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FEST O NO FEST… ESA ES LA CUESTIÓN

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
"Para ese entonces, había surgido una alternativa: el Corona Music Fest, que derivaría en Corona Capital, con otro concepto totalmente diferente al de un inicio".
FEST O NO FEST… ESA ES LA CUESTIÓN

Por Alonso Álvarez @entoncescomo

Alguna vez tuve 18 años y tuve ganas de ir al Vive Latino; el primero, en el 98. Festivales de ese tipo, no se veían en el país, sólo leíamos de ellos. Dos días, dos escenarios; sonaba como de primer mundo. Para ese entonces venían grupos internacionales con menos frecuencia de lo que lo hacen ahora, y venían por separado, no a festivales; lo cual, a la larga, creo que era mejor, porque tenías oportunidad de verlos en un show más grande y con su producción. Así recuerdo haber visto a los Cadillacs y a los Héroes en el 95.

1995 A.V. (Antes del Vive)

Durante la era del EZLN, existió el colectivo Serpiente Sobre Ruedas, que organizó algunos “festivales” en el estadio de prácticas de CU y algunos en la Prepa Fresno. En estas épocas de coronas capitales y vives latinos, habría que precisar que esas tocadas, como solíamos llamarlas, no se parecían en nada a lo que ahora conocemos como festival. Duraban como medio día, muchas veces eran entre semana, el cartel no superaba los 10 grupos, ninguno era internacional y no nos importaban los horarios. La Maldita Vecindad, La Botellita de Jerez, Santa Sabina, Café Tacvba. Pero eso sí, no había grupos de relleno y la entrada era muy barata, además perseguían una causa, por eso la aportación del kilo de granos en el caso de los de CU, o la cobija, en los de Fresno. Esas eran tocadas al margen de lo comercial, que surgieron después del incidente de Caifanes en la Delegación Venustiano Carranza, bajo el lema “la seguridad somos nosotros” y que no contó con elementos de seguridad pública, ni privada; y que apoyaban a los indígenas en Chiapas. Los festivales más en forma que recuerdo y que me tocó ir, fueron el Nuestro Rock y el Wateke, que organizó MTV. Esos si fueron en foros más “apropiados” para conciertos, el Palacio de los Deportes y el Teatro Metropolitan, pero igual, sin grupos internacionales y con carteles pequeños.

¿Dos días de festival? ¿Más de 40 grupos?

Cuando llegó la noticia del Primer Festival Iberoamericano (eso sonaba además muy acá) de Rock, no podía dejar de ir. Aunque fuera solo un día, porque el lunes 30 de noviembre, tenía examen final de matemáticas. Hubiera querido ir el domingo también a ver a Julieta Venegas, de la que he sido seguidor desde que era La Milagrosa, pero no se puede todo en la vida. Así que fue el sábado, y las Víctimas. Sí, yo fui de los contados –y mis amigos, que los obligué a quedarse- que vimos a las Víctimas del Doctor Cerebro en el escenario pequeño y no vimos a Café Tacvba en el escenario principal. Íbamos rumbo al Foro Sol en el metro, y no sabíamos qué esperar, era algo que sonaba muy bien en papel, pero que fácilmente podría decepcionarnos también. Llegamos temprano al escenario principal a ver a La Lupita, no éramos tantos, quizá la mitad de la explanada, y todo fue fluyendo bien. Cuando se fueron sin poder tocar ‘Paquita Disco’, por falta de tiempo, y detrás estaba ya El Gran Silencio –porque en ese primer Vive, sobre el escenario principal, había una plataforma que daba vueltas, y al terminar un grupo, detrás estaba el otro, ya listos para el último guitarrazo y girar para comenzar su set- me di cuenta de que no iba a ser un festival tan improvisado. Aunque le tocó rechifla a los del Gran Silencio (eran un grupo más nuevo), ese pequeño detalle hablaba de organización, cosa que los llevaría, en parte, a celebrar 18 años de fundación este año. Al final del día, todos molidos, caminando de regreso, pensábamos lo mismo: había sido un gran día, un gran festival, con muy buenos grupos, envidiábamos a los que tenían boleto para el siguiente día y por supuesto, no podíamos esperar al siguiente año.

Lo más difícil no es el primero, sino los que siguen

Así transcurrieron varios años, con excepción del 99 y el 2002, incluyendo el incidente del piso protector volador del 2000, la escasez de agua, refresco y cerveza a las 5 de la tarde, del 2003 y todas las lluvias. El festival entonces enfrentaba su más grande reto: consolidarse. La idea inicial era incluir actos internacionales, que tuvieran algo de latino. Lo cual parecía difícil de mantener, que a la larga les quitaría más de lo que podría darles.

Así, fueron y vinieron entre un día y dos de festival, acto sorpresa o no, invitados internacionales y sus justificaciones, dos o tres escenarios; dentro de todo, era un número razonable de grupos que oscilaba entre los 30 y 40, la mayoría grandes, que lo hacía menos largo y cansado. Hasta que en 2006 la cantidad prácticamente se duplicó, y de ahí en adelante, creció exponencialmente, y como la lógica lo indica, al incluir más grupos, la calidad disminuye. Lo que siempre quieres es que haya mejores canciones en un disco, y menos de relleno, por eso los discos de éxitos funcionan tan bien, aunque quizá en la era del iTunes ya no sean tan necesarios; pero antes, significaban venta segura para las disqueras.

Las letras chiquitas

Y entonces, llegó ese momento, en el que se incluyeron cosas como Los Weeds, Zanate y Asociados, The Satura y hasta algo que se llamaba Un Mexicano Enojado. La lista podría ser interminable, y por ahí del 2010, ya el juego no era atinarle a las bandas que estarían en el vive, sino saber cuántas conocíamos entre tanta paja. Y a ese paso, estaban a nada de un Vive Latino de tres días, y entonces ¿qué programas en más de 30 horas de festival? Pues ya lo que sea. Y entonces tuve que prescindir del Vive Latino, aunque a él no le importó si iba a no. En ningún sentido costeaba ver a dos o tres actos grandes tocar un set de no más de una hora, y pasar todo el día en el Foro Sol matando “horas libres”, evitando a grupos que nadie conocía. Con los años viene la intolerancia, y entre más grande te vuelves, menos grupos nuevos quieres ver.

Las alternativas

Para ese entonces, había surgido una alternativa: el Corona Music Fest, que derivaría en Corona Capital, con otro concepto totalmente diferente al de un inicio. El Music Fest, tuvo sus aciertos: traer a Incubus por primera vez a México en 2005, acompañado de un cartel pequeño, pero consistente; algo que pudieras controlar a pesar de la lluvia. Cosa que no sucedió el año siguiente, cuando aumentaron los escenarios y las pretensiones y entonces NOFX tuvo uno de sus conciertos más breves de su historia, definitivamente el más fugaz en México. Ni siquiera pudieron terminar su décima canción, que en términos de tiempo, significó escasos 10 minutos, porque la valla no pudo contener a la gente, lo que puso en riesgo la integridad del escenario y a la vez de los músicos y la producción.

Para 2010, el que había empezado como Corona Music Fest, se convirtió en Corona Capital, y entonces el Music Fest cambió de tamaño y propósito y se convirtió en una especie de activación de la cerveza; incluso los boletos se canjeaban en los modeloramas y no estaban a la venta.

El Corona Capital propuso un escenario totalmente diferente, literal y figurativamente, fue la primera vez que se presentaron los Pixies en México y donde la mayoría de las personas pudieron verlos, el grueso del cartel se trataba de grupos internacionales y los precios eran significativamente más altos que en el Vive Latino, lo que hizo que la gente también fuera muy diferente a la que solía ir al Vive. De pronto parecía que se trataba de una pasarela informal, de la que nadie hacía refrencia directa, aunque todos sabían que existía. Ir al Corona Capital, representaba una cuestión de status, si ibas, estabas a la moda, si no, olvídalo. Fueron los encargados de traer a varios actos por primera vez, Portishead, Santigold, New Order, Queens Of The Stone Age, pero el costo era cada vez más alto, y no únicamente hablando en términos de dinero.

Dos años con carteles de ese tamaño y el Vive se vio forzado a hacer un cartel más atractivo, sobre todo para los tiempos que vivía el rock nacional y entonces empezó con los actos verdaderamente grandes, ya sin importar que no fuera tan latino. Nine Inch Nails, Yeah Yeah Yeahs, Morrisey (que ya no actuó), Blur, e incluso el regreso de Dave Matthews Band después de 15 años. Así que de algo sirvió también que el Corona se convirtiera en el otro festival más importante de la ciudad.

Como cuando teníamos 20 años

Se me ocurren varias frases sobre el paso de los años, que suelen decir los papás y que pensé que solamente ellos eran quienes las decían, pero los años te hacen llegar ahí. Esperas que muchas cosas, incluyendo los festivales de música, sean como cuando te encuentras a un amigo que tenías muchos, muchos años sin ver; esperas que siga igual a cuando lo dejaste de ver. No te imaginas verlo ya canoso, medio calvo, panzón e iniciando su trámite legal de divorcio. Te gusta pensar en él como antes, porque el hecho de que ya no sea un jovencito, implica que tu tampoco lo eres.

En lo personal –como ha sido esta crónica- pienso varias cosas: menos es más, no sería mala idea que el Vive regresara al concepto original, menos días, menos escenarios, menos bandas, mayor calidad y eso también bajaría los costos. Todo es negocio, pero hay formas para hacerlo, y hay cosas que no se pueden sacrificar para mantener los precios bajos; lo que deriva en que todos quieran hacer su festival y ganar dinero, y entonces te encuentras con fiascos como Gimme The Music, Buchaca y otros, que por querer ahorrar costos, terminan haciendo una versión chafa de un festival. Así como los tenis Kike y Randook, que cuestan menos de la mitad de la versión original, pero terminarás perdiendo la suela a los pocos pasos. En esto mismo de los precios y la ganancia, tampoco está mal dejar a la gente con ganas de más, no se trata de hacer festivales sardina, donde todo resulta insuficiente, la comida, la bebida, el espacio. El Corona, pese a los grandes carteles que ha presentado, es lo menos parecido a un festival; siempre lo dije, lo que menos me gustó fue la gente. Llámenme anticuado, pero disfrutaba mucho de la hermandad que se respiraba en los festivales, de poderte topar con gente que, quizá no veías en todo el año, pero con las que tenías tu reunión anual ahí en el mosh pit. Estr entre la gente esperando a que saliera el grupo e intercambiar miradas que decían lo mismo: ojalá toquen esa que queremos oír, y al final del día, sufríamos todos el mismo cansancio, pero nos regresábamos a casa compartiendo el mismo sentimiento de satisfacción.

Desde hace ya un par de años, decidí que los festivales ya no son para mí, a pesar de que mi pasión es la música en vivo; pero creo que después de tantos años, me volví muy exigente, además del derecho que me dan los miles de pesos invertidos en boletos. No niego que, cada que se acercan las fechas, siento el mismo entusiasmo que sentía cuando era momento de pisar el Foro Sol, el Estadio Azteca, el estadio de prácticas de CU o alguna explanada. Trato de seguir la transmisión, por radio o internet –ahora que se puede- mucho más cómodo, sin zapatos en la sala de mi casa, con una cerveza 75 por ciento más barata que en el festival y revivir, en la medida posible, las mismas emociones. Y cada que se anuncia un cartel, por supuesto que estoy al pendiente, esperando que se trate del soñado, del que estuve esperando todo este tiempo, aunque quizá eso ni siquiera exista.

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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