Los ostentosos puños de Floyd Mayweather Jr.
Por Carlos Guerrero
@warrior
Harto y repleto de dudas en plena adolescencia, Floyd Mayweather Jr. decide despojarse de todo aquello que suene a “Sinclair” –apellido de su madre– para iniciar un proceso de liberación interna.
Con bravura innata, arranca cualquier vínculo que le recuerda a su progenitora para arrojarlo en el primer riachuelo imaginario que se le cruza. Busca noquear todo aquello que lo transporta a los espeluznantes pasillos donde vive una infancia con agujas regadas entre viejas alfombras y jeringas con restos de droga que hacen palidecer el rostro de su madre adicta a la heroína.
Floyd sale adelante apoyado en otro tipo de cimientos para darle sentido a su vida. En su ADN corren latidos de gladiador, minuciosamente heredados de su padre y dos tíos que forjaron sobre el ring batallas repletas de adrenalina. “He tenido guantes de boxeo desde antes de poder caminar”, confiesa.
Foto: Instagram @floydmayweather
Y seguramente no sólo guantes, también gigantescas aspiraciones que más tarde se convierten en grotescas excentricidades disfrazadas de glamour y aroma a dulce despilfarre. A los nueve años, acostado en su cama con las manos detrás de la cabeza y mirando el techo, se dijo: “quiero ser el hombre más rico del mundo”.
No lo es, ni lo será, pero se da el lujo –como muchos otros– de presumir que es el deportista mejor pagado del planeta con casi 300 millones de dólares recaudados en el 2015, entre peleas y patrocinios, que le llueven casi como golpes en los encordados. Una cifra que dobla lo que ganó el golfista, Tiger Woods en el 2008 con 115 millones de los verdes. “Un prodigio del boxeo, aunque me gusta y no me gusta”, así lo define Eduardo Lamazón, voz autorizada en la materia.
Ya en los días donde el éxito le acompaña dentro y fuera del cuadrilátero y meses previos al enfrentamiento ante su eterno rival Manny Pacquiao, le dice al promotor, Bob Arum que pretende trabajar muy fuerte para convertirse en el primer boxeador en la historia en ganar un cheque de nueve cifras en una sola noche. Lo cumple: 100, 000, 000. Cuenten los dígitos.
Para Floyd Mayweather Jr. es una constante forrar su cuerpo de billetes. Si pudiera, seguramente los licuaría y sorbería para alimentarse de ellos. Fajos y más fajos rellenan los bolsillos de sus extravagantes vestimentas. No repite un solo par de zapatos. Su armario está repleto de cajas con tenis que aún no es- trena y las bodegas de los hoteles, retacadas de zapatillas que dejan ahí luego de las noches de pelea.
Amante de las apuestas, se embolsa 40 millones de dólares por apostar al Heat de Lebron James. También ama los autos; negros si son para manejarse en Miami, blancos si son para Las Vegas. Ostentoso y excéntrico. Maestro de la defensa sobre la lona. Nadie como él. Tal vez porque ya recibió bastante de la vida como para dejarse golpear más. Ninguna mejor definición de su estilo como la que me da Rodolfo Vargas, especialista en boxeo: “Mide y evade los golpes con un efecto similar al de la película The Matrix cuando los protagonistas se retuercen en cámara lenta para no dejarse tocar por las balas”.
Intuitivo, administrador y esquivo en el ring, así es Floyd, a quien le sobran tantos dólares que en una ocasión, en la discoteca más famosa de Atlanta, lanza billetes para ver cómo hombres y mujeres eufóricos se abalanzan sobre ellos con la misma voracidad de un niño que busca dulces en tarde de piñata.
Qué sigue para Floyd Mayweather Jr.? Ni él lo sabe. Mientras cualquiera de nosotros lo consultaría con la almohada, él medita su futuro recargado en la cabina de su avión privado. Nunca es tarde para otra pelea y menos cuando se pueden ganar 15 mil dólares por segundo en una velada estelar. Total, como él mismo lo dice, el boxeo es realmente fácil, la vida es mucho más dura.
Foto: Instagram @floydmayweather
