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TRABAJADORAS SEXUALES NOS CUENTAN SU PRIMER DÍA DE TRABAJO

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
“Me mudé a una habitación oscura y diminuta en una casa mugrienta donde vivían otros cuatro güeyes. Durante mis primeros […]
TRABAJADORAS SEXUALES NOS CUENTAN SU PRIMER DÍA DE TRABAJO

“Me mudé a una habitación oscura y diminuta en una casa mugrienta donde vivían otros cuatro güeyes. Durante mis primeros tres meses en la ciudad, me quedé en esa cueva, generalmente en posición fetal”

CIUDAD DE MÉXICO.

Hace unas semanas, me pidieron que hiciera una presentación en un show llamado Bedpost. Bedpost se anuncia como un cabaret erótico. Yo era uno de los dos narradores incluidos en el programa, junto con un grupo de comediantes, unas bailarinas burlesque y, para finalizar, un concurso. El premio del concurso era un vibrador para parejas que valía 200 dólares. Hice mi presentación esa noche con una indiferencia general que al principio enjareté al público pero, pensándolo bien, la culpa era sólo mía. La audiencia se echó el resto del evento. Les gustó mucho la segunda narradora, una ex dominatriz que explicó cómo entró al negocio.

Más tarde, después de que la pareja que ganó el vibrador pidió una ronda de shots para el bar, me puse a platicar con la ex dominatriz y respondió todas mis preguntas. Hablamos sobre el estigma del trabajo sexual. Hablamos de dinero. Hablamos de muchas cosas pero siempre regresábamos al tema del primer día da trabajo. En mi primer día de trabajo, me dio un ataque de ansiedad después de que me enseñaron a usar la copiadora. No imagino qué habría pasado si hubiera sido responsable de los genitales de otra persona.

Conozco algunas personas que trabajan en la industria del sexo pero nunca he platicado a fondo de ese tema con ellas. Supuse que si quisieran hablar sobre eso, me dirían, y si no, entonces no es de mi incumbencia. Sin embargo, la apertura de la dominatriz y nuestra conversación despertó mi curiosidad. Decidí buscar a algunos de mis amigos y conocidos para preguntarles si podía entrevistarlos acerca de su primer día. Las conversaciones a continuación no son de ninguna manera un recuento completo de la vida de las trabajadoras sexuales. Solo son un vistazo a cómo es entrarle a este trabajo.

Renata Val*, dominatriz de pies

Hace dos años, me fui a vivir a Toronto después de vivir y trabajar en Europa. Mi familia y mi novio se quedaron allá. Me sentía sola y deprimida. Me mudé a una habitación oscura y diminuta en una casa mugrienta donde vivían otros cuatro güeyes. Durante mis primeros tres meses en la ciudad, me quedé en esa cueva, generalmente en posición fetal. Cuando se acabaron mis ahorros, supe que tenía que buscar trabajo. En un momento de aburrimiento y curiosidad, terminé en Craigslist y llegué a la conclusión de que la mejor forma de ganar dinero era por medio de los que tienen fetiche de pies.

Estaba muy nerviosa antes de mi cita de Craigslist pero hice lo que pude para que mis pies se vieran presentables. No creo tener pies particularmente bellos. Pero tampoco están mal. Mis dedos están un poco chuecos. En el día en cuestión, me salieron ampollas por caminar mucho en tacones de 12 cm. Me puse barniz color morado con brillitos sobre el barniz caído y salí esperando lo mejor.

Me reuní con Miles, un hombre mayor muy guapo, en un restaurante local. Después de platicar y tomar un café, nos subimos a su camioneta y, de todos los lugares a los que pudimos haber ido, terminamos en un estacionamiento subterráneo de una plaza. Fue el único lugar que se me ocurrió donde podíamos estar a solas y a oscuras para jugar con mis pies en pleno día.

Yo vigilaba mientras Miles masajeaba, lamía y chupaba mis pies descalzos. No sabía cómo íbamos a reaccionar si nos descubrían. No sabía si Miles iba a tener una erección. ¿Habrá notado las ampollas de mis pies? ¿Debería preocuparme? ¿Debería fingir que me encanta?

Al salir de la plaza, la camioneta de Miles se atoró en un tope amarillo de concreto del estacionamiento. No calculó bien su altura y la camioneta no podía avanzar. No sé por qué pero decidí que necesitaba actuar normal y le ayudé a empujar. Se escuchó un chillido muy fuerte, del cemento rozando contra el metal, y creo que le hicimos mucho daño al auto. Me dejó en el mismo restaurante donde nos vimos y me dio 60 dólares. No nos volvimos a ver.

Todavía acepto clientes con fetiche de pies de vez en cuando pero he mejorado mucho desde esa vez. Poco después de conocer a Miles, empecé a vender mis calcetas usadas a un estudiante que ahora es mi esclavo. Hace la limpieza, lava mi ropa, va por la despensa y a veces lo obligo a escribir ensayos. A cambio, le permito chupar los dedos de mis pies. Es increíble.

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Foto por Richard Avery.

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*Nota publicada con autorización de Excelsior

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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