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Las letras con Playboy entran

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
“Libros tontos, cómo quieren que sus letras entren en mi mente” Bronco   Bienvenidos sean a este nuevo espacio de […]
Las letras con Playboy entran
“Libros tontos, cómo quieren que sus letras entren en mi mente”
Bronco
 
Bienvenidos sean a este nuevo espacio de libros de Playboy, les escribe Jaime Garba, y no se confundan, no siempre amé los libros y la lectura; en mi juventud los odiaba. Detesté la Divina Comedia y el Quijote, no se diga el Popol Vuh. Mi profesor de literatura de secundaria se encargó de despertar en mí el rencor más profundo hacia cada hoja de aquellos libros, los que tenía que cargar tortuosamente cada cierto día con la obligación de su lectura para pasar la materia, aunque en mi joven cabeza, donde sólo había espacio para chicas, diversión y un futuro soñado, aquellas letras laceraran mi ánimo.
 
Tiempo al tiempo…
Si ya después amé los libros fue cosa del destino, porque todavía en unos años para mí fueron prescindibles. Así como muchos, en vez de leer me gastaba las horas en las filas del banco viendo el trasero de las mujeres que tenía en frente, o si el que me antecedía era un varón, por más nalgón que estuviera, prefería mirar la numeración de los turnos que siempre corren al ritmo más lento que se pueda imaginar. Morbo, tedio absoluto, para pasar el tiempo muchas cosas pasaban por mi cabeza, menos libros.
Un acercamiento sutil, un coqueteo y complicidad se daba cuando en la preparatoria algunos de mis compañeros pasaban de mano en mano, hasta llegar a mí, las revistas Playboy americanas que sabría cómo conseguía el más caliente de la clase, al que sin extrañeza le decían “el Porno”. Aquellas ediciones especiales de más de cien hojas, en inglés, con las mujeres más hermosas y sensuales que hasta ese momento podíamos conocer, cuando era mi turno de poseer aquellas joyas, tenía que ocultarlas entre mis libros de literatura para que pasaran los filtros posibles: revisiones, vistazos, cualquier cosa que me habría puesto en aprietos gracias a la belleza de aquellos cuerpos, chicas de las cuales muchas veces me enamoré. Los libros de literatura latinoamericana no me servían, libritos apenas, pequeños, delgados, tenía que recurrir a la biblioteca para buscar aquellos que dieran el ancho. Habrán de imaginar que ninguno lo logró pero me acomodé con Los Miserables de Víctor Hugo. Aquel armatoste fue el protector de esos tesoros, gracias a quienes dediqué mis más intensas fantasías juveniles.
 
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Aún con todo, leer no era lo mío…
Los libros conforme crecía iban y venían sin mayor pena ni gloria, en mi casa no había libros, bueno, sólo uno, el suficiente para cambiar mi vida. Yo era un tipo de televisión, de zapping, que después aburrirme y hartarme prefería hurgar en los cajones de mi casa, donde de pronto encontraba cosas que me hacían perder el tiempo con más estilo: fotografías, discos, estampas… y ese libro cuyo título me hacía desecharlo de inmediato “El evangelio de Lucas Gavilán”. Qué iba andar yo con mis antecedentes leyendo un libro viejo con ese título. Pero un día, donde las opciones posibles se me agotaron, mis manos pasaron las páginas una a una, primero lentamente, con duda, después mis ojos como que veían y no, encontrando entre las palabras y las frases algo que de pronto me hizo permanecer hoja tras hoja, hasta el final. Vicente Leñero, el autor hizo algo bien chingón en ese libro, una “actualización del relato evangélico trasplantado al medio mexicano contemporáneo de la figura del protagonista, Jesucristo Gómez, que emerge del mundo popular de los marginados y desheredados” (tomado de la cuarta de forros del libro). La historia está muy buena, el contexto muy propio, el estilo de escritura es maravilloso, un texto que cada que puedo releo y recomiendo a diestra y siniestra.
 
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Leer es chido
Aquel encuentro me hizo romper de tajo y para siempre mi pleito con los libros, al grado de que me juré trataría olvidar aquel turbio pasado lector. Así lo he hecho desde entonces, y bueno, ahora ya que puedo, compro las Playboy sin ningún problema. Ahora los libros y yo nos llevamos bien, me cuentan historias y encuentro en ellos cosas que me son importantes para mi vida. Después de tiempo me di cuenta también que leer no es un acto de intelectuales sino que puede ser tan común como cualquier otra actividad, con el plus de que todo lo que los escritores plasman de alguna forma me marcan y me acompaña constantemente, y tengo la certeza de que me acompañarán siempre.
 
Si a ustedes les gusta leer, están en el lugar correcto, si a ustedes no les gusta leer, también lo están, aquí todos parejo y sin distinciones recorreremos todo lo interesante que tienen los libros.
 
Libros para el ligue, para el cachondeo, para el viaje, para echar unos buenos tragos, libros para regalar, para llorar, libros, libros y más libros, todos con una razón de ser, dejando de lado los formalismos y las solemnidades, aquí chin chin lo académico y lo serio. Bienvenidos a esta columna de libros, porque estoy seguro que la letra, con Playboy entra.
 
Referencia: “El evangelio de Lucas Gavilán” de Vicente Leñero. Ed. Punto de Lectura, 2012.
 

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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