#2×1: Más de lo que ves

100 millones de dólares en taquilla

Hablar mal de una película que en su primera parte se retacó de billetes, que su segunda entrega supero la inicial y que esta cuarta parte llegó a la estupenda cifra de 100 millones de dólares en su primer fin de semana tan solo en Estados Unidos (y otros 200 en China) es de mínimo echarse en contra a los millones de fans. Es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo.

Transformers, la era de la extinción es una película que plantea un reinicio, es decir uno puede verla sin necesidad de saber que pasó en las otras de la saga. Utiliza otros actores (si es que Mark Wahlber se le puede adjudicar dicho adjetivo), busca un público más grande, no a los niños que abarrotaron las dos primeras y que se quedaban boquiabiertos viendo a los robots enormes, mientras sus papás y hermanos mayores con Mega Fox. La dosis de violencia es mucho mayor y el juego sensual se debe complementar con la menos espectacular Nicola Peltz, pero con más dotes histriónicas que la Fox.

Luego de que Star Wars se estrenara Hollywood entendió dos cosa: no tires de loco a los nerds y haz películas para jóvenes en agosto. El resultado fue que durante los años ochenta nos vimos inundados de cintas que alegraron la niñez de los treintones (y cuarentones) de ahora.

Los títulos son varios: Volver al futuro, ET, Los Goonies, Los Gremlins, Tron, Willow, Laberinto, Los muchachos perdidos, Karate kid y muchas, muchas más. A medida como iban quedando atrás los años ochenta y avanzaba la década de los noventa la idea de una película de verano se cambió de contar historias para pubertos y adolescentes, hacia llenar de efectos especiales y rostros conocidos las cintas. La principal diferencia de las películas de ese tiempo y las actuales es que no hay historia.

Si bien comienza como un buen relato, creando todo un mundo domestico que será trastocado por la intrusión de un extraterrestre (al igual que E.T., Encuentros cercanos del Tercer tipo, Super 8) pronto pasa al caos y a la saturación de efectos especiales, al vértigo de la emoción que se sostiene por casi tres horas sin dar tregua al espectador.

Por eso agradecemos a Stanley Tucci, personificado como un vanidoso inventor, contraparte de Wahlberg, que nos brinda los mejores momentos de comedia y de relax entre batallas y batallas que parecen no tener fin. Y así, bajo la metralla se las arreglan para poder incluir los anuncios a cervezas, autos, comidas y bebidas.

No pidamos coherencia narrativa entre los personajes, ni que las dimensiones de los robots se mantengan uniformes durante todo el largometraje o lógica entre lo que puede pasar o no. Michael Bay nos entrega un instrumento que saca chispas, que busca emociones, que ofrece grandes personajes (los perros de una nave gigantesca o los Dinaboots) y que la final nos regresa a la tranquilidad de no importa cuántas ciudades hayan sido destruidas, nadie murió entre los escombros.