PERO SIGUE SIENDO EL KING… DIAMOND
POR ARTURO J. FLORES
FOTOGRAFÍAS DE SALVADOR BONILLA / CORTESÍA DE OCESA
Afuera del Palacio de los Deportes, pasadas las 7 de la noche del sábado, un personaje que ya es familiar para los asistentes a conciertos, sostenía con estoicismo una cartulina rosada en la que escribió: “La madre de todas las peleas la ganó Jesucristo cuando resucitó”.
Al mismo hombre, delgado, moreno, dueño de una paciencia inquebrantable como el granito, se le ha visto en el Vive Latino o las recientes actuaciones de Metallica. Siempre con mensajes similares alusivos al Hijo de Dios. Algunos lo miran con desdén, otros ni siquiera le prestan atención. Muchos lo han inmortalizado en Instagram.
El desconocido escogió el concierto que el danés Kim Bendix Petersen ofrecería en la Ciudad de México para exhibir una pancarta relacionada con la pelea de box que más o menos a la misma hora que King Diamond subiría a proferir herejías, tendría lugar en Las Vegas entre Julio César Chávez y Saúl Álvarez.
Pero algo hubo en las líneas que mostraba, incólume igual que una pirámide maya, que definitivamente describía lo que estaba sucediendo. Una resurrección. La de una pasión por un icono del heavy que al que muchos nunca habíamos visto en vivo, tocando completo uno de sus mejores álbumes. La de una audiencia que mayoritariamente superaba los 30 años, que en algunos pasos tuvo que hacer un esfuerzo por volverse a encajar sus viejos ropajes negros adornados con estoperoles, la de una duda constante cada vez que se anuncia un concierto en el Palacio: ¿cómo diantres se va a escuchar?
Y al final de la noche, uno recordaba la pancarta y concluía, la madre de todas las batallas, aquella que se libra contra el tiempo, por lo menos esta noche la ganó, y por un emotivo knock out, King Diamond. Ya mañana, Dios dirá.
EN EL NOMBRE DEL PADRE
Dicen, por cierto, que Dios está en todas partes. Incluso en el escenario. Ahí apareció crucificado, impreso en una manta en medio de dos demonios. En algunos momentos cubiertos por un pentagrama que subía y bajaba por medio de un mecanism. A los pies del Nazareno martirizado, una plataforma en cuyos extremos dos escalinatas le permitían el acceso. Una escenografía que emula la mansión encantada descrita en “Abigail”. Cuatro músicos de acompañamiento en el escenario. El gran Andy LaRocque a la izquierda, aunque paradójicamente represente la mano derecha de King y así se lo hizo saber él cuando lo presentó, y la gente lo confirmó con una ovación volcánica.
Luego de la actuación de los nacionales de Strike Master, que por desgracia contaron una audiencia flaca, y de una infame ecualización de los norteamericanos Exodus, las dudas respecto a cómo sonaría la comparecencia del danés se despejaron, para bien, porque el ingeniero hizo un trabajo destacable. Su alquimia de volúmenes permitió apreciar no sólo una música trepidante y oscura, tocada con precisión, sino el característico falsete de Diamond con gran claridad. No se percibía agotado, porque supo administrar sus fuerzas para que le alcanzaran para interpretar 14 canciones.
No obstante, es innegable que ya mueve mucho más lento, con la contundencia de un viejo dinosaurio, pero también con la malicia que los años han macerado en su alma. Diamond sabe que si sube las escaleras con lentitud, no sólo evita que sus pulmones se desgasten a media nota, sino que imprime una enorme teatralidad a sus movimientos. Más si tiene a su costado a una actriz contoneándose en el escenario, distrayendo lo que pudiera ser una inquisidora mirada por parte de sus asiduos.
“¿Dónde están los mexicanos sotánicos?”, preguntó en español el vocalista de Exodus, Steve Zetro, en su oportunidad, saliéndosele un paradójico juego de palabras con “sotana”, cuando en realidad se refería a los adoradores del diablo.
LA NIÑA DIABÓLICA
King Diamond es un gran admirador de la filosofía de Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán. Por eso la estética de esta celebración por el 30 años de lanzamiento de “Abigail”, estuvo llena de referencias anti cristianas. Un concierto que bien podría verse desde una óptica de musical, porque la actriz Jody Cachia le ayuda a contar de forma más gráfica el argumento del álbum conceptual lanzado en 1987. El de dos generaciones distintas atormentadas por el espíritu de una niña recién nacida a la que en un momento cúspide del show, Diamond asesinó simbólicamente en el escenario utilizando una muñeca.
Antes de descargar en orden los temas de “Abigail”, Diamond realizó una especia de encore a la inversa, obsequiando cuatro canciones de otros discos, sobresaliendo entre ellas una explosiva “Halloween”, además de dos más de Mercyful Fate, “Melissa” y “Come to the Sabbath”. Una vez que comenzó la ejecución de “Abigail”, las dos primeras clarificaron que el disco sería invocado con justicia, actitud y gran dignidad. Escucharlo llegar a las notas de “Welcome home”, hicieron pasar por alto que la neblina artificial, los sonidos de truenos, las cruces invertidas que se iluminaban y otros símbolos blasfemos que con el paso de los años se han convertido en lugares comunes del metal, volvieran a servir como escenario de una película atemporal capaz de estremecer las entrañas.
Se trató de una noche completa, en la que el cantante armado con su característico corpse paint, su chistera negra y el atril de micrófono en forma de una cruz de huesos humanos, se sobrepuso a su edad.
Él peleó una batalla digna. Mucho más de la que, nos contaron, se transmitió a esa misma hora en la televisión. A su manera, nuestro profeta metalero hizo algo parecido al que un desconocido evocó con su manta afuera del Palacio: levantarse de entre los muertos para caminar entre los vivos.
