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“Yo soy un chavorruco de onda y me gusta Slash”, crónica de un concierto forever

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
Pobres de los hipsters, ellos no lo pueden entender. Yo soy un chavorruco de onda y me late el rocanrol. Si […]
“Yo soy un chavorruco de onda y me gusta Slash”, crónica de un concierto forever

Pobres de los hipsters, ellos no lo pueden entender. Yo soy un chavorruco de onda y me late el rocanrol. Si lo leíste cantando, seguro tienes (muchos) más de 30. Es posible que también hayas ido al concierto de Slash este miércoles por la noche en el Pepsi Center e hicieras air guitar con una mano, porque en la otra sostenías un vaso de medio litro de espuma de cerveza.

Por Arturo J. Flores (@arthuralangore)

Fotos cortesía de Lulú Urdapilleta (@lulurdapilleta)

La nostalgia es un sentimiento. No se puede tocar. Sin embargo, pesa. Tanto como miles de jóvenes (ellos sí) apretujados en la valla a los pies del guitarrista al que consideran una leyenda viva de tiempos pretéritos. Tanto como los otros, los que preferimos mirar los toros desde la barrera, recargados a intervalos en un pie y en otro, porque el cansancio del día también nos pesa. Tanto como el padre que carga en hombros a su hijo de pocos años. Tanto como la mamá, que a un lado, lleva en el hombro la pañalera. El peso de llevar una vida normal.

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Tanto como el recuerdo de la habitación de mi primo donde jugábamos a ser,yo Axl y el Slash. Nunca nos gustaron los Power Rangers. Por eso en vez de volar, soñábamos con adquirir el súper poder de tocar la guitarra. Él aprendió. Pero yo no. Y a diferencia de Axl y Slash, jamás nos dejamos de hablar. Soy uno más de estos Gunners que 28 años después de lanzado el disco Appetite for Destruction no olvidamos la letra de Nightrain, que es la segunda canción que Slash nos entrega en las orejas como Prometeo debió hacer con el fuego sagrado.

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La memoria es una compañera caprichosa. Puedes olvidar dónde has dejado las llaves del carro, la fecha del descubrimiento de América o pagar la tarjeta de crédito. Pero no las canciones de una de las bandas cuyos discos ponías en el estéreo hasta que tu padre te soltaba una lana con tal de que te callaras.

Por eso cuando le llega el turno a You could be mine, en nuestras cabezas aparece la imagen de Terminator Arnold Scharzenegger con chamarra de cuero peleando contra un androide construido con metal líquido, mientras repetimos, como si trajéramos las palabras tatuadas delante de los ojos: “soy un frío rompecorazones a punto de estallar”. En inglés, obvio.

Pero injusto sería no reconocer que más allá de la salida fácil que representa evocar a Guns N’ Roses, Slash y Myles Kennedy and the Conspirators (Frank Sidoris en la guitarra, Todd Kerns en el bajo y Brent Fitz en la batería) también se da vuelo tocando material nuevo. Además de algunas del disco Slash como Back from Cali y Ghost, también retumbaron en toda la acústica del bodegón que lleva nombre de refresco, You’re a Lie, The Dissident y Avalon, que ya pinta hit de los más jóvenes seguidores del hard rock graduado de la vieja escuela.

Son ellos quienes por el mejor estado de sus pulmones, opacan a los más experimentados, cuando Myles de plano guardó silencio en Sweet Child O’ Mine. Resignado a que tendría lugar un acto de karaoke colectivo, el cantante originario de Washington mejor le blande el micrófono a quienes Manuel Suárez, vocalista de los abridores de Motor, definió como “La banda”, para que washeáramos el testamento más popular de los Guns.

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Motor se merece un reconocimiento. Si bien los congregados demostramos con creces pertenecer a esa estirpe de los chavorrucos, la banda del ex Guillotina nos facilitó regresar a los 90 como Marty McFly volvió al futuro en el cine. Hacía mucho que una banda nueva no expelía tal cantidad de buenos riffs, de voces ásperas, de redobles contundentes y que su cantante no se tiraba al público para nadar encima de sus cabezas. Sobre todo cuando en las pantallas se proyectaron advertencias a la gente para que no bailara slam: ¡en tu cara, Pepsi Center!

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En resumen, el miércoles se abrió un agujero en el Universo por el que escapó una década que muy pronto será objeto de revivals. La última parte del siglo XX se apersonó en forma de aquel calvo que movía la cabeza en honor a una greña que ya no posee. También del matrimonio que llevó a sus hijos, los 4 integrantes de la familia utilizando chisteras como las de Slash. En la de los dos Godínez que bebieron litros de cerveza, a sabiendas de que los anti ácidos les perdonarían sus pecados. Y en la fila de soldados listos que aprovecharon el interminable solo de Slash para descargar la vejiga, porque llega una edad en la que el organismo se impone al gusto por el arte.

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Si emocionarnos por escuchar rock duro es delito, que nos encierren. Yo soy un chavorruco de onda y me gusta Slash.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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