en que se trabajaría mucho mejor si se regresara a las temporadas largas que permiten probar a jugadores de las fuerzas básicas y trazar estilos de juego que se pueden definir sobre la marcha. Pero Televisa y Televisión Azteca juzgan que el aficionado padece déficit de atención y sólo se interesa por los partidos a muerte de la liguilla. Cada año, el rating aumenta y la calidad zozobra.
 
La liguilla surgió en la temporada 1970-71 como un recurso para aportarle dramaturgia al campeonato; eso era malo pero no fatal. El asunto se agravó en 1996, cuando el torneo se acortó para celebrar dos campeonatos al año y así disponer de dos rentables liguillas. Con esto los triunfos se devaluaron. En esas jornadas de la prisa, los técnicos se volvieron medrosos y resultadistas, pues tenían pocos partidos para demostrar su astucia. Además, el bazar de piernas se intensificó y las transferencias de fin de temporada se hicieron dos veces al año. Así se perfeccionó la inconsistencia del futbol mexicano. El campeón es un rey breve que se hunde en la siguiente temporada.
 
Cuando empecé a ver futbol, el Campeonísimo Guadalajara podía conquistar tres o cuatro torneos largos seguidos. Como el Rebaño Sagrado sólo incluye mexicanos, era la base lógica de la selección. En 1962 el Tri dio el mejor partido de su historia en un Mundial derrotando 3-1 a Checoslovaquia, que sería subcampeona del torneo. Eso sólo pudo ser posible por el dominio de un estilo de juego que no ha vuelto a repetirse.
 
Con excepciones como los Pumas de Hugo Sánchez, el campeón corto se convierte en el derrotado exprés en la siguiente minitemporada.
 
Como los cánticos de algunas «hinchadas», los torneos cortos se copiaron de Argentina. Esto sirvió de excusa para argumentar que se pueden tener torneos de precipitación y al mismo tiempo buenos jugadores, pero la comparación no se sostiene. El futbolista argentino se forma en una cultura de emigración, no sólo por antecedentes familiares sino porque sabe que destacar significa irse: el futuro está en las ligas de España, Italia o Inglaterra. Jugar torneos cortos es una preparación útil para los grandes nómadas del futbol, no para los mexicanos. En este país de telenovela, donde un romance dura cien episodios, el futbolista es condenado a vivir efímeras pasiones.
 
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Televisa y Televisión Azteca han decretado que el público carece de paciencia para seguir a su equipo a largo plazo como hacen los forofos del Sevilla, los hooligans del Liverpool o los tifosi del Juventus. En consecuencia, fomentan la liguilla y suben el precio de sus anuncios.
 
Pero el daño no se detiene ahí. Que una cadena de televisión sea propietaria de un equipo crea conflictos de interés; que sea propietaria de tres enturbia aún más las cosas. Por recomendación de la fifa, dos clubes no deben tener el mismo dueño. ¿Por qué no actúa el organismo internacional en el caso mexicano? Digamos que la fifa es sibilina y algo acomodaticia (sólo así ha logrado tener más agremiados que la onu). Su jurisprudencia es feudal: el rey sólo entra en acción si suficientes príncipes se quejan. En otras palabras: para que la fifa intervenga en México, debe recibir un reclamo de la mayoría de los directivos de la Federación Mexicana de Futbol. ¿Es posible que esto ocurra? Claro que no: los equipos no van a rebelarse contra el Mago de Oz que los lleva a la pantalla.
 
Una vez que arruina el futbol como deporte, la televisión lo infla como mercancía. La campaña «Iniciativa México» lanzada en vísperas del Mundial de Sudáfrica, demostró que ciertos sabios no han vivido en vano. El patrioterismo surge cuando se acaban los argumentos racionales. Dos ilustrados del siglo xviii entendieron el problema. En Inglaterra, el doctor Samuel Johnson dijo: «El patriotismo es el refugio de los canallas». Por su parte, el físico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg escribió: «Quisiera saber en nombre de quién ocurren las cosas que supuestamente ocurren “en nombre del pueblo”». En la pantalla chica, la patria sirve para vender pan blanco o pretender que los problemas se arreglan si elogiamos mucho nuestras raíces.
 
En un artículo escrito para «Enfoque», suplemento de Reforma, José Ramón Fernández informó que Televisión Azteca y Televisa gastaron unos cien millones de dólares en comprar derechos televisivos. Sus ganancias duplicaron esa cifra.
 
Varios gobernadores han contribuido a enturbiar las aguas. No es raro que el balompié se convierta en tema de campaña (de pronto, un candidato promete llevar ahí al futbol de primera división) ni que se desvíen fondos del gasto público para comprar una franquicia. Si directivos mexicanos compraran el Boca Juniors, acabaría jugando en la Patagonia si el gobierno local les diera garantías.
 
Los aficionados más nobles y ultrajados del futbol mexicano son los paisanos que llenan los graderíos en Estados Unidos para ver los peores encuentros amistosos de la selección nacional; su anhelo de «volver al país» es tan grande que pagan lo que sea por ver las formaciones experimentales de un equipo que sólo va ahí a cobrar dinero. En su proyecto for export, el Tri es un guacamole de tercera que se consume gracias al generoso apetito de quienes no tuvieron más remedio que arriesgar la vida para irse al otro lado.
 
El futbol nacional se resume en una frase: jugar medianamente da mucho dinero. ¿Para qué complicar las cosas buscando calidad?
 
En la eliminatoria rumbo a Brasil 2014 la selección hizo el ridículo. Quedó en cuarto lugar de uno de los grupos más fáciles del mundo. La alegría que esto suscitó en Centroamérica es una dura prueba de nuestra prepotencia. Durante años hemos creído que salir al campo con once jóvenes millonarios nos da derecho a ganar en tierras pobres.
 
México se convirtió en el país de las últimas oportunidades y tuvo que disputar el repechaje contra Nueva Zelanda. ¿Qué nos convenía más, ganar o perder? Los directivos sólo asociarán el negocio con el rendimiento cuando los malos resultados afecten su economía. En caso de haber sido eliminada, la selección habría obligado a replantear algunas cosas. Desde el punto de vista objetivo, valía la pena quedarnos en casa para analizar nuestro ridículo con inédito rigor. Pero el aficionado no entiende de razones: celebra haber ganado con gol en fuera de lugar o ante los aprendices de Nueva Zelanda. Confieso que me emocionó que el grupo comandado por el carismático Piojo Herrera se hiciera cargo de ese kiwi demasiado verde.
 
Al día siguiente, los publicistas de la esperanza encontraban razones para que México hiciera un papel notable en Brasil («la Argentina de Bilardo llegó muy cuestionada al Mundial de 1986 y fue campeona »). El dinero es un notable inspirador de argumentos.
 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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