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Chanti Ollin, Comuna rural entre el smog

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
La primera vez que escuché hablar de Chanti Ollin, que en náhuatl significa “Casa en movimiento”, había ido a una […]
Chanti Ollin, Comuna rural entre el smog

La primera vez que escuché hablar de Chanti Ollin, que en náhuatl significa “Casa en movimiento”, había ido a una fiesta en la que el costo de entrada fue un kilo de grano. Me sorprendieron las dimensiones de aquel edificio de 5 pisos cuya organización no alcanzaba a entender. Todos vivían ahí, cocinaban y trabajaban. Reciclaban los desechos orgánicos (incluso los sanitarios) y horneaban su propio pan. Generaban energía eléctrica con bicicletas arregladas y no eran familia, sino sencillamente parte de una comunidad.
Chanti Ollin se ubica en el número 424 de Melchor Ocampo, esquina con Río Elba, en la colonia Anzures. Nació como proyecto político cultural en el año 2002 por iniciativa del Movimiento en pro de la educación gratuita. El edificio era un inmueble abandonado que fue ocupado con fines culturales y al día de hoy es habitado por aproximadamente 50 personas con edades que van de los 20 a los 40 años de edad. El número exacto es indeterminado, ya que muchos de ellos se quedan sólo por temporadas. Incluso, hay quienes han tenido hijos ahí. La base de su convivencia es el trabajo colectivo.
Tras las manifestaciones del Movimiento Occupy a nivel mundial y el auge del cuidado del medio ambiente en nuestra cultura, me pregunté si acaso habían regresado los años 60 de las comunas hippies. Para despejar mi duda, busqué a Chanti Ollin. Hallé su perfil en Facebook (algo que los hippies definitivamente no tenían), les envié un mensaje y la respuesta fue inmediata: “Hola, comunícate con Juan de Dios a este número 04455…” ¡Celular por lo menos sí había!

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UN TRABAJO SUCIO
Salgo del metro Chapultepec y me dirijo hacia Reforma. Admiro la Estela de Luz que costó más de mil 575 millones de pesos, de acuerdo con reportes periodísticos. Camino delante de la Torre Mayor, todo un símbolo de modernidad y poderío económico, en cuyo Piso 51 se encuentra el más exclusivo club masculino que cuenta con 950 integrantes y al que sólo se puede ingresar por recomendación. A dos cuadras se ubica el Chanti Ollin. Se le reconoce por sus paredes desgastadas color palo de rosa. No hay timbre, algunos vidrios están empañados y los bordes del muro están resguardados por barandales de hierro que funcionan como estacionamiento de bicicletas.
Me recibe el famoso Juan, un hombre de estatura baja, moreno, con el cabello ligeramente largo y que parece no tener más de 30 años. Trae en brazos a Dzavi, su hija de un año.
Es frío, no me invita a sentar, tampoco hay una sonrisa en su rostro. Observa con cuidado todos mis movimientos. Le hablo de mi interés en su estilo de vida: “Déjame vivir una semana aquí”. Me responde que ninguna decisión se toma arbitrariamente. Tendrá que preguntarles al resto de los habitantes más o menos fijos de la comunidad, así que por el momento sólo me concede asistir al tequio. Porque de aceptar, tendré que pagar por mi estancia. No con dinero, sino con trabajo… y un trabajo muy “sucio” que pronto he de descubrir.
En lo alto del edificio se encuentra el huerto urbano de la azotea verde. Hoy es día de tequio, trabajo en beneficio colectivo en el cual se intercambia la mano de obra de unos y otros. Chanti Ollin se rige bajo la “comunalidad”, un principio que viene de los pueblos indígenas donde no hay subordinación y se genera una red de apoyo mutuo y solidario entre la gente que conforma la comuna. Unos siembran, otros limpian y unos más cocinan para que todos comamos.
David tiene 25 años, es procedente de Ciudad Juárez, llegó al DF hace 4 años para trabajar como malabarista y actualmente coordina varios tequios con tierras de cultivo dentro de la ciudad de México. Viste overol rojo y es quien nos proporciona la composta procedente del baño seco, una instalación de ecotecnia que no utiliza agua sino una taza especial que separa el excremento y la orina para convertirlos en composta. No puedo creer que lo tengo en mis manos en este momento son deshechos humanos.
“La orina del baño seco se almacena en bidones, se le añade materia orgánica seca (hojas y flores), se almacena por un mes, tiempo en que cambia su composición química y orgánica, modificando su acidez, para fortalecer las plantas; así se obtiene el ferpipizante. Al excremento se le añade tierra y ceniza, se deja secar con luz directa y en tres meses se obtiene composta. ¡Pura vida!”, me dice Juan. No quiere decirme dónde puedo lavarme las manos.
Con estos recursos deshierbamos, trasplantamos, y sembramos acelgas, cilantro, jitomate y epazote, que se suman al alcanfor y ruda con fines medicinales que ya son parte del huerto. Acabo muerta. Mis manos acostumbradas a escribir artículos hoy sudaron la gota gorda para cumplir con mi trabajo. ¡Me gané una noche de estancia en Chanti Ollin!

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ECHANDO A PERDER APRENDEN
Anochece y la cocina ubicada en la planta baja está cerrada, pero se escapa de ella el olor a leña. Goyo trabaja en terminar un pedido de 50 bollos de pan orgánico para hacer hamburguesas de lenteja. Con encargos como esos –que el colectivo surte a Universidades, tiendas y particulares– se mantiene la colectividad. Goyo estudia economía y es uno de los fundadores del proyecto Chanti Ollin. Aunque el pan que hornea es de tipo gourmet, cuesta apenas 4 pesos la pieza. Es barato, le digo y él bromea: “¿Y qué? ¿Me viste cara de capitalista?”.
El horno es de barro y fue resanado personalmente por el Venado, un artesano de 29 años de edad procedente del estado de Puebla, quien hoy cocinó pero se le batió la sopa. Los principios de convivencia entre los habitantes no dieron lugar al enojo, sino a la compresión. Su colectividad se nutre de los potenciales y hasta de las contradicciones de los habitantes.
En el mismo piso, César, de 28 años de edad, psicólogo de profesión y oriundo de Querétaro, se hace acompaña de Víctor, defeño y aprendiz de panadería, para reparar el baño seco. A un lado, se ubica el temazcal, que prepararán para la siguiente luna llena.
En otro extremo está una ofrenda que colocaron los danzantes concheros. Del lado opuesto, se encuentra el taller de bicimáquinas. Se hacen a partir de desechos de bicicletas adaptados a aparatos que funcionan con energía eléctrica, pero que se pueden adecuar al mecanismo de la bicicleta. Bicilavadoras y Bicilicuadoras funcionan a partir del esfuerzo corporal en beneficio de la comunidad. ¡Y yo que pago una fortuna en electricidad!

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NI HIPPIES NI OCCUPY
Las dimensiones de la planta baja me parecen infinitas, y en la habitación en la que estamos veo la computadora de uno de los integrantes más nuevos: Abraham. Tiene 30 años y su formación como programador permitirá echar a volar el centro de medios, que cuenta con dos computadoras más conectadas a Internet, para difundir el trabajo y convocatorias del Chanti Ollin. Por aquí se imparten talleres culturales (percusiones, tejido, medicina alternativa) a externos.
 “¿Quieres saber el verdadero nombre del Chanti Ollin?”, me inquiere Juan. Pronuncia de un solo respiro algo que me cuesta bastante memorizar: “Ladentodentromentalizacióndelacunadelcayoetereotopicodiscivilizadoransinacomoendenantes”. Se deslindan del movimiento Occupy europeo: “Nosotros sí tenemos una propuesta social real y tangible. Tampoco somos hippies. No hacemos apologías de las drogas ni vivimos en el viaje de Peace and love”.
En realidad, abunda mientras pasa las fotografías, se trata de una política de control de riesgos antes que una política de guerra: “Creemos en la vida digna, justa y equitativa haciendo las cosas por nosotros mismos, rompiendo el paternalismo con el gobierno, a través de la responsabilidad social y el trabajo colectivo. Tan así de seguros estamos que incluso mucha banda ha tenido sus chavitos aquí”. Los niños, como su hija, han nacido en la casa con ayuda de una partera y no de un hospital. Pequeñines que, a unos pasos de la Torre Mayor, comen pan horneado artesanalmente y no saben quiénes son las princesas de Disney o los Power Rangers.

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DEPREDADORES NOCTURNOS
Cae la noche. Ya son pocas las provisiones, aunque mañana es lunes, el día en que los pobladores de la comuna se turnan para comprar víveres en La Merced (mi estancia fue anterior al incendio que consumió buena parte de ella) para la cocina comunitaria. Haremos una “vaquera” (cooperacha) de 200 pesos por cabeza.
En el segundo piso está el área de lectura, porque he descubierto que los habitantes de Chanti Ollin son gente muy culta. Por fin la cena está lista. El menú se compone de café, huevos con setas, papas fritas y frijoles, y un par de salsas caseras de tomate y mango. Durante la sobremesa se respira armonía, hasta que alguien nos recuerda que todos teníamos que poner dinero para esta comida. Por momentos, los principios anti dinero de la comunidad parecen tambalearse. Vivir al margen del sistema es más complicado de lo que imaginé.
Son casi las dos de la madrugada cuando repentinamente una habitante más llega con la pierna ensangrentada. Tuvo un accidente automovilístico. La herida es impresionante. Ella dice: “¡Mira, mira cómo se mueve mi musculo!”. Alguien se apresta a curarla con árnica y sávila.

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NO PUEDES COMER DINERO
Después de cenar, subimos al cuarto piso donde hay más recámaras y al llegar al quinto, descubro un skate elevado, lavaderos y pasillos que conducen a más habitaciones. “Aquí es donde te vas a quedar”, me dice Juan. Aunque me traje mi bolsa de dormir, me tratan como un huésped de honor: “Alcanzaste cama”, me dice.
Una vez recostada, recuerdo que ayer se celebró la entrega de los Oscar y al amanecer, cuando sea lunes, aquí nadie se peleará por conocer los resultados. En la recámara donde me quedo anudan las bolsas de plástico, las toallas femeninas, los condones, los libros, los trastes y un collage que alguien hizo acerca del capitalismo. Sobre la pared también hay un cartel que parece gritarme: “Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero”.
Juan se queda en el mismo cuarto que yo. Las habitaciones son espacios comunes y pueden compartirlos hombres y mujeres por igual. Para saciar mi curiosidad, le pregunto si aquí priva el amor libre como entre los hippies de los 60 y me responde con seriedad que eso atañe a cada individuo. “Aunque se viva en colectivo, buscas espacios que desarrollen tu individualidad”.
Los espacios del Chanti Ollin, añade, se apegan a los siete principios zapatistas, por ejemplo: Mandar obedeciendo, Proponer no imponer y Representar no sustituir. De ahí que otro valor como la higiene sea bastante cuidado y preponderado, “porque esa parte de tu ser individual trasciende y genera un ambiente muy desagradable”, explica Juan. Y si alguien tenía dudas, no, nadie huele mal en este lugar.

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LA COSA VA LENTA
Amanece y ya se escuchan voces en los pasillos. Algunos lavan ropa, otros se preparan para bañarse, algunos más ya desayunaron y hay quienes tal vez ya estén en la Merced. La rotación de gente es tanta que visitantes argentinos, chilenos y españoles han escrito tesis del proyecto. Una vez, National Geographic quiso acercarse a los comuneros pero ellos le pidieron al canal que, en pago por su historia, les obsequiaran pintura para la fachada del edificio y como no se las dieron, el canal se quedó con las ganas de conocer el sitio donde he pasado las últimas horas. ¿Acaso ellos también se iban a llenar las manos de composta como yo?
Sin embargo, me explican que casi no asisten a manifestaciones. Prefieren promover una revolución cultural no violenta. Busco a alguien que acepte hacer “comunalidad” para el desayuno, así que los percusionistas y Juan me acompañan. Me queda claro que no tengo nada de paciencia, pues ellos toman con calma el tiempo que tarda en hervir el gua, mientras que yo siento que se hace tarde para ir a la oficina. La noción del tiempo aquí dentro es distinta: no hay relojes en la pared, nadie se obsesiona con observar su celular, no tienen televisores y aunque se lee bastante, lo que más se hace es charlar.
“No somos primitivistas pero tampoco buscamos ese modo de aceleración del tiempo y la vida citadina. No aprobamos la deshumanización de las relaciones y creemos que sólo en comunidad terminas por conocer verdaderamente al otro”, me explica Juan.
Por fin las puertas se abren y me despido de este lugar. No sé si podría vivir de esta forma, pero en definitiva hace falta mucho valor para salir corriendo a integrarme a esta rutina en la que vida va veloz. Los más rebeldes se lo toman con calma.

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DE ADENTRO HACIA AFUERA
> T.T.A.C.O.
Taller de tecnologías alternativas
> Zembekan
Taller de percusiones africanas y danza
> Libertas Anticorp
Medios libres como tv, radio y documentales independientes
> Germen
Graffitti neomural
> Taller de tejido telar
> Panadería Tonatlaxcaltiloyan
> Tv radio Chanti Ollin y Demostrartes musicales
> Flor y Arte, medicina alterna
Acupuntura, temazcal, microdosis
> Grupo de danza
Latido Florido
> grupo de teatro
Ollincompani.

LO QUE NO SON
Occupy
Los primeros okupas fueron los squatters, movimiento que surgió en los años 70 en el Reino Unido. Se aprovechaba una vieja ley que permitía invadir una casa si no se destrozaba la puerta principal. Los okupas toman un edificio abandonado para denunciar las dificultades de acceso a la vivienda. El acto de la okupación está en mayor grado ligado a la disidencia.

Paracaidista
Se apropia de un terreno vacío perteneciente a un particular o al gobierno con la finalidad de construir viviendas familiares. Por lo general, es dirigido por un líder popular con un objetivo político. Se caracterizan por ser asentamientos irregulares ubicados en la periferia de la ciudad.

Comuna hippie
Era una agrupación de personas que representaban un movimiento de contracultura en los año 60 surgido en Estados Unidos, se caracterizaban por apoyar el amor libre y por la utilización de las drogas de forma desmedida con el fin de obtener estados alterados de la conciencia. Sus motivaciones eran artísticas y ecológicas.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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