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El día del amor a través de las letras

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
#LibrosAlDesnudo El día del amor a través de las letras Por Jaime Garba Este video te puede interesar @jaimegarba   […]
El día del amor a través de las letras

#LibrosAlDesnudo

El día del amor a través de las letras

Por Jaime Garba

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@jaimegarba

 

Ya viene el día del amor y la amistad, si creen que es un cliché celebrarlo con una cena, rosas y chocolates, qué tal sería hacerlo con algo de literatura, palabras evocadoras que muevan hasta la última fibra de la amada. Por ello celebro con ustedes este día con un cuento de mi autoría donde combino la nostalgia, el romance y el destino. Si ustedes quieren, hagan como yo cuando adolescente, que copiaba canciones o poemas románticos y les ponía mi nombre para dárselos a las pretendientes (que vale decir jamás me hicieron caso); así que si a ustedes les sirve de algo, póngale su nombre al cuento y dénselo a la novia, la esposa o la pretendiente, quizá tengan más suerte que yo. Se los deseo de corazón.

Toda la vida

Gabriel a sus noventa años, sólo con la muerte como única opción, recorrió varias décadas de su memoria hasta el día en que sus ojos se postraron sobre el césped húmedo. Un día antes, aquel verde pasto había sido presionado por los dos pares de pies adolescentes que se habían dicho adiós. Aquel recuerdo le servía como guía ante la inminente partida hacia la eternidad, pero no quería dejar esta vida sin remembrar el momento preciso en que la tuvo entre sus brazos.

Sus labios, sus ojos, la piel núbil de la enamorada se veía en la vieja memoria como la estampa inamovible del recuerdo que cada día, desde aquel momento guardó consigo. – ¿En qué piensas?-, preguntó el hijo cansado, quien vigilaba la temporalidad de la transición. El viejo, sin hablar, sin ser necesario decir nada dejó aquel año en que moriría para trasladarse con su amada, para fenecer ahí, en ese instante en que realmente dejó de sentir el palpitar de su corazón.

Paso tras paso vio alejarse los cabellos rubios de Gabriela, quien auguraba cual cliché un nos volveremos a ver que nunca llega. Cuando ya no pudo sentir como siente el cuerpo los placeres factibles se apagó la luz de su interior. ¿Los demás años? No importaron en absoluto, como tampoco importaba que partiera en cualquier momento de sus ya pesados noventa años.

Ya no estaba Gabriela ni su sonrisa amplia, tampoco sus manos velludas con delicados, sutiles y contados cabellos que comenzaban uno a uno desde el inicio de sus dedos y culminaban en sus hombros. Tampoco su sexo húmedo en las noches apacibles donde dos casi niños de dieciséis años hacían el amor más con la mirada que con los miembros ignorantes.

El césped en su memoria, aquel panorama verde que estaba ya vacío, se llenó con las veces que ambos estuvieron ahí, viviendo la vida que les dictó el destino mientras las malas pasiones del mundo iban de un lugar a otro rozando sus ideas ante el caso omiso.

El viejo Gabriel, con un movimiento que le requirió el mayor esfuerzo se llevó dos dedos a la boca, aquello era lo más cercano al suave tacto de ella, quien estaría quizá en otras eternidades. Se moría, se les moría a los hijos, a los vecinos, a la esposa equivoca, al mundo… pero habíamos dicho que muerto ya estaba cuando pasó uno, dos, tres días y Gabriela no apareció por ningún lado. La tierra se volvió un saco de desesperanza ante quien sólo deseaba usar el sentido de la vista para satisfacerse.

La habitación, miserable cárcel que le impedía salir hasta donde el recuerdo le dictaba, oprimía su pecho con el color crema que no era el verde del césped de aquella atmósfera donde le dijo te amo tantas veces. Aquel piso gris y desgastado no permitía sentir a sus pies desnudos el momento preciso en que concibió el amor con su partida.

El hijo lloró, los ojos del padre estaban cerrados y su respiración se había esfumado por completo, muerto estaba desde aquella vez y ahora en el nuevo siglo, cobijado por los cuidados para los viejos la estaba buscando cual fantasma, incesantemente en otra dimensión lejana a la de los vivos; los vestidos, los ademanes, la voz, -¡ah!, el sonido-  pensaba, del abrir y cerrar de su boca que manifestaba con palabras los placeres verbales más exquisitos.

La última vez que estuvo en aquel lugar fue cuando tenía veintiocho años. Todo tan distinto como lo marca el tiempo. Sus huellas borradas por las de tantos otros hasta que aquello se convirtió en el progreso. Ruido, estruendo de un lado a otro sin sentido; tecnologías usurpadoras de pasiones que seguramente Gabriela despreció tanto como él, que lo hacía en el silencio. ¿Estaría viva aunque sea en la memoria de los descendientes? –Espero te encuentres aunque sea en la vieja fotografía en algún mueble-, musitó.

De pronto le tocaron suavemente, acariciando de arriba a abajo la arrugada e inservible mano que tanto fue coleccionando arrugas. Ahí estaba ella, frente a él, tan sólo a unos metros de distancia, en las calles modernas, entre vehículos y smog. La veía con la larga e infinita, transparente y mágica mano. Viejo el viejo, o sea, esfumando la memoria y apelando al presente, se levantó del descanso cuasi eterno y corrió a ella tan deprisa que su cuerpo se quedó reposando sobre la mecedora sin mostrar ya realmente un signo de vida. Mientras las lágrimas de los presentes despedían a Gabriel, éste tomaba a Gabriela, jalándola fuertemente como quien arrastra una embarcación a la deriva. Así, después de tantos sueños y ejercicios de ilusión, le faltó cada vez menos hasta llegar a ella, regocijarse entre sus brazos tal vez por otra última vez, para el anhelado toda la vida que se repetiría en nuevas ocasiones y memorias del fantasma.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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