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Infieles, llegamos al fondo y seguimos cavando

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Por Sergio Sepúlveda @sergesepulveda Eterno debate siempre ha sido si el ser humano es infiel por naturaleza, para mí es […]
Infieles, llegamos al fondo y seguimos cavando

Por Sergio Sepúlveda

@sergesepulveda

Eterno debate siempre ha sido si el ser humano es infiel por naturaleza, para mí es una discusión bizantina; los que reprueban la infidelidad como algo que viene en el paquete básico de nuestro ADN, argumentan que hombres y mujeres somos animales equipados con cerebro, un gadget maravilloso que podemos usar para no dejarnos dominar por la calentura sexual; tienen razón hasta que nos enteramos de que el deseo nace en el cerebro mismo, con exactitud en la ínsula y en el llamado cuerpo estriado. Sí, señores, así como el amor no nace en el corazón, el deseo tampoco surge en los huevos ni en los labios, la materia gris es el origen del cachondeo y de los sentimientos más profundos.

No obstante, los defensores de la fidelidad van más allá y nos hablan de ciertos animales que son un ejemplo de las buenas costumbres, como el periquito que aun con alas no vuela de nido en nido, mejor aspira a tener una sola pareja que lo acompañe en la jaula, el castor sólo tendrá otra pareja si muere el amor de su vida, los pingüinos de penacho amarillo sólo tienen plumas para una hembra a la que defienden al menor intento de coqueteo extraño, el cisne literalmente se enreda hasta el cuello con su pareja y si ésta fallece jamás la reemplazará, el águila calva se aparea con una pareja hasta el final de sus días y las termitas buscan a su media naranja para formar una colonia en donde sean rey y reina, diminutos soberanos de su amor.

Bien, y más allá de los chismes de oficina o escuela, de que tal se acostó con aquella y que la otra le puso el cuerno en su cara, ¿cómo andamos los Homo sapiens en el tema de la lealtad? Mal, muy mal, tal parece que llegaremos al fondo y seguiremos cavando.

Las estadísticas recogidas de 2012 a 2015 estiman que el 60 por ciento de los hombres y el 40 por ciento de las mujeres son infieles al menos una vez en su vida, esto a pesar de que el 90 por ciento de la población dice que la infidelidad está mal.

Un factor que hoy aumenta las oportunidades para echarse una canita al aire son las redes sociales. En España, por ejemplo, el 50 por ciento de las mujeres casadas acepta que coquetea con extraños y piensa que una relación cibersexual no es infidelidad.

En el mismo tema, en nuestro país el 44 por ciento de mujeres que buscan pareja en redes sociales son casadas, dato que coloca a México como el país número uno en infidelidad femenina en un sondeo hecho en 36 países por el portal AshleyMadison.com.

¿Cuáles son los motivos principales para buscar lo que no hay en el hogar? El sexo y que las consientan con regalos, comidas en restaurantes y dinero para sus gastos. Como diría mi abuela: hay que regar la plantita, hay que cuidar la plantita, incluso hay que hablarle bonito a la plantita.

Digamos entonces que quien es infiel, no se divorcia porque prefiere tener una estabilidad artificial ante la sociedad y hacia el interior de la familia, pero busca en la clandestinidad los estímulos para sentir la piel chinita como la primera vez. ¿Y qué pasa con las mujeres que son solteras pero son las amantes del casado? No hay una estadística clara en cuanto a sus aspiraciones en una relación así, lo que sí se sabe es que el 95 por ciento de los hombres casados, o sea casi todos, no deja a su esposa para casarse con su amante. La razón es simple, mientras el presupuesto alcance para tener esposa y novia, el casado infiel trabajará horas extras, tendrá cursos fuera de la ciudad y ejecutará una larga lista de coartadas con tal de mantener la casa grande amueblada y la casa chica con las puertas abiertas de par en par.

 

Pero siendo justos, también podemos resaltar que en la historia hay ejemplos de amores de cama, relaciones bajo la mesa que han superado la cobardía y salido a la luz del sol. Una de esas historias fue la de Mary Shelley, autora de Frankenstein. Cuando la escritora tenía 16 años se enamoró de un joven que en el aire las componía: Percy Bysshe, poeta de 21 de edad. El problema es que el chico estaba infelizmente casado, por lo que empezaron a ser aman- tes; sus citas no sólo eran a escondidas, también eran escalofriantes, pues se veían en el panteón donde descansaba la mamá de ella. Luego el destino, que a veces ayuda de manera extraña, hizo que la esposa de Percy se suicidara, dando paso a que él y la madre de Frankenstein se casarán. Sin embargo, el padre de Mary y la sociedad siempre los señaló por su amorío prohibido. Así, como una maldición o por una trágica casualidad, su relación fue cortada de tajo cuando Percy murió ahogado al hundirse su velero.

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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