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Guns N’ Roses en México: Usa tu ilusión

Por: Jafet Gallardo 16 Ene 2020
Por Arturo J. Flores @arturoeleditor Fotografías de Lulú Urdapilleta / Cortesía de Ocesa No me pidas que sea objetivo. No […]
Guns N’ Roses en México: Usa tu ilusión

Por Arturo J. Flores @arturoeleditor

Fotografías de Lulú Urdapilleta / Cortesía de Ocesa

No me pidas que sea objetivo. No puedo ni quiero serlo. Cuando viste tantas veces el VHS de GN’R Live in Tokyo 1992, hasta que un día la videocasetera se rehusó a reproducirlo, es imposible que escribas –como me recomendó un sabio periodista– con la cabeza fría y el corazón caliente.

Pero tampoco estoy ciego. Ni sordo. Me doy cuenta que existen notas que ya no alcanzas, registros que se quedaron para la historia grabados en un disco. Este día por la mañana platiqué con Billy Duffy y Ian Astbury, de The Cult, quienes serían el acto abridor. Duffy me dijo que le parecía increíble lo complicado que era respirar en la Ciudad de México. “Sobre todo para los cantantes y los bateristas es toda una hazaña”, comentó. Ian lo respaldó.

William: Para ti es cuestión de altura, de tiempo, desgaste y factura.

Pero todavía aguantas el piano de November rain, me queda claro.

Se cumple la profecía

Es lo malo de ser fan. De haber memorizado cada uno de tus movimientos cuando eras ágil como un venado. Mancebo igual que una estatua griega viviente. De saberme cada verso de tus canciones. Entonces me veo obligado a cerrar los ojos para no descubrir que de haber sido el retrato ahora luces como el alma de Dorian Grey.

“Usa tu ilusión”, nos dijiste en 1991, como una advertencia anticipada de lo que vendría muchos años después.

Pero tampoco soy tan severo. En mi conciertómetro te sacaste un 9.

Primero porque fuiste congruente con la letra de Mr. Brownstone:

“El show usualmente comienza a las 7, subimos al escenario cerca de las 9”.

Tu show empezó pasadas las 21:30 horas.

Porque respeto que por dinero o por madurez, Saul y tú hayan dejado de lado la enemistad. Por reconocer que de su odio emana una fuerza creativa que estalla con la misma fuerza que la pirotecnia que calentó a un Foro Sol recién llovido.

Quizá por eso antes de salir a escena se oye la melodía de los Looney Toones. Porque Saúl y William son como el Coyote y el Correcaminos. Y ya se dieron cuenta que separados no tienen sentido. Necesitan odiarse de cerca para existir.

Segundo porque el setlist fue, desde mi punto de vista, el que debía ser. Un equilibrio razonable entre esos hits que a los Gunners ya nos da un poquito de hueva escuchar en los bares de covers, pero que la mayoría adora (Sweet child O’ Mine, Welcome to the jungle, Knokcing on Heaven’s Door) y las canciones que aguardamos dos décadas por escuchar en vivo (Double talking jive, Civil war, Mr. Brownstone) y que durante el primero de los dos conciertos sirvieron para que los villamelones se distrajeran haciéndose una selfie.

Mientras, los “conocedores” nos hacíamos una paja. Mental. Porque ese GN’R que teníamos enfrente era como ver pelear a Rocky en la más reciente de sus películas. Un dinosaurio venerable y desdentado cubierto de cicatrices al que precede más su leyenda que sus golpes actuales.

Get in the ring, motherfucker.

Forever young

Pero no me pidas que sea objetivo, de verdad. Porque tampoco me decepcionaste. Mi banda favorita de la secundaria me complació con sus lugares comunes. Saul tocó el solo de El Padrino. Tu le diste un trago al vaso exactamente en el silencio que divide November rain en dos canciones distintas. Michael se reventó Attitude, de Misfits, con la misma garra que lo hizo en aquel VHS con cuya se ahorcó mi videocasetera, resignada a suicidarse porque sabría que de otra forma seguiría reproduciéndolo hasta hoy.

Una vez me dijo Xavier Velasco que le parecía ridículo que a su edad Pete Townshend de The Who cantara “ojalá muera antes de envejecer”.

Así de caricaturesco debí verme cantando emocionado junto a un gringo de 54 años con su pie roto, sentado en un sillón adornado con mástiles de guitarra: “soy demasiado joven para permitir que me rompan el corazón” en Estranged.

O entonando un himno a la heroína, yo que sólo he usado cucharas para tomar sopa: “Suelo meterme un poquito, pero un solo un poco no pone, así que voy por más”.

O simulando que había una guitarra en mis manos cuando ese mismo exsímbolo sexual de finales de los 80, nos confesaba que el whisky favorito que los Guns bebían cuando compartían un mugroso apartamento en Hollywood “era como tragar gasolina”, tal como dice Nightrain.

Igual de rabo verde que tú debí lucir cuando me quedé con los ojos de plato mientras unas bailarinas, jóvenes y suculentas, abrían las piernas detrás del trono que te prestó Dave Grohl (por cierto, ¿no era Nirvana tu peor enemigo en los 90?) para salvar tu gira. Las chicas se contoneaban en la parte de guitarra de Rocket Queen en la que en el disco también es acompañada por unos cachondos gemidos. Cuenta la leyenda que son los de la novia del baterista Steven Adler (no invitado a este tour llamado convenientemente Not in this lifetime), a quien te llevaste al estudio para tirártela y grabarla.

Tercero porque te diste el lujo de interpretar canciones del maldito Chinese Democracy, el álbum que tardaste más de 15 años y 13 millones de dólares en parir.

Pero qué buenas canciones. Saul se subió a tu tren, prueba irrefutable de la tregua que firmaron, y te acompañó con maestría en This I love, en la que como dijo Rolling Stone en su crónica del show celebrado en Las Vegas, “pese a la falta de empatía, no se puede ocultar que existe una conexión entre ambos en el escenario”.

Lo dieron Tokio

Tanto estudié aquel Live in Tokyo 1992 que sé que ustedes nunca fueron de interactuar demasiado. Por eso me conformo con que en un par de ocasiones, durante las más de dos horas de conciertos, dos veces presentaras al guitarrista ante la audiencia. Una en inglés y otra en español.

No me pidas que sea objetivo, William also know as Axl. Para mí fue un gran concierto. Porque cerré los ojos y permití que la memoria me sirviera un licuado de rock and roll con dos yemas de nostalgia. Saul Hudson aka Slash, Darren Arthur aka Dizzy Reed y Michael Andrew aka Duff contribuyeron a que la videocasetera de mi corazón resucitara entre los muertos. Nunca estuve en Japón y sin embargo viajé a Tokio. Y no estaban esperándome en el aeropuerto el guitarrista Richard Fortus, la pianista Melissa Reese o el baterista Frank Ferrer, sino Gilby Clarke y Matt Sorum.

No es la clásica, ni la original. Es la alineación de aquel concierto grabado en la capital del país de los samuráis y en mi disco duro de vida.

No me pidas que sea objetivo cuando lo único que vine al Foro Sol es a acatar una orden.

“Usa tu ilusión”, decía la carátula de aquellos discos, uno azul y otro naranja.

Usa tu ilusión, decían…

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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