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NADA LE DUELE AL AFICIONADO… HASTA LA DERROTA

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
POR CARLOS GUERRERO WARRIOR @carloslguerrero #exagerocomowarrior SON CASI LAS DOS de la tarde. Es verano en Francia y la temperatura […]
NADA LE DUELE AL AFICIONADO… HASTA LA DERROTA
POR CARLOS GUERRERO WARRIOR @carloslguerrero

#exagerocomowarrior

SON CASI LAS DOS de la tarde. Es verano en Francia y la temperatura sube día con día. El Sol no quiere perderse ningún detalle de la Eurocopa, y menos con esa vista privilegiada que tiene desde su palco privado en el cielo del país anfitrión. La estación de tren de Lyon está completamente colapsada. Un interminable mar de elegantes camisetas rojas van de un lado a otro entre maletas, turistas asiáticos que no entienden qué sucede y niños exploradores que han dejado comida regada en el suelo.

Son los aficionados de Gales que buscan letreros que los lleven a la zona de taxis o al metro con dirección al estadio donde se disputará la semifinal frente a Portugal. Aprietan el paso porque aunque faltan cuatro horas para el partido, los invade una extraña sensación de no llegar puntuales a la cita con el destino. Me formo junto a otros tantos en la larga fila de taxis que avanza más lenta que un gusano. Escasos e insuficientes para los ansiosos seguidores que cantan para tranquilizarse un poco.

Me deleito al observar el comportamiento de todos los que han dejado en casa a esposas, hijos, padres y demás, por viajar miles de kilómetros con amigos para alentar a su país. Es todo un fenómeno social. Un ritual que inicia desde que se pone con orgullo la camiseta por la mañana, un protocolo que se cumple hasta en el tren cuando de una sede a otra, los hombres cual jauría de lobos aullando bajo la Luna, cantan entre vagón y vagón.

Me pregunto dónde están los portugueses. A ellos, la policía los ha separado desde que han bajado del tren para llevarlos por la puerta norte de la estación. Así se evitan líos y conflictos innecesa- rios desde temprano. De la misma forma en que sufren los galeses por transporte, sufren todos los que portan en la espalda el número 7 de Cristiano Ronaldo.

Los organizadores intuyen que todo será un caos si no comienzan a encaminar a los aficionados de ambas selecciones a una estación de metro. Así que allá vamos, aproximadamente un kilómetro y medio a paso fuerte. El calor sigue subiendo.

Al llegar, otra interminable fila para abordar.

Por fin subimos al metro. Suponemos que será directo y que no parará en ninguna otra estación pues un alfiler ya no cabe. Avanza. Es complicado encontrar de dónde sujetarse para no caer. Te respiran a centímetros. Todo el júbilo, todas las emociones y la ansiedad se encriptan en un espacio de diez metros. No hay aire acondicionado. Una sensación de asfixia y claustrofobia recorre la piel. Portugueses y galeses fusionados en un mar de transpiración. Rostros pintados que pierden forma. Gotas de sudor escurren por las mejillas y axilas. El metro no toma suficiente velocidad. Cuando parece que acelera y un ligero viento hace la función de abanico, una parada deja a todos absortos. ¿Se va a detener en cada estación? ¡No puede ser! Las puertas ni siquiera se abren, no puede subir nadie y nadie pretende bajar. Pasan 25 minutos en ese pequeño infierno. Aun así, el estado más puro del aficionado jamás colapsa. Siempre es más grande el deseo de apoyar a su selección. Está claro que el umbral del dolor se reduce a nada cuando se porta una camiseta de futbol.

Ya en el estadio, el alivio por volver a respirar aires frescos y por llegar a tiempo a la justa. Realizo un par de enlaces y debo repetir otros dos por culpa de un galés que me besa —pues le resulta gra- cioso hacerlo— y otro por un inglés que frente a la cámara lanza improperios envalentonado de cerveza. También entrevisto a algunos mexicanos que, según ellos, buscan curar en Francia las heridas de aquel 7 a 0 propinado por Chile.

La lógica se impone. Gales queda eliminado y Portugal avanza a la final para ganarla días después. Los dragones caen en semifinales pero se llevan, junto con Islandia, el título de cánticos con su detonante poderío desde la grada. Cenicientas que aún viven el sueño de llegar a donde nunca se llegaba. Los ecos de su emoción aún retumban en Lyon como el de los franceses en Marsella.

Resultó un verano inolvidable. Pude vivir las dos máximas justas continentales. De este lado, testigo de la consagración de Chile y del otro, de las lágrimas de Cristiano Ronaldo, del inesperado título de Portugal, de la decepción para una golpeada Francia y de los apoteósicos coros de fanáticos que lo dejan todo por un instante de júbilo. Qué importa quedar raspado como un portugués al que por su escandalosa bocina, una anciana en plena calle parisina le arrojó una maceta desde un cuarto piso para que se callara.

Hay eventos, hay momentos donde al aficionado nada le duele mientras no llegue la derrota. Y también hay heridas que sanan rápido como la del ruidoso lusitano que recogió los pedazos de la maceta como el fiel recuerdo de la noche en que Portugal se convirtió en reino y Cristiano Ronaldo en rey.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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