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#LaPielImpresa: “Ser un perro callejero”, el animal que a Facundo le gustaría ser

Por: Jafet Gallardo 10 Feb 2015
Le preguntaron a nuestro columnista qué animal le gustaría ser y él no lo pensó dos veces. Encontró la llave […]
#LaPielImpresa: “Ser un perro callejero”, el animal que a Facundo le gustaría ser

Le preguntaron a nuestro columnista qué animal le gustaría ser y él no lo pensó dos veces. Encontró la llave de la felicidad en la forma de vida sin complicaciones de un sabueso sin dueño.

Por Facundo (@facufacundo)

Es una pregunta común. Si no fueras humano, ¿qué animal te gustaría ser? Quienes se dicen fanáticos de la libertad sueñan con ser un águila para volar sobre las montañas viendo desde las alturas todo lo que escapa al ojo humano. Otros quieren ser un delfín para recorrer el mar y jugar con las olas. Y también están aquéllos quienes quisieran ser caballos para correr libres por las montañas. A ellos les tengo una noticia: todos los anteriores son unos pinches animales de hueva que sólo representan la falsa idea de libertad por la que ni siquiera luchamos como humanos.
Así que cuando alguien me contesta esa pregunta con alguna de las opciones anteriores —de inmediato— descarto a esa persona como un posible amigo. Y soy tan estricto con esta regla porque uno de mis ideales de felicidad se acerca más al de un perro callejero. Esos animales viven la libertad a un nivel tan real que me hace envidiarlos.
¿Cómo no envidiar el poder cagar en cualquier lugar? ¿O el andar en manada oliendo anos? ¿O cogerse a la perrita que se te cruce enfrente sin más preámbulo que una buena olisqueada anal? A poco no sería hermoso que al ver a una morra sabrosa (de esas que despiden olor a sexo) antes de tratar de impresionarla, de pedirle su fon, de invitarla a salir, de gastar tiempo, varo y energía para ver si después afloja, bastara con soltarle unos violentos mordiscos al culero que le esté tirando el pedo y ahí mismo se resolviera quién se la chinga. Eso es justicia animal. La pasión canina entre un macho y una hembra no conoce de las típicas trabas femeninas humanas.

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Nada de que: “Ay no, vas a pensar que soy una zorra” o esas pendejadas humanas de ser novios, o estar guapo o farolear riqueza. Los amores perros son sinceros y directos, aunque no perfectos. Un pedo real es que después de llevar a cabo la faena canino-pasional te tienes que quedar 15 minutos con tu artefacto amatorio inflamado dentro de ella, sin poder pedir un taxi o inventar alguna cita importante para salir huyendo a ver el futbol. Nel, ahí te quedas en los 15 minutos más incómodos de tu vida, sin saber ni que decir, y además ante el ojo escrutador de cualquier transeúnte, quién sin duda se ha de dar cuenta de que acabas de “deslactosarte” en esa perrita (que se veía mucho más apetecible hacía cinco minutos y que ahora es una perra sarnosa callejera).
¿Por qué otra razón preferiría ser un perro callejero que cualquier otro animal? Sin duda, por el enorme poder que significa el poder deducir toda la información que un ano nos brinda.

Con una olfateada podría saber si el individuo que tengo frente a mí come bien, si esta sano, si le gustan “Los Bea-tles” o Arjona, si es virgen o una playmate, o determinar si ese güey de enfrente podría ser nuestro cuate o no.
Cuando se trata de información anal las apariencias no engañan. Si sabemos percibir la información que nos brinda ese boquete conocido como: El enojón, El salado, El llama moscas, El ojo de Thundera, El corta churros, El Zacatlán de las manzanas, El “por ahí no”, El estrangulador, entonces cometeríamos menos errores al involucrarnos con la o el individuo equivocado.

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¿Todavía no se convencen de que ser un perro callejero es la mejor opción?
¿Qué tal poder dormir en cualquier pinche lugar, a cualquier hora, sin que nadie te chingue por inadaptado? ¿Qué tal poder meterte a los mercados y agarrar lo que se te antoje comer sin tener que pagar? ¿Qué tal ser acariciado por niños felices por tu presencia aunque después sus papás los obliguen a lavarse las manos? ¿Qué tal tener la capacidad de alcanzarse con la lengua cualquier lugar del propio cuerpo, evitando así el incómodo momento de pedir sexo oral?

¿Qué tal tener diez nombres diferentes porque nadie sabe cómo te llamas realmente?
Y si a ustedes un día les preguntan qué animal les gustaría ser, tómense un segundo para pensar bien las cosas, antes de contestar sus animales aburridos y sin flow y denle una oportunidad a la posibilidad de albergar orgullosamente una colonia de pulgas en su espalda y toda la libertad del mundo en sus patas. Digan: “Sería un perro callejero”.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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