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El café como combustible de las letras

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
#LibrosAlDesnudo Por @jaimegarba Con el paso del tiempo y después de que ciertas sociedades, sobre todo las europeas, elevaran el […]
El café como combustible de las letras

#LibrosAlDesnudo

Por @jaimegarba

Con el paso del tiempo y después de que ciertas sociedades, sobre todo las europeas, elevaran el café -sin proponérselo- al grado de moda (recordemos como ejemplo los cafés parisinos a partir de mediados del siglo XX); para la gran mayoría pasa desapercibido el milagro de esta bebida, pues si hacemos conciencia del “progreso”, como en otros ámbitos de nuestra cotidianidad, conseguir una taza de café es tan factible como ir a la cafetería más cercana y sacar del bolsillo algunos pesos, o en su defecto dirigirse a la alacena, abrirla, sacar y destapar esos vulgares frascos que no hacen otra cosa que saciar hasta el paladar menos exigente, a fin de cuentas, como le sucedía al escritor francés Honoré de Balzac, quien no dudaba en recurrir a desagradables sabores del café corriente cuando no tenía otra alternativa, siempre y cuando aunque fuese en esencia se encontrara con tan sagrado elixir; el que es cafeinómano no puede darse el lujo de pelear contra el impulso.

Es como en otros ejemplos, que la gran tradición de beber café de pronto se volvió un traje de gala que se viste en selectas ocasiones. Me refiero a ese estereotipo que se creó sobre su consumo y los espacios donde se realiza, arrastrando en muchos casos pasados aristocráticos intelectuales, resultando en la fama de los cafés con la imagen de que quien bebe café con una boina y una camisa negra de cuello de tortuga es un tipo interesante y sumamente sabio. La realidad parece decir otra cosa. Independientemente del buen gusto de cada uno de los asistentes y de la concordancia intelectual con sus ropajes, el café, desde su serendípico descubrimiento no ha sido otra cosa que una bebida cuya acepción es individualmente sensorial, que vale decir no está peleada con un buen espacio, de buen gusto, con gente profesional que sirve y ofrece el café de forma apropiaba, más de antemano, esa imagen del ir al café para presumir los trapitos nuevos o para que fulanito sea visto por zutanito, entre otros pretextos burdos, mientras el sacrosanto líquido se escurre por las gargantas sin caso alguno, se está extinguiendo.

¿Qué es entonces el café si hay algo más que sus propiedades científicas y su rico sabor? Miles de artistas, creadores, fundadores de pensamientos, de elementos indispensables de las culturas del mundo, descubrieron en el café al amigo infatigable que iluminaba sus mentes e ideas. Balzac, el gran bebedor de café por antonomasia decía al respecto: “El café debe ser fuerte, rotundo. Una taza es un estímulo, un aleteo de ángel perseguido que forma parte de la reflexión y de las conversaciones. Frente a la hoja en blanco es llave necesaria.” Aunque es una aseveración algo atrevida, diría que no ha habido artista que no gustase del café, salvo aquellos que su condición física no les permitiese tomarlo.

Si bien el café parece ser sólo contexto, quienes gustamos mucho de él podemos entender que hay algo más allá que la casualidad de su presencia en ciertos aspectos de las vidas de los artistas, ejemplo claro el del escritor Jack Kerouac, uno de los representantes de la generación Beat, que además de encantarle el café fue un insuperable bebedor de alcohol y aficionado a las drogas. Se rumora que escribió su célebre novela “On the road” en no más de tres semanas, bebiendo alcohol, drogándose constantemente y tomando café para mitigar las otras duras sensaciones de los alteradores de la conciencia (o sea, para mantener un equilibrio). Del vertiginoso ritmo de escritura da fe el rollo de papel donde está escrita la novela, de más de 120 pies de largo que se exhibe en un museo de los Estados Unidos.

Pequeña pero significativa mención merece K. Rowling, escritora de Harry Potter, quien escribió su emblemática saga en espacios públicos, uno de ellos el café “The Elephant House”, de Edimburgo, donde miles de fanáticos del joven mago visitan el lugar a pesar de los comentarios negativos sobre el café que ahí se prepara.

De la gran lista de artistas que convivieron con el café como con su alma misma, el primer lugar como ya lo mencioné se lo lleva el escritor francés Honoré de Balzac, de quien se dice bebió más de 50 mil tazas durante la creación de “La comedia Humana”. Los rumores cuentan que tomaba hasta cincuenta tazas diarias.

Para Balzac el café era sustancial para su a veces tormentosa profesión de escritor. Pero a pesar de que en muchos de sus ensayos resaltaba los beneficios intelectuales e inspiradores de la bebida, en su “Tratado de los excitantes modernos” comenta: “Mucha gente atribuye al café el poder de otorgar ingenio; pero todo el mundo puede comprobar que los aburridos aburren aún mucho más tras haberlo ingerido. En fin, pese a que las charcuterías estén abiertas en París hasta media noche, algunos autores no se vuelven por ello más brillantes”.

 Balzac sin quererlo se convirtió un arquetipo del café, lo constan las decenas de cafeterías que llevan su nombre, los cafés homónimos que se producen y la cafetera que se encuentra en la que fuera su casa, en París y que es visitada y admirada quizá más que su escultura realizada por Auguste Rodin. Es a partir de Balzac que el café se eleva a calidad de bebida sagrada y su palabra y referencia es indispensable para comprender sus propiedades más allá que las descubiertas científicamente.

Como cafeinómano consumado, de Balzac se documentaron varias referencias directas, por ejemplo, en uno de sus textos “The Pleasures and pains of coffe” el escritor comenta: “Como ha observado acertadamente Brillant-Savarin, el café pone en movimiento la sangre, arranca en ella las fuerzas motrices; se trata de una excitación que acelera la digestión, que quita el sueño y permite seguir durante un poco más de tiempo en el pleno ejercicio de las facultades cerebrales… sin embargo su poder puede no ser constante ni absoluto. Rossini (el compositor italiano) experimentó personalmente los efectos que yo mismo había experimentado. –El café- dijo él, es un asunto de quince a veinte días; el tiempo por suerte para escribir una ópera.” Y así era, Balzac, docto en la preparación del café, sugería formas de prepararlo y beberlo que pudieran dar efectos de extraordinaria lucidez durante semanas enteras.

Si todavía nos queda duda de la importancia que representó el café para el escritor francés, leamos la siguiente percepción del café y la literatura: “Todo se agita. Las ideas rápidamente cobran vida y movimiento como batallones de un gran ejército. Los recuerdos entran a la carga, las banderas ondean en lo alto, el calvario de metáforas se despliega en un magnífico galope. Formas, figuras y personajes se arremolinan; el papel es rociado de tinta. Las labores nocturnas inician y terminan con torrentes de este oscuro líquido, al igual que las batallas inician y terminan con polvo negro.”

 El café rebasa las acepciones modernas que muchas veces conllevan a resultados banales. Haciendo conciencia del papel que ha venido jugando por siglos en el arte y en sus principales actores, nos incita a que cada vez que degustemos de una taza nos sintamos inspirados a realizar uno que otro acto que como los grandes autores, quede para la posteridad.

Bebamos entonces una rica taza de café, que no cincuenta, pues habrá que decir -quizá paradójicamente- que ello influyó en la muerte del Honoré de Balzac.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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