Comparte
Compartir
Suscríbete al NEWSLETTER

#PlayboySeLee: Memorias de un librero

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Personas que piden el autógrafo de William Shakespeare o autores que irrumpen en las librerías preguntando por sus propios títulos, […]
#PlayboySeLee: Memorias de un librero
Personas que piden el autógrafo de William Shakespeare o autores que irrumpen en las librerías preguntando por sus propios títulos, trabajar en una de ellas es todo menos aburrido y ofrece un panorama de cómo leen los mexicanos. En conmemoración Del 23 de abril, Día Internacional del Libro, un librero se confiesa.
 
Un hombre vestido con camiseta a cuadros y pantalón de mezclilla raído llegó un día a la librería en dónde trabajo y me exigió Los cuatro acuerdos en inglés. Le dije que no lo teníamos pero contábamos con dos ediciones en español; una de ellas especial de aniversario. El hombre se enfureció. Nos dijo que deberíamos de tenerlo en inglés para que más gente lo conociera. La obra del maestro Miguel Ruiz debe conocerse en todo el mundo, gritó y se fue muy enojado.
 
En otro momento de mi vida me hubiera alterado, pero no ahora. Llevo laborando en una hace poco más de un año y medio y esos exabruptos son moneda corriente. Cuando  entré imaginaba que las personas que la frecuentan serían personas inteligentes y con un gran bagaje cultural, lo cual en muchos casos es cierto, pero también es un foco para atraer personalidades, digamos, extrañas.
 
Lo más común es que llegue un cliente, por lo regular alguien no muy familiarizado con la literatura y te pregunte sonriente: “Joven (uno es joven pese a peinar canas), no tendrá un libro del que no me recuerdo el nombre ni el autor pero era rojito y lo tenían acá hace como seis meses.” Una librería promedio maneja una flotación de tres mil libros al mes. Todos los días llegan nuevos títulos que buscan su acomodo en la mesa de novedades y que antes de dos semanas deben ir a sección (literatura norteamericana, hispanoamericana o dónde pertenezca) para prepararse a su inminente devolución, lo cual hace imposible que recordemos con esas señas cualquier nombre.
 
Alguna vez a una compañera le hablaron por teléfono y el cliente le inquirió por un libro en inglés que vio en diciembre (en el periodo de más venta). Ella se quedó callada esperando que le dijera más datos. Al no haber respuesta el sujeto al teléfono dijo: ¿qué, si es muy necesario el título?

Muchas veces los clientes buscan a alguien con quién platicar. En una ocasión sonó el teléfono y un cliente me preguntó por un tomo de Sherlock Holmes en inglés. No lo teníamos, pero le advertí que era difícil de conseguir porque era de una pequeña editorial inglesa. El hombre montó en cólera contra los maestros de la escuela de su hijo, los cuales habían pedido el texto para leerlo en clase. Se quejó de que era común que pidieran cosas imposibles de adquirir. Sin detenerse, continuó soltando pestes del colegio privado y de sus directivos; acabo contándome sobre su vida, sus problemas financieros y las dificultades con sus hijos. No encontraba una forma amable de cortarlo; la gente se acumulaba en el mostrador, así que abruptamente le dije que necesitaba colgar. Me pregunto mi nombre y se despidió con un: Gracias Iván, a ver qué otro día platicamos.
 
La gente recurre al librero como lo hace con el doctor o el psicólogo, para escuchar una orientación y poder charlar. Sin embargo, esta figura va desapareciendo de las grandes librerías. La actual política es contratar jóvenes explotables que puedan ser corridos a los pocos meses. La figura del librero, con una amplia cultura y total conocimiento de su surtido, va quedando en el pasado y va siendo suplida por adolescentes que para todo necesitan buscar en la computadora.
 
La ignorancia es altanera, dice el dicho y en muchas ocasiones se confirma. Es común que un cliente llegue a buscar un libro de Pedro Páramo confundiendo el personaje con el autor, o que quiera leer Crimen y castigo en inglés porque prefiere los libros en su idioma original; pese a que Dostoievski siempre escribió en ruso. Una amiga librera de Guanajuato me contó una anécdota que supera con creces cualquier cosa que haya vivido en este negocio. Dice que en su pequeña librería de Celaya presentaron una edición comentada de las obras de William Shakespeare. Entonces hizo su aparición una señora que compró el libro y quería que el bardo inglés se lo firmara. Mi amiga le explicó que los presentadores eran el traductor y el que hizo el estudio preliminar porque Shakespeare se había muerto hace siglos, lo cual hacía imposible que firmara su ejemplar. La señora montó en cólera. Le gritó a mi amiga porque le estaban negando la firma. Llamó al gerente y entre él, mi amiga y otras personas intentaron hacer entrar en razón a la enloquecida mujer; la cual se fue gritando y jurando que le diría a todas sus amigas que no fueran a ese lugar.
 
#PlayboySeLee: Memorias de un librero 0
 
La librería donde trabajo es frecuentada por diversos escritores y artistas. Muchas editoriales deciden hacer entrevistas en ella por la belleza de su arquitectura; así he tenido oportunidad de conocer a Javier Cercas, Sergio Pitol, Javier Solórzano, Rafael Tovar y de Teresa, Joaquín Sabina, Myriam Moscona y Jorge Volpi, entre otros, además de varios políticos y cineastas. Pero ninguno causó tal revuelo como Cristian Castro, que hizo salir gente de todas partes para sacarse una foto con él. El cantante tuvo que irse al poco tiempo, cansado de sonreír frente a los smartphones. Contrariamente a lo que pensaba, se llevó algunos libros de Anton Szandor LaVey, el líder de la iglesia de Satán en Estados Unidos. Luego supe por otro compañero que el cantante era muy fan del trash y del nu metal pero que lo que le permite comprar libros raros y asistir a giras internacionales de Tool es cantar baladitas sosas.
 
Una mujer llegó un día y me pidió que le enseñara el libro de poemas de Roberto Bolaño llamado Los Perros Románticos. Lo tomó entre sus manos y comenzó a hojearlo. Luego me enseñó uno de los poemas y me aseguró que esos versos se los había dedicado, porque él siguió enamorado de ella hasta su muerte. Le conté la anécdota a un compañero. Lleva haciendo lo mismos desde que yo trabajo aquí, me respondió hastiado. Luego supe que había escrito dos libros sobre Bolaño y que en eso le iba la vida.
 
También es muy común que los autores te pregunten por sus libros. Un amigo que ha estado en más de diez diferentes librerías cuenta que antes llegaba Sergio Pitol, preguntaba por sus obras, las veía y le inquiría por las ventas. Se venden, maestro, contestaba mi amigo. Qué bueno, cuenta que les respondía. Sin decir nada más los colocaba en su sitio y se iba. Los autores desconocidos son los que causan verdaderos problemas: llegan exigiendo su título en la mesa de novedades. Se acercan, preguntan por ellos mismos y cuando uno saca de las profundidades del librero a su “bebé”, se ponen fúricos. Te piden que lo pongas en la mejor mesa sino amenazan con enviarte a la Gestapo y a la swat. Como venganza, muchas veces dejamos el libro el tiempo que dure el cliente dentro de la tienda y apenas se va lo escondemos en lo más recóndito del almacén. Nunca es bueno hacer enojar a un librero.
 
El lugar común es decir que la gente en nuestro país no lee. Lo cual visto desde esta parte del negocio es curioso porque mi sueldo lo pagan las ventas. Cadenas de gigantes como Gandhi o El Sótano han tenido una expansión enorme en los últimos años. Muchos aseguran que en detrimento de su calidad; lo cierto es que ahora hay franquicias de ellas en lugares improbables donde antes no llegaban libros ni por equivocación. A título personal, creo que se han convertido en walmarts de libros, privilegiando la venta masiva y descuidando al lector especializado.
 
#PlayboySeLee: Memorias de un librero 1
 
A diario veo personas que regresan cuando menos cada semana a comprar uno o dos libros, lectores voraces en los cuales no media la edad pero sí el estatus económico. Hay clientes que pueden desembolsar una pequeña fortuna en libros de Gredos o que esperan pacientemente un texto recientemente traducido de Karl Marx. Los que se dejan seducir por los libros que anuncia Brozo en la TV o que recortan las recomendaciones de La Jornada para pedirte se las consigas. Los que solicitan la novela que está leyendo Mariano en su programa de radio o los que te piden que les recomiendes algo interesante.
 
Un amigo mesero que trabaja donde yo lo hago, luego de una jornada especialmente difícil, se sentó junto a mí y me confesó: si fuera por mí no existirían librerías. Nunca he tocado un libro ni lo voy a hacer.
 
LEO, LUEGO PIENSO
Expertos en ciencia, psicología y literatura inglesa de la Universidad de Liverpool (Gran Bretaña) monitorizaron la actividad cerebral de treinta voluntarios que leyeron primero fragmentos de textos clásicos. Los resultados, publicados por el Daily Telegraph, muestran que la actividad cerebral se dispara cuando el lector encuentra palabras inusuales o frases con una estructura semántica compleja. Esos estímulos se mantienen durante un tiempo, potenciando la atención del individuo, según el estudio que utilizó, entre otros, textos de autores ingleses como Henry Vaughan, John Donne, Elizabeth Barret Browning o Philip Larkin. Los expertos descubrieron que la poesía «es más útil que los libros de autoayuda», ya que afecta al hemisferio derecho del cerebro, donde se almacenan los recuerdos autobiográficos, y ayuda a reflexionar sobre ellos y entenderlos desde otra perspectiva.
 

#PlayboySeLee: Memorias de un librero 2

Este video te puede interesar

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
Descarga GRATIS Calendario Revive el Poder 2024
Calendario
Descarga AQUÍ nuestro especial CALENDARIO REVIVE EL PODER 2024.
Suscríbete al Newsletter
¡SUSCRÍBETE!