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#DeTresDedos: Messi fue un perro

Por: Jafet Gallardo 17 Ene 2020
No conocía el texto viral que Hernán Casciari, escritor y editor argentino de una maravillosa revista recientemente desaparecida (Orsai), escribió […]
#DeTresDedos: Messi fue un perro

No conocía el texto viral que Hernán Casciari, escritor y editor argentino de una maravillosa revista recientemente desaparecida (Orsai), escribió sobre Lionel Messi en junio de 2012. Se llama “Messi es un perro” y es producto de una escritura “en caliente”, pero que ejerce una reflexión profunda sobre el futbolista más emblemático de nuestro tiempo y, de paso, sobre el poderosísimo deporte que hace unos días proclamó a su campeón del mundo en una Copa inolvidable.

Por Adán Medellín (@adan_medellin)

Se trata de un texto poético y doloroso sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de Messi: ser el mejor jugador de su época. Y aún más: ser el mejor jugador de su tiempo con una naturaleza simple, esencial, nada sofisticada. Porque a Messi sólo le interesa una cosa: jugar futbol, concentrarse en esa pelota sin importarle que alrededor de ella se haya creado un emporio como la FIFA, una serie de legislaciones, un montón de compañías patrocinadoras, federaciones nacionales, eventos de promoción, giras, contratos multimillonarios, eliminatorias, impuestos, competencias de todos los tamaños y sabores y premios grupales e individuales.

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Messi es un perro para Casciari básicamente porque el mundo y sus leyes le importan un carajo y le son misteriosos, pero hay un objeto redondo que lo obsesiona, atrapa su concentración y le da una mirada alucinada y extática. Lo único importante para Messi, ese Messi sublime que Casciari vio jugar hace dos años en Barcelona, era el balón; del mismo modo que lo era una vieja esponja amarilla para “Totín”, el perro que tuvo el escritor en su infancia. La comparación de Messi con un perro no pretende denigrar a Messi, sino comprenderlo en el campo. Para Casciari, el mejor ejemplo de esta obsesión era un video con decenas de jugadas de Messi que no es una clásica recopilación de sus goles, sino un compilado de escenas donde los rivales lo cosían a patadas, empujones, zancadillas, abrazos, obstrucciones, golpes, pisotones y todos los recursos para detener su carrera. Pese a ello, Messi seguía jugando, corriendo, poniéndose de pie, sin quejarse ni tirarse, mirando el balón como un centro obsesivo que debía terminar dentro del marco contrario. Como Totín cuando miraba su esponja.

Tiene razón Casciari en que Messi nos conecta con el jugador primitivo, el hombre-perro que regresó del futbol inicial y antiguo cuando no existían las tarjetas ni las suspensiones ni los penales fingidos ni los cambios ni los fueras de lugar y los hombres sólo corrían, disfrutaban y se centraban extáticamente en la de gajos. Como venido de otra época –no por nada solemos calificarlo de extraterrestre, pues no se ajusta a los valores, costumbres y códigos que el futbol terrenal fue imponiendo con el paso de los años- Messi nos tomó por asalto durante las últimas temporadas e hizo trizas nuestras expectativas con sus récords goleadores y sus actuaciones increíbles.

No pretendo igualar la emotividad o la sapiencia de algunas partes del texto de Casciari, sino usar sus razonamientos para comprender por qué Messi polarizó tanto las opiniones cuando la FIFA le otorgó el Balón de Oro del Mundial Brasil 2014. Sin duda el premio era inmerecido y existían otros jugadores con tantos o mayores argumentos para ganarlo. Pero voy más allá. Juzgamos a Messi porque él había tenido un Mundial excepcional en la primera fase con sus goles y sus asistencias y después se fue apagando y desapareciendo de los partidos. La prensa mundial le exigía que tomara la pelota y se hiciera responsable en la cancha. Que comandara a un equipo, que se entronizara de una vez por todas como el mejor jugador del mundo y superara, como en una carrera de galgos, a Maradona, la mayor sombra que su país y el gremio futbolístico le ha echado sobre los hombros.

Pero Messi no lo hizo. Presión mediática descomunal, juicio global, cansancio, pérdida de forma física, descenso en su nivel futbolístico, distracciones mentales, falta de acompañantes de calidad en su equipo; hemos buscado muchas explicaciones al respecto. Pero me quedo con la que vislumbro en el texto de Casciari. Messi no dejó de ser un extraterrestre en estos juegos. Dejó de ser un hombre-perro. Y no porque Messi sea un animal instintivo y limitado intelectualmente. Lo digo por el hambre, la concentración, el deseo, la urgencia y el éxtasis al tener el balón que él demuestra en todo ese compilado de violencia que soporta para que nadie le arrebate la pelota y que dejamos de presenciar cuando se enfundó la camiseta albiceleste en las últimas dos semanas.

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Messi no quería su balón. No quería su esponja. Messi estaba lejos de ahí. Quizá de pronto, en un giro tristemente racional, había empezado a pensar, a tener memoria, a vivir y sufrir la presión de una cita que el mundo consideraba obligatoria, a entender el negocio en Brasil, a cargar con las expectativas y frustraciones históricas de un país o de un Continente. Escuchaba en su cabeza el “América para los americanos”, el fervor de Buenos Aires, los análisis de sus pares. Los perros no escuchan eso. Los perros no dividen el tiempo como los seres humanos, los perros viven en el presente. Por eso uno puede patearlos y minutos después ellos vuelven a buscar una nueva caricia. Son fieles a su instante, a sus dueños, a sus costumbres. Messi dejó de vivir el presente de su cancha de futbol personal. Empezó a poner etiquetas, marcas, diferencias. Vio camisetas y tradiciones y escuchó críticas, rechiflas y exigencias. Comparó juegos “grandes” y “pequeños”. Messi empezó a escucharnos y a comprendernos y entonces se paralizó. Dejó de ver solamente el balón. Dejó de correr y de levantarse cada vez que lo pateaban.

Esta no es una apología de Messi, pero después de condicionarlo tanto, es justo que el hombre-perro que tanto nos ha maravillado tenga un momento de incertidumbre. Que pueda elegir entre alguna de esas dos naturalezas. Esa en la que le exigimos que sea una estrella mediática, que promocione un shampoo, que nos obsequie entrevistas sesudas, que no ignore a un niño antes de un partido televisado globalmente y además sonría y conquiste todos los campeonatos porque nosotros queremos que se consagre como un humano más allá de los seres humanos. Y esa otra naturaleza espontánea, libre, irresponsable, que vive para su presente y sin expectativas, que se concentra solamente en esa esponja-balón para correr y levantarse tras cada golpe y anotar todas las veces que pueda. Esa naturaleza canina que lo hizo fiel a un estilo de juego y una ética natural donde no había lugar para el reclamo, el fingimiento, la manipulación o el liderazgo.

Quizás debamos volver a pedirle a Messi que juegue para sí mismo. En solitario, con su balón, ansioso y concentrado y asociado eventualmente con otros futbolistas que se hayan alejado de los modelos y expectativas que poseemos, para hacer juntos lo impensado y acompañarlo en su trance. Que lo haga aunque a nosotros nos pese tanto que él sólo quiera jugar y se olvide del resto del mundo y sus categorías. Quizá el futbol le dará una revancha más y lo encontrará dentro de cuatro años peleando de nuevo por convencernos de que es el mejor futbolista del planeta para que lo clasifiquemos como tanto nos obsesiona. Entre los cinco, entre los tres, o como el único dios del futbol. Sólo Messi sabe si volverá a ser y jugar como un perro o intentará ajustarse a nosotros y se perderá entre la multitud, luchando por convencernos de lo que tanto esperamos de sí, comportándose como un hombre más en la cancha.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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