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Cancún se llenó de jazz

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Confieso que yo no tenía al jazz entre mis preferencias auditivas, pero haber asistido a este festival cambió mi punto […]
Cancún se llenó de jazz
Confieso que yo no tenía al jazz entre mis preferencias auditivas, pero haber asistido a este festival cambió mi punto de vista. Como bien dijo Juan D’Anyélica, mano derecha de Paco de Lucía: “Mucha gente a lo mejor no entiende de música, porque no sabe lo que se está haciendo técnicamente, pero lo puede sentir con el espíritu”… Y eso fue lo que sucedió en mí a lo largo de tres noches en las que tocaron, cantaron y bailaron por amor para alguien que lo merecía. Y en verdad se respiró la fraternidad en el ambiente.
 
El compositor y guitarrista, nacido en España pero nacionalizado mexicano: “Amaba el Caribe Mexicano. Estaba lleno de compromisos y se iba por meses a cumplirlos a todo el mundo, pero siempre volvía a Cancún, donde encontraba la paz y se liberaba del peso de ser el guitarrista número uno”, comentó su esposa Gabriela, quien recordó al hombre que todo lo hacía de corazón, que disfrutaba tomar un vaso de agua de Jamaica y comía su jícama ahí, en su casa, en Playa del Carmen. “Gente así nunca se tendría que ir. Era un genio, un loco pero en la forma correcta”, coincidieron los músicos que estuvieron presentes.
 
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Paco en su vida diaria
Mientras muchas cosas sucedían en los tres conciertos –tanto en el Crazy Hot Coyote del Hotel Oasis Smart  como en la Arena del Grand Oasis Cancún– vimos en pantalla las imágenes en video de “El dios nuestro de todos los flamencos”(descrito así por Juan D’Anyélica) comprando pescado, manejando, jugando billar en una palapa, atrapando un pez en una lancha, caminando en Tulum, hablando por teléfono, meciéndose en una hamaca, tocando la guitarra en pijama, paseando en un jardín, cuidando las aves, colocando las bolsas de basura en la esquina de un mueble de cocina, picando unos cubitos de pescado mientras contemplábamos su rostro concentrado con sus característicos pómulos angulosos. Se veía feliz en la playa y ante las olas con su atuendo a la usanza española: pantalón y chaleco negros y camisa blanca con mangas largas. 
 
Quien empezó el espectáculo –el 22 de mayo– fue Chuchito Valdés, el tercer primogénito de la dinastía Valdés, nieto de Bebo e hijo de Chucho. El pianista dio cátedra de sabor cubano acompañado por las percusiones de su cuarteto mientras se oía el estribillo: “Por alto está el cielo en el mundo/ por hondo que sea el mar profundo/ no habrá una barrera en el mundo/ que un amor profundo no pueda romper”. A él le siguió el Quinteto Manglares, cuya flautista Nadia Alcázar fue ovacionada por los presentes.
 
El día 23:  ¿Qué late en mí? De pronto ya no puedo distinguir si es el corazón o la trompeta. No, es el bajo eléctrico de Carles Benavent tocando al ritmo de su melena blanca, de las percusiones y del piano. Compruebo con el cuerpo que él tenía razón cuando afirmó que parece que su instrumento no está, pero que éste es como la portera que se sabe todos los chismes del edificio y que a diferencia de la guitarra, cuyo sonido se identifica rápidamente, el del bajo no. Benavent dijo sentirse feliz y triste de muchas maneras por el deceso del artista y su tributo. Reconoció que no conocía el flamenco al unirse al guitarrista en 1980, pero que con su aporte ayudó a redefinir este género. Se manifestó afortunado de haber podido aprovechar la oportunidad de tocar junto a él. Sonreía al contar que entró a la casa (del flamenco) por el tejado, porque lo veían como un intruso que no encajaba y pedían que quitaran “al de la guitarra china”. Posteriormente eso se convirtió en un chiste entre él y el compositor, quien lo presentaba como “el de la guitarra china”, como parte de su familia, al igual que a todos los músicos que convivieron con él y que recalcaron este hecho.

Medir la emoción
Carles afirmó que Paco: “tocaba de una manera perfecta porque poseía el don de controlar sus emociones de una forma muy fina. Tenía un staccato fuerte y rabioso que no perdía el pulso… Una de las cosas que aprendí con él fue el intentar medir la emoción, porque el flamenco es muy temperamental”. Asimismo, dijo que su trabajo, 
aunque no sea flamenco, seguramente tendrá estos aires.
 
Me resultó impactante ver a Paquito D’Rivera, con su sexteto, tocando el clarinete. Yo me preguntaba: ¿Tiene tres pulmones o de dónde saca tanto aire? Movía sus dedos a una velocidad irreal, como si estuvieran descoyuntados, mientras hacía variaciones de Bach. 
 
El cubano –haciendo gala de buen humor– comentó que “no hay instrumento fácil y que quien escoge el clarinete debe tocarlo bien o mejor no tocarlo. Aseguró que éste fue inventado por cinco personas que nunca se conocieron, que como es de madera es muy delicado, que se puede rasgar, que es como una mujer celosa y que grita hasta en la caja”. Acerca del homenajeado platicó que lo que más recuerda de él es que durante una gira por Estados Unidos le comentó que estaba cansado de los hot dogs, entonces le pidió a D’Rivera que lo invitara a su casa porque se había enterado de que su mamá hacía una ropa vieja y unos frijoles “de puta madre”. Ambos fueron a comer y el momento quedó registrado en una fotografía en la que se ve a la hermana de Paquito con Paco… y la olla de los frijoles vacía.
 
El clarinetista definió al nacido en Algeciras como una especie de Charlie Parker del flamenco o como a un Astor Piazzolla: “Paco fue un innovador y todos los innovadores siempre tienen gente que los rechaza y que les da la contraria. Al principio sufrió por haberse impuesto con algo distinto, pero ahora tiene a miles de personas celebrando al genio que fue”. 
 
Habló, además, de que toda la música tiene una función -aunque sea mala- y se preguntó ¿cuál es la música mala? Porque si hay alguien a quien le guste, es buena.
 
Cancún se llenó de jazz 1
 
Antonio Sánchez a escena
Y al final de la noche presenciamos el espectáculo de Antonio Sánchez con su sexteto. Piculabe fue el cantaor, Isaac de los Reyes un bailaor convulsivo que hace erupción en el escenario y posee unas piernas tan duras que parece que en cualquier momento van a reventar el pantalón como si se tratara de un Hulk flamenco. Su ceño fruncido forma una escalera en su rostro y por ella baja el sudor al ritmo de las palmas colisionando violenta, pero rítmicamente.
 
El tercero y último día, el 24, se presentó Alonso Arreola, un bajista mexicano que hace música heterodoxa. Dijo que no era amigo de Paco, pero tenían amigos en común. Armó un set titulado: “Cortito y rabioso” en el que recuperó algunas frases del español y las musicalizó para recrear una especie de diálogo, el que le hubiera gustado tener con él acerca de cosas elementales pero trascendentes. Destacó que lo poco que hablaron lo marcó profundamente y que le gustaba mucho cómo decía las cosas. Expresó que le fascina esa parte del bajo que le permite recrear los patrones rítmicos africanos repetitivos que son capaces de llevar al trance. Habló de su abuelo (Juan José Arreola) y de su cuento El guardagujas que retoma la idea de que cuando ves pasar el tren te debes subir aunque no necesariamente sepas a dónde va, porque finalmente llega un momento en el que te das cuenta de que lo importante –lo realmente importante– es el movimiento.
 
Jorge Pardo, nombrado recientemente “El mejor artista de jazz europeo”, con su cuarteto del homenaje fue capaz de hipnotizar a la audiencia como el flautista de Hamelin lo hacía con las ratas y los niños. Mientras soplaba, sus facciones delicadas se contraían en su cara. Recordó que Paco le abrió las puertas, que crecieron juntos y que con su música, en ese momento, intentaba depurar sentimientos de nostalgia. 
 
Cancún se llenó de jazz 2
 
La despedida
José María Bandera, quien aprendió a tocar la guitarra con su abuelo Antonio Sánchez y gracias a eso ha podido estar en los mejores teatros del mundo, actuó en el “Enguarao” al lado del Quinteto de Jazz Flamenco. Todos sacaron música hasta de un jarro. El plus fue la presencia de la bailaora María Auxiliadora Fernández Horrillo que literalmente bailaba con los dientes, pues los castañeaba e imprimía el ritmo con su mandíbula. Ella es capaz de transformar su cuerpo en música. De hecho su cabello amarrado en un chongo se soltó y su pelo cayó en una cascada. Imposible no contagiarse con tanta pasión.
 
Oscar D’León cerró con broche de oro. Muchos se preguntaron por qué “El diablo de la salsa” iba a estar en este tributo. Juan D’Anyélica explicó que el venezolano trabajó la canción “Señorita” con el pescador de Algeciras, pues querían recuperar este antiguo tema que no ha tenido la trascendencia de “María la O” u “Ojos verdes” y porque Paco era un sabio y dejaba que cada uno fuera libre para tocar lo que quisiera “a su aire”. Señorita fue el último álbum de el hijo de Lucía con Universal, el siguiente iba a ser con su propia disquera, aunque “actualmente hacer un disco no es un negocio, se hace por amor al arte, por un compromiso con uno mismo”, sostuvo el también encargado de la curaduría del festival (D’Anyélica) y finalmente agradeció haber compartido la vida con su tío, pues “fue tal su magnitud, que parece que bajó Dios con una varita mágica y me tocó”.
 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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