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LA ODISEA POR LA VAQUITA MARINA

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
LA SUPERVIVENCIA DE UNA ESPECIE SE JUEGA EN EL TABLERO MARINO DEL GOLFO DE CALIFORNIA. PESCADORES ILEGALES Y UN BARCO […]
LA ODISEA POR LA VAQUITA MARINA
VAQUITA MARINA

LA SUPERVIVENCIA DE UNA ESPECIE SE JUEGA EN EL TABLERO MARINO DEL GOLFO DE CALIFORNIA. PESCADORES ILEGALES Y UN BARCO PIRATA AMBIENTALISTA LIBRAN UNA BATALLA POR EL FUTURO DE LA VAQUITA MARINA.

TEXTO Y FOTOS DE VIKO LUKÁNIKO

Dentro de la Reserva de la Biósfera del Alto California y Delta del Río Colorado —protegida por el gobierno mexicano, y publicado en el Diario Oficial de la Federación de 1993— la tranquilidad del mar supone ese preciso momento que antecede la tormenta. Paz es lo único que no existe en esta zona que se ha convertido literalmente un campo de batalla. Tanta riqueza marítima, que el mismísimo Jacques Cousteau lo presumía como el acuario del mundo, es ahora presa de los pescadores ribereños quienes, sin muchas opciones de empleo, se han comprometido con el negocio de la pesca ilegal.

Bajo el mar nadan la totoaba (totoaba macdonaldi), un pez que puede alcanzar un peso de 100 kg, y la vaquita marina (phocoena sinus), el cetáceo más pequeño del mundo, dos especies endémicas de México. Su drama nace a partir del buche o vejiga natatoria de la totoaba, altamente cotizada en el mercado foodie ilegal de Hong Kong, y el precio por kilo puede alcanzar los 20 mil dólares.

Ante dicha demanda, los pescadores de San Felipe, Baja California, y de Santa Clara, Sonora, han cumplido su parte en la cadena de suministro al proveer dicho ingrediente al mercado negro. Entran ilegalmente durante la noche a la Reserva de la Biosfera y tiran sus redes de enmalle al mar; estas fuertes paredes de nylon son letales, no solamente para la totoaba, las víctimas colaterales son tiburones, delfines, tortugas, ballenas y sí, la vaquita marina. Según registros científicos del cirva en 2017, de esta última especie posiblemente sólo quedan 30 ejemplares vivos.

LA ODISEA POR LA VAQUITA MARINA 0

Corsarios al servicio de Poseidón
A lo lejos, un enorme buque luce estacionado en el mar frente a San Felipe. Es negro y no parece mostrar miedo a los totoaberos coludidos con la mafia mexicana. Ingresaron legalmente al país para ayudar en las tareas de eliminación de las letales redes de enmalle prohibidas por ley.

Una segunda embarcación descansa en la marina de San Felipe, ambos ondean una bandera negra con un cráneo sobre un tridente y un bastón de pastor. Es una bandera pirata; los dos pertenecen al ejército marítimo de Sea Shepherd.

Su trabajo es sencillo y complejo. Vigilan las 24 horas del día el Alto Golfo apuntando las coordenadas de las pangas que instalan las redes de enmalle, normalmente de noche. Salen muy temprano para ganar la carrera a otras embarcaciones que engañan a las autoridades con permisos legales para sacar dichas redes. El tiempo es crucial. Deben quitar las trampas y liberar a todo animal que quede atrapado, ya que morir asfixiado es un peligro real.

Los marineros encuentran las redes y las suben a la embarcación. Custodian el mar de los totoaberos voraces. Eliminan sus redes y por ende sus jugosas ganancias. Fibras sensibles son trastocadas por los corsarios, quienes han sido amenazados por los pescadores de ambos pueblos. Por esta razón, la Marina de México los protege día y noche. La tripulación del Sea Shepherd duerme tranquila; el único miedo que pueden compartir es el de perder la batalla y ver a la vaquita marina extinguirse frente a sus ojos y los de todo México.

Vaquero marino busca un capitán
Entré de incógnito al pueblo de San Felipe, en el municipio de Mexicali. Conozco el sol y las reglas tácitas en la carrilla diaria. Uno debe aguantar los golpes de la burla y el sol para entrar a los círculos de confianza. En estos parajes sin casi ley, una buena caguama Tecate puede abrirte muchas puertas.

Había coordinado a un escuadrón de muralistas mexicanos e internacionales para ayudar en la labor de embellecimiento urbano. Entre el mitote, las risas, los aerosoles y las escaleras dobladas, yo me alejaba y penetraba la zona cero, el centro del pueblo, donde debía conseguir a los aliados y detectar a los totoaberos encubiertos como civiles. En situaciones de guerra, lo preciso es saber el arte del engaño, siempre llevar cigarros y actuar como si el tequila estuviese quemándote por dentro; deben creer que eres un débil turista cuando en verdad utilizas una vieja maña samurái.

El problema de la corrupción en parajes sin ley es que de alguna u otra manera todos están inmiscuidos. Resulta complicado detectar a los buenos debajo de sus máscaras de alimañas. Los que más se acercan pueden ser aquellos que buscan sacarte del camino, desconfiar de todos es la única forma de eliminar de la baraja a los podridos.

Entre tiburones fui encontrando a malignos seres con sangre de cochi. Amenazaban a quien se atreviera a exigir un cambio en su actitud. Borrachos por meses, utilizan el malecón como su baño, su cantina, su congal. Lo más inteligente era alejarse del malecón y tomar la barra del Miramar como centro de control. Liberar una moneda y permitir que el chamán de Carlos Santana guiara mi camino. Bailo con una señora retirada de Montreal pensando cómo diablos entraré en contacto con el capitán del Sea Shepherd.

Una tormenta para leer el futuro
Cerré los ojos y esperé una señal. Esperaba un chamizo que guiara mi camino. Un coyote parlante. Esperé hasta que un viejo amigo dedicado a la sal me preguntó sobre mi preocupación. Le conté mi dilema y lo difícil que es pasar los retenes sin ser detectado. Risueño como sólo él, levantó su celular e hizo una llamada. Con cerveza en mano esperé. Una gota de sudor. Ese aliento dulce de la malta enfriando el termostato corporal. Colgó y me confirmó un encuentro con el capitán del barco Sea Shepherd. Entre risas se retiró y me dejó solo.

Nervioso me permití dormir esa noche pensando en mi encuentro con el capitán, pensaba en un personaje bárbaro, con ojo de vidrio, un tentáculo por brazo y oliendo a ron jamaiquino. Dormí excitado esperando la mañana para el encuentro; al despertar me sorprendió una densa tormenta sobre nosotros: relámpagos y un viento terrible nos tenían atrapados en la habitación del hotel.

Notaba en mi compañero documentalista, Adriano Elene, un poco de nerviosismo. Clarividente, él armaba su propia hipótesis sobre la tormenta que nos azotaba, curiosamente justo en el momento pactado para el encuentro con los ambientalistas. Ansioso, le pedí me explicara si había soñado algo.

De pronto “El Cosaco” me compartió la posibilidad de que existiese algo más en la historia, algo oculto fuera de nuestra comprensión, allá en la tormenta. Un Godzilla. Un Kraken extraterrestre que se alimenta de las vaquitas marinas sagradas. Lo miré asombrado. Regresé mi mirada a la tormenta. Podía creer todo en este punto. La pregunta tenía que hacerse, mi labor y el nivel de mi paranoia me obligaban. Y así como la tormenta inició, se fue.

Inmediatamente decidí continuar con el encuentro. Entramos al territorio de la marina custodiada por los Marinos. Llegamos hasta la puerta. Un alemán arreglaba el motor de una pick- up estacionada justo frente a la puerta del muelle. Me miró suspicaz. Abrieron la puerta y caminé rápidamente hasta la embarcación. Por fin miré el cráneo pirata pintado sobre el barco. Estaba justo frente a la nave del Sea Shepherd. De pronto se abrió la escotilla y salió una joven. Se presentó como Oona. Ella, francesa de nacimiento, era la capitana. Emocionado le pregunté rápidamente si existía algo sobrenatural en altamar. Un Godzilla gigante, le pregunté; ella sorprendida, soltó la carcajada.

“Ojala fuera un Godzilla malo y no un centenar de totoaberos ilegales, creo que así sería más fácil salvar a la vaquita marina”, respondió Luisa, la segunda al mando.

Misión Milagro III
Al día siguiente me invitaron al buque Marley Mowat a recorrer la zona donde habita la vaquita marina. Bajé a la cocina y conocí a la tripulación. Ahí escuché música balcánica y a la cocinera Estela preparando el desayuno para el equipo. Para mi sorpresa, encontré que todo el menú del barco es vegano. Nada de carne. Mucho menos pescado o mariscos.

Todos los tripulantes del Sea

Shepherd son extranjeros y voluntarios, visten su uniforme con el logotipo; hombres y mujeres por igual. Todos corsarios modernos, disciplinados y sumamente amables trabajan en equipo.

Con las coordenadas registradas por el drone, el equipo al timón dirige la embarcación a donde suponen flotan las redes de enmalle. Al encontrar el punto liberan una enorme pieza de metal dentada cuya labor es agarrar dicha red. Como en la pesca, sentir el jalón es que tienen a su presa: la red ilegal.

Durante el recorrido no encontramos red alguna. Oona lucía satisfecha, al menos por ese día. Lamentablemente tampoco pudimos divisar alguna vaquita marina. De hecho, muchos de los marineros me confesaron que nunca habían visto al animal en libertad. No obstante continuaron con el protocolo y recorrieron varios kilómetros en busca de redes ilegales.

La capitana me invitó a la cabina de control y me obsequiaron un uniforme de Sea Shepherd. Al ponérmelo, inmediatamente tuve una epifanía. Mire al mar, ese mar de Cortés tan hermoso e imaginé a las pocas vaquitas marinas desconociendo el paradero de sus compañeras, miré de vuelta a la capitana y a la tripulación concentrada en la misión Milagro III, y de pronto me sentí parte de ellos, con la plena convicción de que tal vez salvar a la vaquita marina es el primer paso para salvar a nuestra especie de la extinción.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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