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La nutrición de la lectura, libros gordos vs libros flacos

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
¿El tamaño importa? En cuestión de libros también es una pregunta que aplica. Lee nuestra columna semanal: Libros al Desnudo. […]
La nutrición de la lectura, libros gordos vs libros flacos

¿El tamaño importa? En cuestión de libros también es una pregunta que aplica. Lee nuestra columna semanal: Libros al Desnudo.

Por Jaime Garba

Recuerdo que una vez un amigo de Madrid me comentó que en la universidad se les había dejado la consigna de crear una prueba que pudiera de alguna forma descifrar el miedo que en ocasiones tienen los NO lectores a los libros, encontrar qué elementos influyen para que alguien no esté interesado en esos objetos idolatrados por tantos. La intención del profesor que les puso tan ardua tarea era usar la creatividad y su propia experiencia de lectura para llevar a cabo el cometido. Eran las tres de la mañana cuando el teléfono sonó, y temiendo, como suele suceder en la impertinencia de esas llamadas fuera de lo habitual, que algo terrible ocurrió, descolgué presuroso y con voz preocupada pregunté quién era. Mi amigo, del otro lado del océano, exaltado, me preguntó si algo pasaba, yo a su vez le pregunté si algo ocurría, la confusión de ambos incrementó la idea de que alguna trágica noticia sería dada por alguno, pero con el peso del sueño y ante la imposibilidad de ponernos de acuerdo, opté por colgar recordando lo que me decía mi padre: “Lo hecho, hecho está, y cualquier cosa, por más mala que sea, puede esperar”.

Por la mañana desperté abruptamente y recordé de inmediato lo ocurrido, y como penitencia, a sabiendas del alto costo de una llamada a España, me puse en contacto. Del otro lado de la línea estaba mi amigo, tranquilo, sin 9 de que me fuera a dar una mala noticia. Cuando me explicó lo que tenía que hacer le compartí algo que viví en carne propia. Cierta ocasión, de mis primeras visitas a las librerías, lanzándome a la aventura para encontrar algún espécimen que valiera la pena, pensaba entre los pasillos cuál sería una buena opción, veía portadas, autores que no reconocía (dado que era apenas un incipiente lector) y nada. Cuando me iba a dar por vencido vi un título a lo lejos que me pareció muy atractivo: “Los miserables”, de Victor Hugo, mas al acercarme y tomarlo éste tenía más de setecientas páginas, y como si quemara lo dejé alejándome deprisa. Resignado, me disponía a irme con las manos vacías cuando vi uno verde aguacate que me llamó la atención, lo tomé, lo hojeé y el número de páginas le permitió irse conmigo a casa. Una vez que llegué lo leí y… nada, no entendí absolutamente nada. Lo intenté meses después, y lo mismo: nada. Al siguiente año lo intenté y ni siquiera lo terminé. Así ha sido cada año hasta ahora y sigo sin entenderlo muy bien. Aquel libro es “Abahn, Sabana, David”, de Marguerite Duras. Resentido, años después, volví a la misma librería de mi inocencia lectora y al toparme con el libro del escritor francés lo tomé ya sin temor, ¿qué sería lo peor, que tampoco lo entendiera? Pero no fue así, las hojas iban andando a paso lento pero seguro, y sin tardar demasiado, mi percepción del tiempo se alejó, no importaba como usualmente el final sino la historia en la que estaba sumergido. Considerando aquella anécdota sugerí a mi amigo presentarle al grupo de NO lectores dos títulos, uno gordo y otro delgado, para ver si ese prejuicio influía en su decisión de no leer, le pareció buena idea prometiéndome comentarme qué sucedía.

Recordé este pasaje porque acabo de terminar el libro “Libertad” de Jonathan Franzen, escritor norteamericano que ha sido alabado por mucha gente, no libros al desnudo Jonathan Frazenpocos con un peso social importante, como Obama u Oprah; también Carlos Fuentes lo enalteció y esas tres mentes me parecieron suficientes para querer leerlo. Sin embargo, a pesar de haber superado mi trauma de la obesidad libresca, al saber que el libro alcanzaba las seiscientas páginas, fue el mínimo pretexto para postergar su compra. La euforia por Franzen se dispersó y también me olvidé un poco del libro, hasta que una amiga, al enterarme que lo tenía y en una breve conversación sobre la fama del autor, me lo obsequió. Aun así pasó todavía una temporada considerable para que comenzara a leerlo, y sin hacerles larga la historia, tardé dos años en terminarlo, claro dejando meses, semanas o incluso días sin leerlo, pero la historia jamás me dejó de parecer estupenda, la manera en que Jonathan creó todo ese universo como un pintor traza a detalle cada línea, la psicología de los personajes tomando en cuenta la totalidad de su existencia, cada diálogo que eliminaba la percepción de que eran ficción, todo en su conjunto, me hizo ponerme del lado de quienes alababan al escritor.

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Regresando a la historia de mi amigo, semanas después me llamó con clara alegría en su voz, contándome los resultados de su experimento, vanagloriado por su profesor. Había tomado Harry Potter y Pedro Páramo, y a un grupo de estudiantes los hizo decidir en menos de diez segundos qué libro querrían, la mayoría tomó el segundo. Sin decirles bien de qué se trataba, les asignó leer el seleccionado en un plazo considerable y al regresar para ver qué pasó se dio cuenta de que quienes escogieron a Pedro Páramo la mayoría se sintió disgustado por no haberlo entendido, mientras que los que habían elegido Harry Potter manifestaron haber disfrutado mucho el texto. Cuando preguntó qué influyó en su decisión, allí estaba: el grosor.

Creo que en ocasiones nos malacostumbramos como lectores al vertiginoso ritmo de la lectura y las historias, queremos que todo sea ágil y rápido, y en esa necesidad de adrenalina nos olvidamos de los pequeños detalles, en las palabras, en el guiño de los personajes que nos dicen a veces más en lo que callan. Yo he aprendido poco a poco a no juzgar un libro por su grosor, porque de haberlo seguido haciendo, seguro me habría perdido de tantas cosas buenas que anidaron en mi cabeza.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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