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UN FIN DE SEMANA NADA “NRMAL”

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
TE TRAEMOS UNA DETALLADA REVISIÓN DEL FESTIVAL ALTERNATIVO MÁS INTERESANTE. SI NO FUISTE, EN LA CRÓNICA ENCONTRARÁS UNA SUGERENCIA IMPLÍCITA […]
UN FIN DE SEMANA NADA “NRMAL”

TE TRAEMOS UNA DETALLADA REVISIÓN DEL FESTIVAL ALTERNATIVO MÁS INTERESANTE. SI NO FUISTE, EN LA CRÓNICA ENCONTRARÁS UNA SUGERENCIA IMPLÍCITA DE MÚSICA QUE VALE LA PENA ESCUCHAR.

 

POR JORGE GALINDO

FOTOGRAFÍAS DE SHARON LUGO

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SÁBADO

Aunque hace cincuenta años que al rock psicodélico se le otorgó el que fuera uno de sus discos más relevantes e influyentes –el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles–, este sábado (primera jornada del festival Nrmal), el género protagonista de esta edición se mostró sobre el escenario bastante vivo y, mejor aún, suficientemente productivo y dispuesto a aparecer aún en las instrumentaciones, ritmos y estilos más diversos.

Por ejemplo, con Dorit Chrysler y su theremin –ese extraño instrumento, especie de arcaico sintetizador que se ejecuta moviendo las manos a su alrededor, sin tocarlo–, acompañada con pistas de orquestación electrónica, a tempos lentos, casi eróticos, que terminó su acto con un guiño al público mexicano al incluir la melodía “Bésame mucho” hacia el final de su repertorio.

O Clubz, que, en sintonía con aquel theremin y el estilo electrónico, aceleró el downtempo hasta hacerlo dance, y lo acompañó con líneas melódicas de saxofón, una voz masculina en falsete, juegos de luces y visuales caleidoscópicos –que, con sus transiciones como estrobos, fueron un común denominador para todas las bandas–.

O Holly Wave y Moon Duo, el primero con riffs de guitarra que me remitieron al Revolver, también de The Beatles, y el segundo con monótonas líneas de bajo, a lo post punk, con largos solos de sintetizador sobre ellas; ambas bandas a velocidades que fueron una invitación a un hipnótico estado dionisiaco en el cual todos bailasen, siguiendo su beat insistente, casi tribal.

Además, Holly Wave regaló al público una piñata con forma del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que “surfeó” sobre la multitud, que lo lanzaba de un lado a otro, en respuesta a la invitación de parte de la banda de «hacerle lo que ustedes quieran».

El NRMAL es uno de los festivales mejor logrados de la escena mexicana. Su organización le concede mucha importancia a la curaduría y cada año se esmera en presentar un cartel con bandas nóveles y veteranas, partícipes relevantes de las tendencias musicales en boga. Su atractivo también reside en que aún no se ha masificado, lo que asegura un lugar cercano a los músicos, así como un ambiente íntimo, reforzado por la cercanía de sus escenarios. Sin embargo, como festival relativamente nuevo, tiene aún sus tropiezos:

En los escenarios Rojo y Reverberation, –donde los actos capitales alternan sin pausas sobre uno y otro–, Circuit Des Yeux fue el primer momento donde la energía, que había comenzado a acumularse bailando con Dorit Chrysler, se diluyó entre los acordes de una guitarra acústica y las melodías de un violín, que, aunque interesantes por las sensación psicodélica que creaban en los momentos más álgidos de sus canciones, con las dinámicas en toda su potencia, la atención en el público comenzó a dispersarse por la demora para ajustar los niveles de los instrumentos, ya que pasaron varios minutos antes de que alcanzaran la intensidad del sonido con el que acabó su presentación la artista anterior.

Después, algo similar sucedió con Porches, que, a pesar de que no tuvieron ningún problema relacionado con la mezcla de audio, su música significó una disminución en la energía y el tiempo que seguía ya una curva ascendente desde Clubz y Holly Wave.

Tras ellos, Moon Duo regresó el dinamismo al público, que una vez más volvía a bailar epilépticamente, y todo parecía indicar que una vez que The Brian Jonestown Massacre saliera al escenario todo iba a reventar, al más puro estilo de una alucinación que en el instante preciso se desborda, pero durante la primera mitad el audio fue más bien recatado y, aunque eventualmente mejoró, nunca llegó a ser del todo esos graves que resuenan en la caja toráxica ni esas guitarras que parecen estar frente a la nariz, que tan bien hubieran combinado con el repertorio que presentó Anton Newcombe y compañía, quien, para desgracia nuestra, estaba resfriado.

The Brian Jonestown Massacre, el acto que más esperaba de la noche, me dejó la extraña sensación de haber acudido a lo que potencialmente podría haber sido un concierto delirante, pero que las circunstancias del sonido y de la voz no permitieron que sucediera del todo, por lo que hubo que conformarse con moverse discretamente al ritmo de la psicodelia de la Costa Oeste –cuna de la contracultura que originó al género–, a un volumen discreto y con una banda que parecía algo cansada como para estar dando de sí el cien por ciento.

DOMINGO

Como en la mayoría de los festivales actualmente, NRMAL es un punto de encuentro para proyectos provenientes de distintas geografías. Este domingo, en su segunda jornada de conciertos, los artistas ejecutaron un abanico de sonidos que, en algunos casos más que en otros, mostraron la influencia de su nacionalidad en su paso por los escenarios, mientras que el baile fue una constante en la que el público insistió sin importar la hora del día ni el género de la música que frente a ellos interpretaban.

Entre los actos que presencié, Ava Rocha mezcló pasajes de guitarra al estilo de The Mars Volta con otros de bandas de acid jazz, con lo melodioso de la lengua portuguesa y con la festividad característica de algunos ritmos de Brasil.

Guido Möbius, berlinés, –en esta ocasión el único artista que pude ver del escenario Rojo– mostró la metronómica precisión alemana en la forma en la que ejecutaba sus canciones superponiendo en el momento capas de loops y oscilaciones de feedback que arrancaba de pedales de delay, que tenía sobre una superficie elevada, que hacía algunas veces de mesa, donde manipulaba sus aparatos, como dj, y otras de tarima, cuando decidía subirse ya fuese a tocar la guitarra, cantar o tañir una trompeta que igualmente pasaba por el proceso de aquella larga cadena de efectos.

Con Camila Moreno se conjugó rock, folclor chileno y electrónica de corte trip hop sobre el escenario Azul, todo orquestado con guitarras eléctricas, samples, loops, sintetizadores, una batería bien maciza y la potente voz de Camila –que más de uno habrá encontrado en ella guiños a la forma de cantar de artistas como PJ Harvey o Björk. A la mitad de su set, nos deseó que encontrásemos pronto a los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, así como a todos los desaparecidos de América Latina.

Lorelle Meets the Obsolete, de Guadalajara, montó un show donde convivió krautrock, shoegaze y noise, con un groove psicodélico, guitarras drone y una voz femenina cantando letras en inglés.

Mueran Humanos inauguró la noche y desde las sombras el dúo argentino radicado en Berlín extrajo de sus instrumentos sonidos primordialmente post punk, industriales, pero a los que agregaron elementos de otros subgéneros hermanos, como sintes new wave o pasajes saturados de efectos como en el shoegaze o el noise. La cantidad de gente que coreaba ya sus canciones anunció que la hora de los headliners había comenzado. La oscuridad favoreció el espectáculo de luces y el ánimo existencialista de las canciones. El paralelismo entre Ian Curtis y Tomás Nochteff, que ya sugería su forma de vestir y su corte de cabello, quedó sellado al tirarse al piso al final de una de las canciones para tocar desde allí el bajo con movimientos epilépticos, como con los que también bailábamos convulsos quienes estábamos detrás de las vallas.

La banda inglesa Psychic TV comenzó con un bajeo en una nota pedal, como si fuese una continuación del show que acaba de terminar en el escenario de al lado, casi al mismo beat. El resto de la banda no tardó en entrar y en las bocinas escuchamos decir «ellos odian cuando estás feliz» mientas sobre el pasto la gente bailaba y algunos se abrazaban en respuesta a las recurrentes invitaciones de Genesis P-Orridge, cantante, de mostrarnos amor entre todos.

Finalmente llegó Tortoise a concluir los conciertos de los escenarios principales, con dos baterías y una alineación que rotó constantemente de instrumentos, a veces más de una vez en la misma canción, con lo que cada uno de sus integrantes mostró su capacidad multiinstrumentista y de crear con ellos largas piezas que oscilan entre el jazz fusión, el post rock y el progresivo.

Tras un encore de Tortoise y de la aclaración que hicieron de que todos los ciudadanos mexicanos somos bienvenidos a Estados Unidos, concluyó para muchos –aunque en el escenario Rojo aún sonaba Black Devil Disco Club– un festival que les trajo actos que otros organizadores no traerían, que los mantuvo dos días bailando con todo tipo de ritmos y que, en su segunda jornada no repitió, por fortuna, los pequeños tropiezos con el audio que padecieron algunas bandas el día anterior.

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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