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Música de coñerías: Una travesía llamada deseo

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Decía el poeta griego Konstantinos Kavafis que lo importante no es sólo llegar al destino, sino aprender del viaje sin […]
Música de coñerías: Una travesía llamada deseo
Decía el poeta griego Konstantinos Kavafis que lo importante no es sólo llegar al destino, sino aprender del viaje sin forzar la travesía. Siempre me ha gustado como máxima de vida, pero cuando aplico la reflexión a asuntos relacionados con el erotismo, ésta suele quedar como anillo al dedo. 
 
Por ejemplo, hace algunas semanas viajé a Guadalajara, Jalisco, para realizar una serie de reportajes de todo tipo, incluyendo algunos relacionados con el bonito tema de la cachondería y las prácticas eróticas. Un “contacto” que ha dirigido bares swinger me había hablado de los locales de este tipo que hay en la ciudad tapatía y de algunas fiestas clandestinas que, según su descripción, me sonaban a Sodoma y Gomorra antes de su debacle. El tema, por supuesto, me interesó.
 
Así que desde días antes comencé a organizar entrevistas sobre el tema, a indagar las direcciones de las pachangas y la clave secreta de acceso. Todo ese proceso me emocionaba, como sucede siempre que me intriga algo, pues se alebresta mi sensor periodístico pero también el erótico. Siempre me ha excitado esa incertidumbre que genera lo desconocido, el poder de mi imaginación que se dispara cuando pienso en los posibles panoramas a los que me voy a enfrentar. Es como un cosquilleo permanente en el cuerpo, y cuando lo siento sé que la travesía está empezando.
 
Cuando llegué a la hermosa ciudad jalisciense le conté mis intenciones a varios amigos, quienes me bombardearon con preguntas. A ellas les interesó saber si había muchos lugares así, qué tipo de gente iba y si no me daba miedo acudir. A ellos, si era posible que fuera como una simple mirona sin tener la obligación de participar o si pensaba hacerlo. Les aclaré que soy experta en meterme en esas situaciones y salir vestidita e intacta básicamente porque sé pasar desapercibida cuando así lo quiero y, muy importante, sé decir que no.
 
A mí me interesó descubrir que a las mujeres les generaba inquietud el tema de la seguridad y de mis temores. Querían saber los detalles del dónde antes que del cómo o el con quién, a diferencia de los hombres, que se inquietaban por lo que haría o dejaría de hacer. 
 
Eso me dio ciertos indicativos de las dudas/estimulaciones que afecta a ambos sexos. Pero además, viendo en la mayoría esa mirada traviesa e inquieta que tan bien conozco, confirmé que el mejor estimulante del deseo es la transgresión, el misterio, la novedad. 
 
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Desde las entrevistas que hice sobre el tema me di cuenta de que el asunto era bastante básico, pero aun así y sin decirle a mis informantes, asistí a una fiesta clandestina. Hablaban de escenas de sexo en vivo, de intercambio de pareja, tríos, de la posibilidad de ser voyeur o  exhibicionista, todo en la madrugada, en una lugar cuya dirección precisa te la daban haciendo una llamada telefónica al filo de la madrugada.
 
Ya con todos los datos y a punto de entrar, me di cuenta de que el cosquilleo aumentaba, que tanto mi corazón como mi respiración se aceleraban y pensaba en los numerosos escenarios que podría encontrarme, tanto buenos como malos. Pensaba que, de ir con mi pareja, esa situación podría ser muy bien aprovechada, no precisamente dentro del local sino antes o después, porque una de las virtudes de estas emociones es que se pueden usar a nuestro favor desde su origen. Estos niveles de excitación, de deseo, pueden darnos un encuentro previo aderezado por esa sensación de hacer algo prohibido, de saber que se cruzará una frontera que nos aleja de lo “políticamente correcto”.
 
Subiendo las escaleras hacia el penthouse en un edificio de oficinas bastante maltratado, la sensación aumentó. Cada escalón representaba una intriga, un enigma, incluso un temor. Pero cuando crucé la puerta toda eso se transformó en risa: la famosa fiesta porno clandestina parecía una reunión de estudiantes preparatorianos calientes, tímidos y novatos.         
 
Un departamento convertido en antro, con un DJ bastante malo, barra, sillones y dos habitaciones con camas en donde no había nadie. En el salón principal, decorado con la intención de parecer un bar de medio pelo, había chicos que no pasaban de los 30 años, un hombre obeso con dos mujeres que parecía que acababan de regresar del mercado, un solitario con la mano siempre en la entrepierna y unas cinco chicas en ropa de table que bailaban o se sentaban con los muchachos, quienes se conformaban con tomarles la mano.
 
Me reí por minutos. Hice muchas bromas que me seguían generando emoción y deseo pero de otra manera, más lúdica, más relajada. Y me di cuenta que como bien decía Kavafis, en el mundo del deseo a veces lo mejor es el viaje y no el destino.
 

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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