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#LibrosAlDesnudo: Lectores malvados (Segunda parte)

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
En la primera parte de este texto les conté dos casos de lectores malvados que extraviaron el rumbo, tomando parajes oscuros para saciar sus obsesiones lectoras, rompiendo así el mito de que cualquier humano por el simple hecho de leer es una buena persona.
#LibrosAlDesnudo: Lectores malvados (Segunda parte)

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Lectores malvados (Segunda parte)

Por Jaime Garba

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En la primera parte de este texto les conté dos casos de lectores malvados que extraviaron el rumbo, tomando parajes oscuros para saciar sus obsesiones lectoras, rompiendo así el mito de que cualquier humano por el simple hecho de leer es una buena persona. Si creen que estos lectómanos, junto a los ejemplos de famosos personajes que se inscriben a la lista (Hitler, Pinochet, el Estado Islámico, etc.) son sólo algunas excepciones a la regla, les comparto otras dos historias que también están revestidas un poco de ficción, no sin dejar claro que siguen manteniendo la esencia de los acontecimientos. Que las disfruten y que los buenos lectores no sigan los pasos de estos perversos colegas.

 

El mercenario de libros

Hace un par de años, una joven me contactó por internet pidiéndome un favor, deseaba saber si se podía reunir conmigo para mostrarme un libro antiguo del Quijote de la Mancha cuya vejez y características le hacían pensar que era valioso materialmente hablando. Sin duda acepté, pues como buen amante de los libros viejos, pensar siquiera en tocar un libro de esa envergadura me emocionaba. Cuando nos vimos, apenas lo vi supe que estaba ante algo importante. Lo tomé, olí, lo abrí con cuidado y vi las hermosas ilustraciones, el año de edición, la tipografía…, era un libro bastante lindo. Procedí a hacer una búsqueda y descubrí que era una edición de mediados del siglo XIX, publicada en España por un editor muy importante en aquella época, también que la obra se constituía de otro tomo y que el de ella valía por lo menos cuatro mil pesos. La chica se sorprendió y se disponía a irse cuando le pedí me dijera cómo se había hecho de esa joya, porque intuía algo extraño. Al principio se resistió, pero terminó contándome que el libro había pertenecido a su abuelo, un militar recién fallecido que tenía una colección de cientos de libros viejos. “¿Un militar?”, pensé, y perdonen el prejuicio pero jamás hubiera imaginado que alguien de la vida castrense poseyera tales tesoros. Ella leyó la expresión de sorpresa en mi rostro y procedió: resulta que su abuelo formaba parte de un grupo especial de choque que usualmente era enviado a desalojar inmuebles, tanto privados como de gobierno, en condiciones normales o abruptas. Su equipo se dedicaba además de sacar a la gente y resguardar el espacio, a desocuparlo de muebles y objetos. Claro, llegó a estar en lugares donde había grandiosas colecciones de libros, pero a ninguno de sus compañeros les interesaba, así que en lugar de quemarlos les pedía llevarse los que consideraba importantes. Algo le decía que esos libros valían dinero, por lo que se dedicó a investigar y a sabiendas de que poseía verdaderos libros únicos, hizo de esa suerte de recolección su negocio, al grado de que mucho de lo que llegó a tener en vida dicen se debió al trato que hacía con los materiales confiscados. El mito dice que el tipo, en su hambre de negocios, procedía ilegalmente a saqueos de bibliotecas bajo el poder que le daba su uniforme. Tras su muerte, allí habían quedado varios abandonados, porque nadie creía, más que esa joven, que unas hojas viejas y amarillas pudieran valer tanto.

 

 

La herencia de libros

Don Samuel había sido un amante empedernido de la lectura, toda su vida la había dedicado a leer, fue tan sólo en una suerte de espacios vacíos que se casó, tuvo hijos y llevó una vida de oficinista. Pero siempre leía, en el baño, de madrugada, antes de dormir, apenas despertando; su casa tenía, sin exagerar, libros en cada rincón. Cuando se jubiló y a sabiendas que sus hijos ya eran hombres adultos con sus vidas hechas, hizo de sus días eternos momentos de lectura, cosa, que hay que decir, no le gustaba ni a su esposa ni a dos de sus tres vástagos, el último entendía a la perfección el amor de los libros que tenía su papá, pero odiaba que éste no le prestara o le obsequiara algunos; siempre eran para él, todos para él. Hay que decir que don Samuel, así como gran lector, era sumamente egoísta. Ya se imaginarán la enorme biblioteca que poseía y los títulos fascinantes que la constituían, era un paraíso del cual no estaba dispuesto a deshacerse. Resulta que conforme pasaron los años y don Samuel se volvió más viejo, llegó el momento de pensar qué pasaría cuando el momento de morir llegara, claro, al viejo no le gustó la idea pero tampoco era tan desgraciado como para no dejarles nada, así después de varios días de recapitular la posible herencia, les notificó que les heredaría a partes iguales la casa, el auto y un nada despreciable ahorro. Dos hijos lanzaron hurras internamente, pero el tercero enfureció debido a que su padre no había mencionado su biblioteca. Cuando le cuestionó al respecto, don Samuel le dijo que su voluntad era que fueran quemados y enterrados junto a él. Su hijo encolerizó, no comprendía cómo era posible que su padre prefiriera enterrar los libros que dárselos a él, cómo le cabía en la cabeza el deseo de destruir obras tan extraordinarias. Al final don Samuel murió y cumplió su deseo, sus hijos tuvieron que pagar varios miles de pesos para trasladar los libros a un espacio apropiado para quemarlos y guardar las cenizas. El hijo que anhelaba la colección trató de convencer a su madre y hermanos de que ya muerto su padre no tenía caso tal desperdicio, que estaba dispuesto a renunciar a su parte con tal de que le dieran esa biblioteca, pero ellos sentían le debían eso a don Samuel. Ah que viejo tan egoísta, quien nunca compartió un libro y se guardaba para sí, hasta la tumba, los secretos extraordinarios de la le

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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