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#CotidianoExtraordinario: Una de vampiros

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Anoche, al filo de las dos de la mañana escuché gritos en el edificio de junto a mi casa. Gritos […]
#CotidianoExtraordinario: Una de vampiros

Anoche, al filo de las dos de la mañana escuché gritos en el edificio de junto a mi casa. Gritos de mujer.

Por Benito Taibo (@benistofeles)

Sobresaltado, salté de la cama para asomarme por la ventana, pero no vi nada de nada. Ni siquiera los perros del vecino, que son unas bestias que le ladran hasta a las latas de refresco, se dieron por aludidos.

Al poco tiempo las luces rojas y azules de una patrulla iluminaron la noche contrerense. Pero tampoco es que vinieran con la sirena a todo lo que da. Así que me dije a mi mismo: Mimismo, vete a dormir que tienes que levantarte temprano. A lo mejor fue otra vez doña Eustolia, que acostumbra recibir así, a los gritos, a su marido, cada vez que regresa de esas reuniones etílicas que son cada vez más frecuentes.

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El caso es que un par de gritos o mentadas son habituales por estas tierras y nadie se espanta de más. Y ya no cuento las noches de fiesta sonidera que retumban “en sus centros la tierra” o las celebraciones a los cuatro mil santos que por aquí son venerados y que hacen de la noche un despliegue pirotécnico que en mucho recuerda a la invasión de Bagdad.

No estuve allí, pero hoy por la mañana, antes de ir a trabajar, el vecino de la tiendita, en susurros me lo contó todo. Y yo les paso al costo la singular historia. Sin omitir detalle. Todavía estremecido.

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La mujer que gritó, y por la cual llegaron los vigilantes de la ley hasta nuestro territorio, juraba y perjuraba que había visto un vampiro rondando por las azoteas. Y que no era la primera vez.

Parece que los dos policías sonrieron demasiado y ella los amenazó con acusarlos con el comandante de la zona, compadre de un amigo. Les dijo que era un vampiro-humano y que aparecía y desaparecía. Nunca lo vio de frente, tan sólo su sombra larga y terrible. Los desvelados vecinos que salieron a mirar se metieron de nuevo a sus casas, esos sí muertos de la risa.

La dama, con enormes tubos de plástico azules en la cabeza y bata rosa de franela estaba indignada y de un portazo regreso a su departamento profiriendo sonoramente un rosario de insultos increíbles. Uno de los vecinos que la vio todavía no se recupera de la impresión de esa rosa quimera, e incluso estuvo tentado a llamar al programa de Jaime Maussan para que vinieran con cámaras y todo, a consignar la aparición extraterrestre. Pero se contuvo y volvió a su cama convencido de que sí hubiera por las cercanías un vampiro, habría salido corriendo después de ver el atavío de la vecina en cuestión.

Dicen que resignados, los dos policías armados con sendas linternas, recorrieron durante largo rato azotehuelas, bardas y terrenos baldíos sin dar con un rastro del escurridizo vampiro.

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Hasta aquí todo es “normal”. Los vampiros, como todos sabemos, siempre han sido más rápidos que nuestra policía. Elegantes y veloces. Pero el vecino de la tiendita sabe de un trágico final en esa búsqueda y me pidió que no divulgara el secreto. Pero lo siento en el alma, él debería saber que no hay que contarle algo a un periodista.

Así que, con la pena, les tengo que informar que los policías, después de tomarse un café con leche y una torta de tamal dentro de su cálida patrulla, vieron una sombra pasar de la azotea de una casa a la otra; se bajaron corriendo del vehículo, linterna en mano, le marcaron el alto y se identificaron según marca el canon de la corporación, como acostumbra la benemérita policía mexicana, tan cuidadosa siempre.

A la sombra le valió sorbete y siguió su camino.

Dispararon al unísono hacia el cielo. Sí alguien oyó algo, seguro que pensó en dos cohetes desvelados que le hacían los honores al santo del día.

La sombra se desplomó desde el segundo piso hasta una huerta de higos.

Parece ser que recogieron el cuerpo y lo encajuelaron.

Mi vecino vio todo desde una rendija, en silencio, sobrecogido.

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Y me dice también, temblando de miedo, que no era un vampiro. Los policías mataron a un ángel alto, rubio y con dos alas blancas enormes que tuvieron que descoyuntar para poderlas meter en el pequeño espacio de la cajuela.

Tenía un tiro en la frente. Sonreía beatíficamente.

Parece ser que lo fueron a echar a los tiraderos de basura del Cerro del Judío.

Los oyó hablar, francamente preocupados, en bisbiseos, de la posibilidad de haber caído en pecado mortal.

Yo no me enteré de nada hasta esta mañana y prometí guardar silencio. Pero me resulta imposible.

Lo cuento solamente para fines prácticos.

Les ruego que no disparen nunca sobre un vampiro.

Quedan poquísimos…

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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