Definidos ya los tres principales precandidatos a la presidencia vendrá la exposición y exaltación de virtudes propias y de los yerros y vicios de los rivales. Aquí va un esbozo de aproximación sobre el tema que a final de cuentas a todos nos incumbe.

POR: Mauricio Flores @Mfloresarellano

Meade, la estabilidad y continuidad

El candidato del Partido Revolucionario Institucional y del Partido Verde ha mostrado hasta ahora el argumento económico de seguir adelante con las Reformas Estructurales que implementó el gobierno de Enrique Peña al amparo del Pacto Por México con la mayoría de las fuerzas políticas representadas en el Congreso. José Antonio Meade, un tecnócrata con gran sentido del humor y visión estratégica, parte de tal principio para asegurar que en su gobierno se mantendrá la estabilidad de precios y finanzas públicas para contener inflación y dar certidumbre a la inversión privada y creación de empleos, así como mantener abierta la economía a los acuerdos comerciales.

Su discurso convence a los convencidos de que las políticas de mercado y sociales (deliberadas) para generar y distribuir riqueza son las que más conviene a todos, aunque se acepte que existen rezagos en los niveles salariales del 75 % de la población. El reto del candidato es convencer a los no convencidos, a un amplio sector de la población que si bien ha obtenido empleo, no está satisfecho al lograr acuñar rápidamente patrimonios. Esto, vinculado a los escandalosos hechos de corrupción de diversos gobernadores de origen tricolor… aunque hayan sido inculpados y detenidos por un gobierno priista.

Anaya, el cambio de régimen

El queretano se anotó el primer tanto en la conformación de un Frente por México, que en principio parecía imposible, aunque en ello se haya ido en pleitos y jaloneos con miembros destacados de su partido y con el que era el gallo del PRD, el jefe de gobierno capitalino Miguel Ángel Mancera. El problema viene ahora en la formación de una plataforma económica común con posiciones de izquierda y de derecha, pues si bien ambos coinciden en una narrativa de condena a la corrupción de la que acusan al actual régimen, tendrán que aterrizar ofertas claras sobre ejercicio presupuestal, manejo de déficits fiscales y esquemas tributarios. Si bien el tema de la estabilidad macroeconómica ya no es una discusión política, sí lo son los mecanismos que deben seguirse para ello.

De hecho, en los primeros esbozos del programa económico del Frente se habla de la creación de una Renta Universal para todos los mexicanos (casi 113 millones de almas), y para ello se propone reorganizar el gasto social.

Tendrán, por supuesto, que definir qué harán con reformas como la energética, que si bien fueron impulsadas originalmente por gobiernos panistas, no terminan de ser bien vistas por la izquierda que participa en el Frente, por no hablar de temas como el impulso agropecuario, donde la derecha es proclive al uso de biotecnología mientras que para las izquierdas es tabú la palabra “transgénico”.

López Obrador: todo cabe en un jarrito

El punto de partida del plan económico del candidato del Movimiento de Regeneración Nacional es de índole moral. Acabar con la corrupción y los “privilegios” de los altos mandos de gobierno implicaría un “ahorro” superior a los 500 mil millones de pesos anuales, con los cuales se pretenden alcanzar objetivos ambiciosos como duplicar la pensión universal para adultos mayores y ofrecer un salario mínimo a 2.3 millones de jóvenes que ni trabajan ni estudian, a cambio de que aprendan un oficio.

Los programas de crecimiento esbozados en su plataforma electoral hacen énfasis en el mercado doméstico (de la relación comercial con EUA prácticamente no se aborda, quedando en un enfoque hasta ahora diplomático de “buenos vecinos”) y en el gasto público como catapulta del desarrollo. El tabasqueño ofrece estabilidad en el gasto público, sin más deuda ni mayores esfuerzos, impulsando la inversión pública en temas como el energético, en el que ofrece construir dos refinerías que por sí solas costarían 500 mil millones de pesos.

Y dada su desconfianza a la inversión privada atraída por las reformas —como la energética o de telecomunicaciones— hace dudar de si acaso el gasto público proveniente de un manejo honrado del presupuesto será suficiente para cumplir todas las promesas. Y apenas están por iniciar las campañas.