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Muere Rigoberto López, colaborador de Playboy

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Por Arturo J. Flores Fotografías de Víctor González Williams Durante la primera clase que tomé con Rigoberto López Quezada en […]
Muere Rigoberto López, colaborador de Playboy

Por Arturo J. Flores

Fotografías de Víctor González Williams

rigo

Durante la primera clase que tomé con Rigoberto López Quezada en la UNAM, nos contó que cuando tenía 19 años se encontró con el célebre reportero de policía, Eduardo “El güero” Téllez Vargas.

Rigoberto había entrado a trabajar como “hueso”, como se les conocía a los aprendices que estaban ahí lo mismo para ir a comprar tortas y refrescos, que para tomar dictados o hacer guardias nocturnas.

Se encontraron en la redacción del periódico El Universal. Rigoberto traía en la mano un libro de periodismo. Téllez Vargas le reclamó:

-¿Y tú crees, grandísimo pendejo, que en los libros vas a aprender a ser periodista?

-¿Entonces dónde, Güerito? –le contestó.

-Ahí enfrente.

Lo que el viejo lobo le señaló al jovencito era la cantina adonde solían reunirse los reporteros de periódicos como El Universal, Excélsior, El Sol de México o Novedades. Ahí pasaban las horas jugando dominó, bebiendo cubas, curándose la cruda, pero sobre todo, pendientes de que la noticia los arrancara de sus asientos para ir a cubrirla. No existía Twitter ni Periscope y los periodistas aún tenían que trabajar con una característica que a las nuevas generaciones les cuesta un poco desarrollar: un auténtico olfato de perro.

Las cátedras de Rigoberto no eran clases de periodismo, sino lecciones de vida. Durante dos horas nos hipnotizaba con sus infinitas anécdotas, que ilustraban a la perfección cómo un periodista puede resolver las adversidades que se le presentan en el ejercicio de la profesión.

La vez que le puso el pie en la puerta de su casa a Erich From para entrevistarlo. “El maestro no quería, pero empecé a hablarle con pasión de sus libros y fue tanta mi insistencia, que acabé suavizándolo y accedió a dejarme pasar”. La vez que sobrevoló Nínive en una avioneta, pese a que el piloto no quería llevarlo. “Decía que hacía un calor infernal, ¡pero yo no me iba a quedar con ganas de conocer esa ciudad legendaria”. La vez que se ganó la confianza de la Madre Conchita, la presunta asesina intelectual de Obregón. “Pese a todo, la entrevista estuvo guardada muchos años hasta que El Universal la publicó y me dieron el Nacional de Periodismo”. La vez que Durazo le puso unos guaruras para cuidarlo, cuando era director general del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa y recibió amenazas de muerte. “Fue la única vez que viajé en una patrulla”.

Casi sin darme cuenta, Rigo y yo nos volvimos amigos. Cuando me gradué, las clases se convirtieron en tardes interminables en su casa, bebiendo cerveza y admirando aquella pared que Rigoberto bautizó como “mi egoteca”, en la que colgó las fotografías de cuando entrevistó a María Félix, a Lázaro Cárdenas (a cuya casa se metió haciéndose pasar por burro en medio de un encuentro del entonces presidente con estudiantes del Pilitécnico, aún cuando Rigo era puma de corazón) y hasta a la Madre Teresa de Calcuta.

Fuimos cómplices de muchos proyectos. Leyó mis libros. Leí los suyos. Su novela El secuestro del presidente, que además tuve el honor de presentar, y también Cómo obtienen los reporteros la información, el imprescindible manual periodístico que el “Güero” Téllez habría reprobado, aunque seguro le había dado un abrazo.

Hablamos de divorcios, de mujeres, de música. Me mostró el borrador de su novela inédita, acerca de Benny Moré. Me contó que, ya jubilado del periodismo, aprendió a bailar tango. Me ayudó a titularme y estoy seguro que movió los hilos para que en mi examen profesional me dieran la Mención Honorífica.

Hace poco más de un año me platicó que había enfermado. Cáncer. Esa enfermedad del demonio que me quitó a mi madre, a mi abuela, que se lleva a diario a tantos. Después de una batalla –lugar común pero la única palabra para describir el periplo que recorren los enfermos –hoy por la mañana me llamó su hijo para decirme que Rigoberto murió.

Desde aquí quiero no sólo hacer un reconocimiento público a un maestro, un amigo y un colega. Tuve el honor de publicar sus últimos artículos en Playboy: la entrevista con Manuel Bartlett, su remembranza a Jacobo Zabludovsky, su crónica de un table dance en China. Hasta una columna sobre periodismo para la página web, que por desgracia no cuajó.

Rigo, hasta la vista.

Como tú siempre dijiste: esto no se puede quedar en seco.

 

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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