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CRÓNICA GODÍNEZ: HOME OFFICE, TÚ ERES TU PROPIO JEFE NEGRERO

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
Si te dijera que nunca más tuvieras que venir a la oficina seguramente pegarías un grito de felicidad. Si además […]
CRÓNICA GODÍNEZ: HOME OFFICE, TÚ ERES TU PROPIO JEFE NEGRERO

Si te dijera que nunca más tuvieras que venir a la oficina seguramente pegarías un grito de felicidad. Si además te lo anunciara en lunes es posible que la alegría no te cupiera en el cuerpo. Si en tu destino apareciera la posibilidad de sumarte a la creciente tendencia en varios países del mundo –que se extiende poco a poco en México– de trabajar desde casa, es posible que por tu cabeza atravesara el siguiente pensamiento: “ya chingué, por fin me hizo justicia la Revolución”.

Por Arturo J. Flores (@ArturoElEditor)

Escribo con licencia imaginativa, porque nunca he visto en semejante situación. Desde que a los 19 años me sumé a las fuerza laboral del país, he tenido que dejar varias de mis horas (que sumadas deben ser varios lustros) en el interior de una oficina.

Tampoco es que me queje, la existencia Godínez ha sido amable conmigo.
Tengo varios amigos que hacen home office. Gente que a nosotros, los que cada mañana vencemos la tentación de destruir el despertador a martillazos, nos parecen de otro planeta. Quienes como zombis salidos de ultratumba nos arrastramos hasta la regadera envidiamos profundamente a los que se pueden dar el lujo de asistir a una junta calzados con pantuflas.

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¿Es el Home office tan bello como parece?

Pues verás. Cuando te hacinas cuatro horas diarias dentro de un camión o vagón del metro, creo que sí. Encender una computadora que reposa tranquilamente en tus rodillas representa una sucursal del cielo, si piensas en quienes han tenido que enfrentar una cruda en la oficina. Responder uno por uno la centena de emails que (inexplicablemente) acumulaste desde la medianoche hasta las 9 AM del día siguiente se antoja mucho más soportable si lo cobijado por tu edredón de lana.

Si pudiéramos preguntar a los esclavos que levantaron la pirámide de Giza si hubieran preferido cumplir con su encomienda sin salir de casa, seguro nos dirían que sí. O por lo menos sin latigazos de por medio, aunque sí con prima vacacional y aguinaldo incluidos.

Leonardo hace home office. Cada vez que nos vemos para comer me cuenta acerca de las ventajas de esta práctica, aunque tarde o temprano –con la sinceridad estimulada por dos o tres copas de vino– me confiesa que también les gustaría tener un vecino de gabinete, como yo, con quien reírse de un meme de Facebook. Él añora mirarle las piernas en horas de oficina a una alguna prófuga del modelaje, como las que hay cuando menos una en cada despacho, y después hacer comentarios guarros junto a algún cómplice de miramientos como yo. En el fondo, quisiera tener una oficina a donde ir. Leo es un Godínez despatriado.

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Existen otras tradiciones oficinistas de las que es huérfano, como las Fiestas de Fin de Año, los intercambios de chocolates el 14 de febrero, las tandas en fin de quincena y las quinielas en días de Mundial. Mi amigo está tan solo como los personajes del Principito: es el Rey de su planeta sin súbditos, el farolero que enciende y apaga una lámpara cada minuto, el hombre de negocios que cuentan sin cesar las lejanas estrellas de las que presume ser dueño. Nunca ha estado en junta, jamás un ingeniero en sistemas le tuvo que formatear la computadora porque abrió un correo infectado con un virus, en su vida (laboral) corrió, gritó y empujó para poner histéricas a las compañeras en medio de un terremoto. Es verdad que despacha en pijama y si lo desea con una cerveza en las venas, ¿pero a qué precio si su parte animal se muere –como estableció Aristóteles– por ser social?

A Ángel, otro buen socio, le tocó cambiar su rutina oficinista aprendida al calor de los años por un home office prometedor. Encomendado a actualizar los contenidos de un sitio web, me tocó ver cómo se transformó de un alegre trotamundos al que le divertía escaparse del trabajo unos minutos cada mañana para comprarse un jugo de naranja, a un aislado monje posmoderno dedicado a transcribir los rollos del Mar Muerto a punta de tweets. Como trabajaba desde casa, sus jefes no aceptaban pretexto alguno para no localizarlo o para solicitarle cambios de último momento a cualquier hora del día. Su empleo como community manager lo obligó a convertirse en un clon de Dios, que debía estar en todas partes y siempre escuchar a quienes le hablaban para solicitarle un milagro. Terminó por no ver casi la luz del sol y reprimir uno a uno los placeres que el home office le brindaba, como desayunar a sus horas, tener tiempo para hacer ejercicio o darse el placer de una siesta de mediodía. Parecía un gorila a quien se había enseñado a golpes a permanecer dentro de la jaula, por lo que podía dejarse la reja abierta sin temor a que se fuera a escapar.

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Un día, mientras lo veía trabajar afanosamente en el comedor le dije: “ahora que eres tu propio jefe, quién diría que tú mismo te negrearías más lo que ningún patrón lo hizo antes”.

Conocí a otras dos personas que también trabajan desde su casa. Una de ellas acondicionó un área de su vivienda como cubil. Todos los días se levantaba a la misma hora, se bañaba y se arreglaba como si fuera a salir. Pasaba 4 horas en su habitación-oficina, después comía durante una hora y laboraba un par de horas más. Era sumamente estricta y jamás dedicaba un minuto más a su quehacer de lo que lo haría si checara reloj en un centro laboral. Para ella el home office representó la oportunidad de pasar tiempo en casa con su familia sin necesidad de desperdiciarlo en traslados de la casa al trabajo. La otra persona es todo lo contrario. Varias veces se ha quedado dormida el día entero y terminado pendientes de último momento durante la noche. Pero me cuenta así es feliz, porque las oficinas sin ventanas la deprimen.

Lo que no dije es que estas dos personas son extranjeras. Una radica en Chicago y la otra en Nueva York, ciudades donde se han logrado superar muchas de las trabas, prejuicios e inconvenientes del home office.
He fantaseado con la idea, pero no acaba de convencer. En el fondo me entretiene el ambiente de oficina y no sé si pudiera acostumbrarme a hacer lo que hago desde mi casa, por más que un estudio dirigido por un profesor de economía de Stanford y realizado en la empresa Ctrip.com, afirme que quienes trabajan desde casa son más productivos y felices. Tal vez ni siquiera esta columna existiría.

Quizá, como diría Roberto Carlos, “yo soy de esos Godínez a la antigua”.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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